Homilías

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA EN LA SANTA MISA CRISMAL 2022

SANTA MISA CRISMAL 2022

“Nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia” (2 Tim 1, 9).

Con auténtica alegría espiritual, nos reunimos esta mañana para celebrar en plena Semana Santa, la Misa Crismal, donde el obispo, rodeado de su presbiterio y de su pueblo, consagra el Santo Crisma y bendice los óleos de los Enfermos y de los Catecúmenos, que luego serán la materia de varios sacramentos para toda nuestra Iglesia particular. A través del uso de ellos y, particularmente del Crisma, se expresa la vida y la fuerza del Espíritu Santo, que irrumpe en el cristiano con la misma suavidad y efectos benéficos con que lo hacen estos óleos o aceites.    

Asimismo, en la Misa Crismal se pone también de relieve la unidad eclesial en torno al obispo y el origen pascual de todos los sacramentos. Quiero agradecer esta mañana la numerosa presencia de los sacerdotes de Piura y Tumbes, quienes unidos en torno a su Pastor, quieren expresar la comunión de vida con aquel que, por ser sucesor de los Apóstoles, está llamado a ser principio de fe y de unidad en la comunidad diocesana, como un sacramento visible de la presencia del  Señor Jesús en medio del Santo Pueblo Fiel de Dios.

Igualmente, quiero agradecerles sus diversas muestras de cariño y adhesión con motivo de la reciente celebración de mi vigésimo aniversario de ordenación episcopal. Dios ha sido bueno conmigo en todos estos años. Siempre he tratado de servirle a Él y a su Iglesia según el máximo de mis capacidades y posibilidades, aunque reconozco que no siempre he estado a la altura de su Amor, y por ello pido perdón. Todo lo bueno que he podido realizar ha sido obra suya. Todo lo malo, es culpa mía. Como lo hiciera hace veinte años atrás, me encomiendo a su infinito amor, y todo lo pongo en manos del Corazón Inmaculado de María, de San José y de San Miguel Arcángel. Recen siempre por mí, para que sea fiel al ministerio apostólico confiado a mi humilde persona, y sea imagen, cada vez más viva y perfecta, de Cristo sacerdote, buen pastor, maestro y siervo de todos.

En el marco de esta Misa Crismal, los sacerdotes de Piura y Tumbes renovarán sus promesas sacerdotales, aquellas que hicieron un día ante su obispo y ante el Santo Pueblo Fiel de Dios. Es bueno que lo hagan, porque de esta manera frente al misterio de su vocación, el sacerdote, como lo subraya el Papa Francisco, se vuelve una persona memoriosa, alegre, y agradecida. Memoriosa, porque a pesar de los años transcurridos, nunca olvida la hora en que fue tocado por la mirada del Señor. Alegre, porque es consciente del amor fiel de Jesús en su vida, quien sin mérito alguno lo ha llamado a su compañía para que sea su sacerdote. Agradecida, porque como le rezaba San Francisco Solano a Jesús: “¿Qué tengo yo que Tú no me hayas dado? ¿Qué sé yo que Tú no me hayas enseñado?”.

Queridos sacerdotes que la renovación de nuestras promesas sacerdotales en esta Semana Santa, rejuvenezca en nosotros nuestra vocación sacerdotal, conforme a lo que exclama el Salmista: “Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud” (Sal 42, 4).

Como testifica San Marcos cuando nos relata la vocación de los Doce Apóstoles, el Señor, “llamó a los que Él quiso” (Mc 3, 13). El sacerdocio se fundamenta, ante todo, y sobre todo, en una iniciativa de Jesús. Llamó a los que Él quiso, no a los que lo deseaban, apetecían o anhelaban, como quien reclama un derecho porque piensa que se lo merece. No existe el derecho al sacerdocio. Esta vocación no se escoge como se hace con un oficio o profesión. Aquel que como nosotros ha escuchado la llamada de Jesús y le ha respondido, sabe muy bien que, por pura gratuidad y sin merito alguno, Él me ha querido y llamado a ser su sacerdote. Por ello, la gracia del sacerdocio se debe vivir siempre como sobreabundancia de misericordia, y la misericordia es la absoluta gratuidad de Dios que nos ha elegido. Les pido que, a la hora de renovar las promesas sacerdotales, además de hacerlo conscientemente, lo hagan con muchísima humildad, porque como afirma el Apóstol San Pablo, el Señor, “nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia” (2 Tim 1, 9).

San Marcos en el pasaje de la elección de los Apóstoles, señala además el propósito de la elección del Señor: Los llamó, “para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (Mc 3, 14-15).

“Para que estuvieran con Él”. Sólo a través de la oración diaria y perseverante, el sacerdote es capaz de encontrar una y otra vez su vocación para vivirla diariamente en fidelidad y santidad, dando así gloria a Dios. Bien podemos afirmar que la oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración, porque a través de ella el ministro sagrado establece una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor. “Estar con Él”, permanecer con Cristo en la oración, debe constituir siempre el elemento central del ministerio sacerdotal.

Pero Jesús nos llamó además para enviarnos a “predicar con poder de expulsar los demonios”. Predicación y potestad, palabra y sacramento, son entonces las dos columnas fundamentales de nuestro sacerdocio. Queridos sacerdotes: ¿Puede haber en nuestra vida sacerdotal algo más urgente y necesario que predicar la Palabra de Dios y administrar los sacramentos? ¿Puede haber algo más importante que anunciar la Buena Nueva a una humanidad, hoy más que nunca, hambrienta de la verdad y de auténticos maestros de la fe de la Iglesia? ¿Puede haber algo más imperioso en nuestra vida sacerdotal que pronunciar como propias aquellas mismas palabras que sólo le pertenecen a Jesús, y que por el misterio de nuestra ordenación sacerdotal podemos repetir como otros Cristos: “Yo te absuelvo”; “Esto es mi Cuerpo”; Esta es mi Sangre”? Si nos detenemos atentamente a considerar las preguntas del Rito de la Renovación de las Promesas Sacerdotales, observaremos que éstas se centran en preguntarnos por estas dos columnas fundamentales de nuestra vocación: Palabra y Sacramento.

Por eso, nada hay más urgente en nuestra vida sacerdotal que yo sacerdote, siguiendo el ejemplo de Jesús, me ponga a enseñarles con calma a los hombres y mujeres de hoy la fe de la Iglesia (ver Mc 6, 34), quienes andan sacudidos por las modas de pensamiento y de estilos de vida antievangélicos. Asimismo, nada hay más apremiante en nuestra vida sacerdotal que, actuando “según la persona de Cristo”, (“in persona Christi capitis”), yo sacerdote, derrame el perdón de Dios en el corazón de mis hermanos, y en la Santa Misa haga presente el Amor del Calvario, un Amor indestructible, capaz de expulsar al demonio, de curar el mal, y de transformarlo todo dando vida eterna. El hombre de hoy tiene un gran deseo y necesidad en relación con el sacerdote: Que éste le dé a Cristo, en el pan de su Palabra de vida eterna, en el Pan eucarístico donde Él está realmente presente.

Queridos sacerdotes: Recientemente el Papa Francisco, nos ha pedido cultivar en nuestra vida sacerdotal cuatro cercanías: La cercanía con Dios, la cercanía con el obispo, la cercanía entre los sacerdotes, y la cercanía con el Pueblo. Cercanía con Dios: Porque, “la relación con Dios es, por decirlo así, el injerto que nos mantiene dentro de un vínculo de fecundidad. Sin una relación significativa con el Señor nuestro ministerio está destinado a ser estéril”.[1]  Cercanía con el obispo, la cual exige de parte de los presbíteros obediencia, respeto y oración por su obispo, pero que también le exige al obispo humildad, capacidad de escucha, de autocrítica, y de dejarse ayudar por parte de sus presbíteros y del Pueblo de Dios que le ha sido confiado.

Cercanía entre los sacerdotes, la cual supone vivir la auténtica fraternidad sacerdotal. Para ello hay que superar el individualismo, la indiferencia, las envidias, y sobre todo la murmuración. Hay que tener presente que murmurar es matar, porque, “cuando usamos la lengua para hablar mal del hermano y de la hermana, la usamos para matar a Dios, porque la imagen de Dios está en nuestro hermano, en nuestra hermana; destruimos esa imagen de Dios”.[2] Y esto es aún más grave cuando se levantan falsos testimonios y se urden intrigas y confabulaciones.

Más bien, hay que cultivar entre nosotros la amistad, que es optar por ser santos junto con mis demás hermanos sacerdotes, sintiéndonos responsables de ellos, estando dispuestos a cargar sus pesos, y en cierto modo, a sufrir con ellos, sirviéndolos con amor. La fraternidad sacerdotal nunca busca el propio interés, no deja espacio a la ira o al resentimiento, sino más bien, sabe perdonarlo todo.

Con el Papa Francisco les recuerdo: “Ahí donde funciona la fraternidad sacerdotal, la cercanía entre sacerdotes, hay lazos de auténtica amistad, también es posible vivir con más serenidad la elección del celibato. El celibato es un don que la Iglesia latina custodia, pero es un don que para ser vivido como santificación requiere relaciones sanas, vínculos de auténtica estima y de genuina bondad que encuentran su raíz en Cristo. Sin amigos y sin oración el celibato puede convertirse en un peso insoportable y en un anti-testimonio de la hermosura misma del sacerdocio”.[3]

Finalmente, cultivar la cercanía con el Pueblo, la cual brota como fruto hermoso y fecundo de las anteriores cercanías. El sacerdote que verdaderamente está cerca de su pueblo, sabe como Jesús, el verdadero Buen Samaritano, reconocer, ungir y vendar las heridas de sus ovejas, y es como el Señor, compasivo y misericordioso, tierno y sensible ante el sufrimiento y las necesidades del pueblo que le ha sido confiando. “Es clave recordar que el Pueblo de Dios espera encontrar «pastores» al estilo de Jesús, y no tanto clérigos de estado… pastores que sepan de compasión, de oportunidad; hombres con coraje capaces de detenerse ante el caído y tender su mano; hombres contemplativos que en la cercanía con su pueblo puedan anunciar en las llagas del mundo la fuerza operante de la Resurrección”.[4]

Quisiera concluir esta homilía en este día del Sacerdocio, con una oración a María Santísima, por todos nuestros sacerdotes de la Arquidiócesis:  

Madre de Cristo,
Sumo y Eterno Sacerdote,
fuente de reconciliación para el mundo.
Derrama sobre nosotros su luz, su amor, su perdón.
Madre de la Vocación, Madre de los sacerdotes;
hazlos puros, hazlos limpios, vibrantes en la oración.
Hazlos fuertes en la esperanza, firmes en el amor,
fuentes vivas, llamas nuevas, murallas de la ciudad de Dios.
Haz que sean santos y siempre sacerdotes
según el Corazón de Jesús, tu divino Hijo. Amén.

San Miguel de Piura, 12 de abril de 2022
Martes Santo – Misa Crismal

[1] S.S. Francisco, Discurso por una Teología Fundamental del Sacerdocio, 17-II-2022.

[2] S.S. Francisco, Homilía Casa Santa Marta, 13-IX-2013.

[3] S.S. Francisco, Discurso por una Teología Fundamental del Sacerdocio, 17-II-2022.

[4] Ibidem.

Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo desde AQUÍ

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