Homilías

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL III DOMINGO DE CUARESMA 2023

“El encuentro entre dos sedientos”

III Domingo de Cuaresma

El Evangelio de este III Domingo de Cuaresma, nos presenta el encuentro de vida entre el Señor Jesús y la mujer samaritana junto al pozo de Sicar (ver Jn 4, 5-42). Es un pasaje evangélico extenso, pero sumamente hermoso y aleccionador, porque nos revela a Jesús como el “agua viva”, capaz de saciar la sed de Dios que tiene el corazón humano.

El encuentro entre dos sedientos

Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que nuestro Evangelio dominical nos presenta el encuentro entre dos sedientos.

Por un lado, al Señor Jesús, quien además de su sed física, fruto de su arduo caminar proclamando el Reino de Dios, tiene sobre todo sed de la salvación del ser humano: “Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador” (Jn 4, 35-36).

Y del otro, la samaritana, una mujer pecadora e insatisfecha, que había tenido cinco maridos, y el hombre que ahora tenía no era marido suyo (ver Jn 4, 18). Esta mujer tiene sed de encontrar la paz del corazón y el verdadero sentido de la vida: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed” (Jn 4, 15). 

Con suma paciencia y pedagogía, Jesús conducirá poco a poco a la samaritana a que vaya descubriendo el misterio de quién es Él, hasta que, iluminada por el don de la fe, comprenda que sólo Él puede saciar su sed de paz, de felicidad, y de vida eterna: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado agua viva” (Jn 4, 10).

En efecto, es muy interesante el itinerario de fe que recorre la samaritana. Primero reconoce a Jesús como un judío: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos)” (Jn 4, 9). Después lo reconocerá como un profeta, cuando el Señor le hable del agua viva que sólo Él es capaz de dar (ver Jn 4, 10-15), y la enfrente con su historia personal, no condenándola, pero sí hablándole con claridad de su vida de pecado: “Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad. Le dice la mujer: Señor, veo que eres un profeta” (Jn 4, 17-19). Más adelante lo reconocerá como el Mesías esperado, y finalmente lo confesará como el Salvador del mundo junto con todo su pueblo de Sicar: “Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo. Jesús le dice: Yo soy, el que te está hablando” (Jn 4, 25-26)…“Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo lo que he hecho...Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que Éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 39.41-42).

La Cuaresma es un tiempo apropiado para redescubrir y conocer más a Jesús. Es un tiempo propicio para profundizar en el misterio de su Persona, y comprender que sólo Él, es el “agua viva” capaz de saciar nuestra sed de felicidad y de eternidad. El agua que Jesús da, es la única que sacia el anhelo de todo hombre, bellamente expresado por el salmista: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?” (Sal 42, 3). En cambio, cuando nos alejamos de Cristo y dejamos de beber de Él (ver Jn 7, 37), “nuestra carne está reseca, agostada, sin agua” (Sal 62, 2).  

El día de hoy, nos acompañan nuestros hermanos catecúmenos, es decir, “aquellos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan explícitamente ser incorporados a la Iglesia, y que por este mismo deseo, así como también por la vida de fe, esperanza y caridad que llevan, están unidos a la Iglesia, que los acoge ya como suyos”.[1] Nuestros catecúmenos vienen realizando estos Domingos de Cuaresma sus escrutinios, camino a recibir el Santo Bautismo, en la Noche de Pascua.

Queridos catecúmenos: Ustedes creen en Cristo, y esa fe en Él, es la que los llevará a beber de Él, el día de su Bautismo, y así recibir un agua que se convertirá en ustedes en una fuente que saltará hasta la vida eterna (ver Jn 4, 14).

Para los que ya hemos recibido el Santo Bautismo, nos viene muy bien el Evangelio de Jesús y la samaritana, porque a pesar de estar ya bautizados, quizás hemos perdido con el tiempo la capacidad del encuentro personal con el Señor, y se ha debilitado en nosotros el don de la fe, y con ello, la certeza de saber que Jesucristo es nuestro único Salvador, la única “agua viva”. Por eso, como lo hizo con aquella mujer de Samaria, Jesús nos dirige hoy su palabra con el anhelo de tener un encuentro personal con nosotros, y así darse a conocer de manera renovada en nuestras vidas. Muy probablemente el Evangelio no menciona el nombre de aquella mujer samaritana, para que todos nos veamos reflejados en ella.

Que la Cuaresma sea un tiempo para un renovado encuentro personal con Jesús quien se hace el encontradizo con nosotros, para que tomemos conciencia de que en verdad somos nosotros los sedientos de aquella agua que sólo Él es capaz de darnos. Curiosamente será en la Cruz donde el Señor volverá a manifestar la sed que tiene de nuestra fe y de nuestra salvación cuando exclame: “Tengo sed” (Jn 19, 23). La sed de Jesús crucificado, no era sólo una sed de extrema necesidad física provocada por la pérdida de sangre. “Su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea…Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él» (San Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus 64, 4)”.[2]

¿Nos consume la sed de alcanzar a los pecadores?

Es confortador ver a Jesús sediento de nuestro corazón, de nuestra conversión, y de nuestra fe en Él. Pero preguntémonos: Y yo, ¿tengo sed de Él? ¿Tengo sed de su misericordia, de su perdón, de su gracia, de su amistad y de su amor?   

Más aún, como discípulo suyo, ¿soy testigo de su misericordia divina? Es decir, ¿busco a aquel hermano que vive en el pecado para ayudarlo a salir de él? Cómo Jesús, ¿venzo mis respetos humanos y prejuicios, y me acerco a los pecadores necesitados de reconciliación como Él lo hizo con una mujer samaritana a pesar de ser un judío? A Jesús lo consume la sed de alcanzar a los lejanos, a los pecadores para salvarlos. ¿Me consume a mi esa misma sed? ¿Trabajamos por la salvación de los demás, y de esta manera cooperamos en el crecimiento del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia?

La samaritana corrió a la ciudad para anunciar: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo (el Mesías)? Salieron de la ciudad e iban donde Él” (Jn 4, 29-30); y añade bellamente el relato evangélico de San Juan que, todos terminaron abriéndose al don de la fe: “Nosotros mismos hemos oído y sabemos que Éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 42).

Como la samaritana, ¿sentimos la urgencia de anunciar a Cristo como el único Redentor del mundo, ayer, hoy, y lo será siempre? ¿Comprendemos que sin Él no podremos jamás ser salvados de la esclavitud del pecado, y aspirar a una vida personal y social feliz y libre de todo mal? ¿Qué sin Él no hay vida eterna?  

Escuchemos para terminar lo que nos dice a propósito de nuestro episodio evangélico de hoy, el Papa Francisco:

“El Evangelio dice que los discípulos quedaron maravillados de que su Maestro hablase con esa mujer. Pero el Señor es más grande que los prejuicios, por eso no tuvo temor de detenerse con la samaritana: la misericordia es más grande que el prejuicio. ¡Esto tenemos que aprenderlo bien! La misericordia es más grande que el prejuicio, y Jesús es muy misericordioso, ¡mucho! El resultado de aquel encuentro junto al pozo fue que la mujer quedó transformada: «dejó su cántaro» (Jn 4, 28) con el que iba a coger el agua, y corrió a la ciudad a contar su experiencia extraordinaria. «He encontrado a un hombre que me ha dicho todas las cosas que he hecho. ¿Será el Mesías?» ¡Estaba entusiasmada! Había ido a sacar agua del pozo y encontró otra agua, el agua viva de la misericordia, que salta hasta la vida eterna. ¡Encontró el agua que buscaba desde siempre! Corre al pueblo, aquel pueblo que la juzgaba, la condenaba y la rechazaba, y anuncia que ha encontrado al Mesías: uno que le ha cambiado la vida. Porque todo encuentro con Jesús nos cambia la vida, siempre. Es un paso adelante, un paso más cerca de Dios. Y así, cada encuentro con Jesús nos cambia la vida. Siempre, siempre es así”.[3]

San Miguel de Piura, 12 de marzo de 2023
III Domingo de Cuaresma

[1] Código de Derecho Canónico, canon 206 § 1.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2560.

[3] S.S. Francisco, Angelus, 23-III-2014.

Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo Metropolitano AQUÍ

Compartir: