Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO 2023

“Dárselo todo a Jesús, para encontrarlo todo en Él”

Domingo XIII del Tiempo Ordinario

Hoy Domingo XIII del Tiempo Ordinario, seguimos meditando en el capítulo 10 del Evangelio según San Mateo. El pasaje de hoy (ver Mt 10, 37-42), comienza con una afirmación del Señor que nos puede parecer dura, por no decir exagerada, e injusta: “El que ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de Mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por Mí, la encontrará” (Mt 10, 37-39).  

Jesús nos exige un amor total

Lo primero que llama la atención de las palabras del Señor, es que Jesús exige para Sí un amor total, como aquel que es debido a Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc 12, 30). Pero ello no debería sorprendernos, y menos escandalizarnos, porque el Señor Jesús, es el Hijo de Dios, de manera que cuando amamos a Cristo por encima de todos y de todo, amamos al verdadero y único Dios. Así lo confesamos todos los domingos cuando proclamamos nuestra Fe, rezando el Credo: “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Por tanto, y según el primer mandamiento, debemos amar a Jesús con todo nuestro ser, y por encima de todo y de todos. 

Los vínculos familiares son muy importantes, pero no son absolutos

Ciertamente, todo hijo debe amar y respetar a sus padres. “Dicho amor y respeto se expresa en la obediencia, ya que los padres han recibido de Dios la autoridad y la vocación de cuidar a sus hijos hasta que éstos puedan valerse por sí mismo. Cuando los hijos llegan a ser adultos, cesa la obediencia a los padres, mas no el respeto, que permanece para siempre”.[1]

Ahora bien, hay circunstancias en la vida, sobre todo en la vocación, es decir, en el llamado particular del Señor Jesús a una vida sacerdotal o consagrada, donde pueden surgir conflictos entre el amor paternal o filial, y el amor a Cristo. Por ejemplo, cuando un padre o una madre se oponen a la vocación sacerdotal o consagrada de su hijo, o cuando un hijo o una hija están tan apegados a sus padres que, ante el llamado del Señor, se resisten y terminan cerrándose.

Si bien es comprensible que los padres quieran tener cierta seguridad de la autenticidad del llamado vocacional de sus hijos, lo que no es correcto, es que se opongan a este llamado, y terminen siendo rivales de Dios. Los padres deben respetar la llamada del Señor en la vida de sus hijos, y apoyar la respuesta de ellos para seguir a Jesús. Así lo afirma con claridad el Catecismo de la Iglesia Católica cuando nos enseña: “Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (ver Mt 16, 25): «El que ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí» (Mt 10, 37)…Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal”.[2]

Tengan la certeza los padres de familia, de que si Jesús ha prometido una recompensa para todo aquel que dé un vaso de agua a uno de sus discípulos (ver Mt 10, 42), mayor será el premio que un padre y una madre de familia recibirán en esta vida y en la eterna, si supieron alentar y apoyar el llamado particular del Señor, en la vida de sus hijos.    

Como decíamos, la enseñanza de Jesús de amarlo por encima de todo, incluso por encima de los padres y de los hijos, puede resultarnos chocante y hasta exagerada, pero en verdad no lo es, y no sólo porque a Dios hay que amarlo con todo nuestro ser (ver Dt 6, 5; Mateo 22, 37-39), sino porque el amor al Señor, ordena, purifica, y hace recto los demás amores de la vida.

Es decir, cuando el amor a Cristo es la fuerza dominante en nuestro corazón, este amor hace más auténtico, noble y puro todos los demás amores que tengamos en la vida, como el amor a mi esposa o a mi esposo, a mis hijos o a mis padres, a mis hermanos y a mis amigos.

Hacernos cada día más dignos de Cristo

En el Evangelio de hoy, el Señor nos habla de hacernos dignos de Él. La pregunta surge espontáneamente: ¿Cómo? Ciertamente y como hemos visto, poniéndolo en el primer lugar de nuestro corazón. Pero para poner a Jesús en el primer lugar de nuestro corazón, y así ser dignos de Él, el camino es la obediencia de la fe: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Y en otro momento nos dijo claramente: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que Yo les mando” (Jn 15, 14).

Se trata entonces de escuchar la Palabra del Señor, y como Santa María, los Apóstoles y los Santos, acogerla sin resistencia alguna y vivirla con radicalidad. Sólo así seremos dignos del amor del Padre y de la amistad de Cristo. Ésta, es una tarea constante en nuestra vida cristiana, que sólo culminará el día de nuestra muerte. Por ello, y en activa cooperación con la gracia, debemos esforzarnos diariamente por conformar nuestra vida con su Palabra y voluntad, a través de un proceso de conversión perseverante, viviendo cotidianamente la dinámica de cruz, porque no hay cristianismo sin cruz, es decir, no hay posibilidad de alcanzar la vida sino morimos cada día a nuestro pecado, a nuestro hombre viejo, si no nos dejamos crucificar con el Señor. Por eso Jesús nos dice hoy: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de Mí” (Mt 10, 38). “Se trata de seguirlo por el camino que Él mismo ha recorrido, sin buscar atajos. No hay amor verdadero sin cruz, es decir, sin un precio a pagar en persona”.[3]

El gana – pierde

Finalmente hay una última enseñanza de Jesús en el Evangelio de este Domingo que no podemos dejar de considerar, y es cuando el Señor nos dice: “El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por Mí, la encontrará” (Mt 10, 39).

Pareciera que Jesús nos presenta una paradoja o un juego de palabras que, en verdad no lo es. ¿Cómo entender esta enseñanza de Jesús? El Señor se refiere a que debemos estar siempre dispuestos a seguirlo decidida y absolutamente, aunque ello signifique “perder” al estilo del mundo: Perder dinero, perder poder, dejar de recibir honores, renunciar a comodidades, e incluso a nuestra tranquilidad. Nuestra fidelidad a Él debe ser siempre el valor supremo de nuestra vida. Pero si bien podemos “perder” al estilo del mundo, el seguimiento incondicional de Cristo es lo que nos hace realmente “ganar”, porque sólo Él es la fuente de la felicidad que no pasa, y el único que nos da la vida eterna. Sólo Jesús es capaz de saciar los anhelos más profundos del corazón humano.

Perderlo todo por Él, es ganarlo todo en Él. “Quien deja entrar a Cristo en su vida, no pierde nada, nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera”.[4]

Que María Santísima, la Mujer del todo y para siempre, Aquella que no se aferró a su Divino Hijo, sino que más bien lo ofreció en el Altar de la Cruz por nuestra salvación, nos enseñe a todos, pero especialmente a los padres, en unión con sus hijos, a dárselo todo a Jesús, para encontrarlo todo en Él.      

San Miguel de Piura, 02 de julio de 2023
XIII Domingo del Tiempo Ordinario

[1] Catecismo de la Arquidiócesis de Piura, ”Firmes en la Fe, sed Fuertes” – PIUCAT, n. 242.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2232.

[3] S.S. Francisco, Angelus, 28-VI-2020.

[4] S.S. Benedicto XVI, Homilía en el Inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma, 24-IV-2005.

Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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