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«TENER UNA VIDA TOTALMENTE ARRAIGADA EN CRISTO»

Arzobispo da inicio a la Cuaresma con la celeración del Miércoles de Ceniza

22 de febrero de 2023 (Oficina de Prensa).- Una multitud de piuranos se reunieron en la Basílica Catedral de Piura, en medio  un ambiente de oración, profunda meditación y recogimiento, para participar de la Santa Misa del Miércoles de Ceniza que presidió nuestro Arzobispo Metropolitano Monseñor José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., y con la que se dio inicio al tiempo de Cuaresma, tiempo especial de gracia y de conversión que el Señor nos concede para prepararnos a celebrar con un corazón nuevo el gran misterio de la Pascua. La Eucaristía fue concelebrada por el R.P. Carlos Vargas Núñez, Rector del Seminario Arquidiocesano “San Juan María Vianney” en nuestra ciudad, y el R.P. Junior Jordan Chávez Roa, Vicario Parroquial de la Basílica Catedral de Piura.

Por feliz coincidencia, el día de hoy, la Iglesia Universal celebra también la fiesta de la “Cátedra de San Pedro”, celebración que se remonta al siglo IV de la era cristiana, y cuyo sentido es honrar el primado y la autoridad del Apóstol Pedro, el primer Papa, y de sus sucesores a lo largo de los siglos. Con esta ocasión, los piuranos hemos rendido hoy nuestro sentido homenaje y filial adhesión al Pedro de hoy, a Su Santidad Francisco. Expresando al Santo Padre, nuestra total y explícita adhesión a su persona y a su Magisterio, el cual es guía segura para toda persona humana que anhela ser feliz y salvarse, y para toda nación y sociedad que quiere construir su convivencia social en justicia y reconciliación. Rezamos por sus intenciones, rogamos también por su salud y santidad, y le deseamos muchos años de vida, para que con solidez de roca apostólica guíe a la Iglesia por los caminos del Plan de Dios.

A continuación compartimos la Homilía completa que ha pronunciado nuestro Arzobispo hoy:

“Tener una vida totalmente arraigada en Cristo”
Miércoles de Ceniza – Comienza la Cuaresma

Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesús:

Dios nuestro Padre, rico en misericordia, nos concede en su infinito amor una nueva Cuaresma, y con ella su gracia y su perdón, es decir, la posibilidad de convertirnos y creer en el Evangelio, única fuente de verdadera felicidad y salvación eterna. La Cuaresma es un camino de oración, ayuno y limosna. Es decir, en espíritu orante, y practicando la penitencia y el amor fraterno, caminamos hacia la Pascua, para resucitar con Cristo a la vida verdadera.

La Cuaresma abarca cuarenta días, porque cuarenta fueron los días que Jesús permaneció en el desierto en combate contra el demonio, orando y ayunando (ver Mt 4, 1-2). La Cuaresma es el tiempo del humilde reconocimiento de nuestra condición de pecadores, necesitados de abrirnos a la gracia de la conversión. Por eso el profeta Joel en la primera lectura nos ha dicho: “Mas ahora todavía – oráculo de Yahveh – volved a Mí de todo corazón, con ayuno, con llantos, con lamentos. Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahveh vuestro Dios, porque Él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en amor, y se ablanda ante la desgracia” (ver Jl 2, 12-13); y en el Salmo Responsorial hemos cantado: “Misericordia, Señor, hemos pecado” (ver Sal 50, 3-6a.12-14.17).

La conversión no es un mero cambio moral cosmético, es decir, un simple retoque o modificación de una u otra actitud o conducta. La conversión supone un cambio radical de vida; supone cambiar la vida desde la raíz, desde el corazón, para tener una vida totalmente arraigada en Cristo, el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6).

De hecho, la imposición de la ceniza en este día nos va a recordar que somos polvo y al polvo volveremos (ver Gen 3, 19), es decir, que tarde o temprano moriremos, y que por tanto es urgente convertirse ahora, y creer en el Evangelio que es el mismo Jesús, porque sólo Él es la fuente de la salvación y de la vida eterna (ver Jn 7, 32). No nos hagamos ilusiones diciéndonos que más adelante tendremos tiempo para convertirnos, para morir a nuestro pecado, para confesarnos, para acercarnos al Señor. A nadie se le ofrece el mañana, solamente se le ofrece el hoy. Con gran sabiduría espiritual San Agustín nos advierte: “Dios te prometió el perdón, pero ¿quién te ha prometido el día de mañana?”.[1] Por eso hagamos caso al llamado del Apóstol San Pablo en la segunda lectura de hoy: “Pues dice Él: En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación” (2 Cor 6, 2).

La configuración con Jesús por la oración, el ayuno, y la caridad

El fin de la Cuaresma es la configuración con Cristo hasta llegar a ser uno con Él, es decir, hasta llegar a pensar, sentir y actuar como Jesús, el hombre nuevo y perfecto (ver Gal 2, 20).

Para ello, y con la ayuda de la gracia, debemos abandonar el pecado, y todo aquello que nos impide adherirnos profundamente al misterio del amor que es Cristo. 

Para este camino de plena unión con el Señor, la Cuaresma nos propone tres medios: La oración, el ayuno, y la caridad.   

La oración es esencial. Oración entendida como un abrirle la puerta de mi corazón a Jesús para que Él entre en mi vida, y haga en mí todas las cosas nuevas (ver Ap 21, 5). Oración entendida como un encuentro con la Persona viva de Jesús, quien da a mi vida un nuevo horizonte y con ello una orientación decisiva.[2] Se trata de una oración desde el corazón, hecha en lo secreto, esto es, dedicando espacios y tiempos para la intimidad con el Señor, para que así nuestra vida sea transformada, transfigurada. Para ello será fundamental meditar más asiduamente la Palabra de Dios en este tiempo cuaresmal.

Pero junto con la oración, el ayuno es también fundamental para alcanzar la unión con Jesús, pero no sólo un ayuno de alimento como medio penitencial y de mortificación, sino sobre todo de aquello que me hace daño, es decir, ayuno del pecado. Ayunar es decirle a Dios que estamos dispuestos a apartarnos de todo lo que nos aleja de Él. La vida es breve, pasa rápido, eso es lo que simboliza la ceniza en nuestra frente, y por tanto debemos poner nuestro corazón no en las cosas perecederas y efímeras, que como comienzan terminan y pasan, sino en aquellas que permanecen.

Por eso Jesús nos advierte: “Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). Y en otro pasaje del Evangelio el Señor nos dirá: “Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca” (Mt 7, 24-25). Que en la Cuaresma aprendamos a construir nuestras vidas en la Palabra de vida eterna del Señor Jesús, única roca sólida para ser felices y salvarnos. 

Finalmente, para alcanzar la configuración con el Señor Jesús, la caridad es importantísima, ya que, “cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).  La caridad es abrirse al hermano, al otro, para amarle, servirle y ayudarle. El amor a Dios y al amor al prójimo son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma moneda. Constantemente el Papa Francisco nos urge a descubrir al otro como un don, y a no ser indiferentes a sus necesidades y sufrimientos.

Oremos para que el Perú sane de la violencia

Los invito a todos a que durante la Cuaresma intensifiquemos la oración, el ayuno, y la limosna, para pedirle al Señor que sane a nuestro país del mal de la violencia, del terrorismo, de los enfrentamientos, de la destrucción, y de la muerte de hermanos nuestros. Estas poderosas armas espirituales que están a nuestro alcance, pueden cambiar el curso de los dolorosos acontecimientos actuales que vivimos.

La oración, el ayuno, y la caridad, son armas espirituales muy poderosas que pueden librar al Perú de los males que hoy lo afligen, porque para Dios nada es imposible (ver Lc 1, 37). 

Recemos siempre pero especialmente hoy por el Papa Francisco

Hoy 22 de febrero, también hacemos memoria de la fiesta de la “Cátedra de San Pedro”. Esta celebración, que se remonta al siglo IV de la era cristiana, tiene la finalidad de honrar el primado y la autoridad del Apóstol Pedro, el primer Papa, y sus sucesores.

Esta celebración recuerda la potestad conferida por Cristo a quien es su “Vicario en la tierra”, tal como consta en el Evangelio: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades (Infierno) no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19).

Por ello, hoy también rendimos sentido homenaje y filial adhesión al Pedro de hoy, a Su Santidad Francisco. Nuestra total y explícita adhesión a su persona y a su Magisterio, ya que como Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles”.[3]  Su Magisterio es guía segura para toda persona humana que anhela ser feliz y salvarse, y para toda nación y sociedad que quiere construir su convivencia social en justicia y reconciliación. Oremos por la salud, intenciones y santidad del Santo Padre.

Santa María, modelo para vivir la Cuaresma

Que María Santísima, Madre y perfecta discípula de su divino Hijo Jesús, maestra de vida espiritual para todo cristiano, nos guíe y eduque durante el ejercicio de la Santa Cuaresma.

Que, como Virgen Oyente, nos ayude a acoger con fe la Palabra de Dios. Que, como Virgen Orante, nos enseñe a vivir el encuentro personalizante con su Hijo Jesús en la oración. Que, como Virgen-Madre, nos guíe en nuestra configuración con Cristo. Que, como Virgen Oferente, haga que nuestras vidas sean siempre una ofrenda agradable a Dios, y una donación de amor a nuestros hermanos.[4] Amén. 

San Miguel de Piura, 22 de febrero de 2023
Miércoles de Ceniza – Inicio de la Cuaresma

[1] San Agustín, Sermón 82.

[2] S.S. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus Carita est, n. 1.

[3] Constitución Dogmática, Lumen Gentium, n. 23.

[4] Ver San Paulo VI, Exhortación Apostólica Marialis Cultus, nn. 17-20.

Puede descargar el archivo PDF conteniendo esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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