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¡VEN ESPÍRITU SANTO, Y RENUEVA NUESTRO PERÚ!

Arzobispo celebró Santa Misa en la Solemnidad de Pentecostés

23 de mayo de 2021 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, nuestro Arzobispo Metropolitano Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., celebró la Santa Misa correspondiente al VIII Domingo de Pascua, en que la Iglesia Universal celebra la Solemnidad de Pentecostés, fiesta del Paráclito, nuestro Consolador y Abogado. La Iglesia nos dice que hoy es el tiempo de la consolación, del gozoso anuncio del Evangelio, de llevar la alegría del Resucitado. Es el tiempo para derramar amor sobre el mundo; y es el tiempo de la misericordia.

A continuación compartimos la Homilía completa pronunciada hoy por nuestro Arzobispo:

¡Ven Espíritu Santo, y renueva nuestro Perú!

Celebramos hoy la hermosa solemnidad de Pentecostés que es la cumbre o cúspide del año litúrgico, porque todo el año litúrgico está como orientado hacia esta fiesta del Espíritu Santo, porque será Él quien continúe la obra de la salvación realizada por el Señor Jesús en la Iglesia y en el mundo.   

Pero, ¿Quién es el Espíritu Santo a quién un renombrado teólogo alguna vez llamo “El Gran desconocido”?[1] El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, es el Amor, la comunión que brota eternamente de la unidad entre el Padre y el Hijo, o mejor dicho el Amor y la comunión que brota del don recíproco del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. El Espíritu Santo es entonces la fuerza personal de unidad que los impulsa y que a la vez da consistencia a su entrega mutua.

En palabras del mismo Jesús, el Espíritu Santo es un Don tan valioso que por eso afirma que, “os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré” (Jn 16, 7). Y, ¿por qué el Espíritu Santo es tan valioso? En primer lugar, porque Él es el Espíritu de la Verdad que da testimonio de Cristo, es decir es aquel que nos revela la verdadera identidad de Jesucristo y la verdad de toda su enseñanza.

Este testimonio lo da el Espíritu Santo en nuestros corazones por eso San Pablo afirma: “Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino en el Espíritu Santo” (1 Cor 12, 3). En segundo lugar, lo que hace valioso al Espíritu Santo, es que Él tiene también la misión de llevarnos a la verdad completa, por eso el Señor Jesús dijo: “Mucho tengo todavía que deciros, pero por ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, Él os guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir” (Jn 16, 12-13). Solamente quien ha recibido al Espíritu de la Verdad puede comprender la enseñanza de Cristo y ser testigo de ella en la Iglesia y en el mundo. Sólo con el don del Espíritu, podemos comprender el misterio de Cristo, su enseñanza, y así ser sus testigos.  

El Espíritu Santo es aquel que anima la vida apostólica de la Iglesia. Efectivamente en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles de la liturgia de hoy (Hch 2, 1-11), vemos al Espíritu descendiendo con una fuerza extraordinaria sobre los discípulos en compañía de María. En forma de viento impetuoso y de llamaradas de fuego, los saca de su encierro y los hace capaces de anunciar a todo el mundo la Buena Nueva del Señor Jesús, con sabiduría y valor, hasta el extremo que entregarán sus vidas anunciando el Evangelio. El Espíritu Santo es aquel que pone en movimiento, desde Pentecostés hasta la Parusía, nuestras energías más profundas, vivificándolas y dirigiéndolas en orden a que realicemos la misión que Jesús ha confiado a su Iglesia: “Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado” (Mt 28, 19-20).

En orden a que podamos realizar bien esta misión de anunciar el Evangelio de Cristo, el Espíritu del Señor será el “Parákletos”, es decir, el “Consolador”, quien nos enseñará toda la Verdad, tomándola de la riqueza de la palabra de Cristo, para que nosotros, a su vez, la comuniquemos a todos los hombres.     

Es asombroso constatar que el acontecimiento de gracia de Pentecostés ha seguido produciendo a lo largo de los siglos hasta nuestros días frutos maravillosos, suscitando por doquier ardor evangelizador y compromiso de amar y servir con absoluta entrega a Dios y a los hermanos. También hoy el Espíritu impulsa en la Iglesia pequeños y grandes gestos de perdón y profecía, y da vida a carismas y dones siempre nuevos, que atestiguan su incesante acción en el corazón del hombre.

El Evangelio de hoy (ver Jn 20, 19-23) nos muestra que Pentecostés está estrechamente unido a los misterios de la Encarnación y de la Pascua. Efectivamente, Pentecostés es fruto del Calvario y de la Resurrección: Jesús murió para comunicarnos el Espíritu Santo, y resucitó para darnos el Espíritu Santo.

San Juan nos cuenta que Jesús resucitado acude al Cenáculo donde los discípulos están encerrados por miedo a los judíos. Pero como para el Señor no hay obstáculo que no se pueda superar, colocándose en medio de ellos les dice: “Paz a vosotros. Dicho esto les mostró las manos y el costado” (Jn 20, 19).

El Señor resucitado manifiesta así el vínculo que hay entre sus llagas y los dones que va a dar a sus discípulos. La paz que les da es fruto de su victoria sobre el pecado y la muerte. Esto vale también para el don del Espíritu Santo: “Y soplando sobre ellos les dijo: Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados y a quienes se los retengan les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23). Jesús, con la fuerza del Espíritu Divino, instituye así el sacramento de la reconciliación, sacramento del perdón y de la misericordia. 

El soplo del Señor transmite el Espíritu. Así como en la creación del hombre, Dios sopló su Espíritu sobre el barro que había moldeado dándole vida, su misma vida (ver Gen 2, 7), así del mismo modo Jesús sopla sobre sus discípulos para indicar que su misterio pascual ha dado lugar a una nueva creación: La del hombre liberado del pecado, hecho hijo de Dios en Cristo, heredero de la vida eterna, capaz de construir en el mundo la ansiada Civilización del Amor.

Por eso hoy, con más conciencia y decisión que nunca, a la hora de la Profesión de nuestra Fe con el rezo del Credo digamos: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”. Sí, creo en el Espíritu Santo que purifica, santifica, da impulso e infunde verdad, alegría, paz, y amor.

¿Qué enseñanzas nos deja la fiesta de Pentecostés? La primera, que debemos ser más conscientes de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas, para así ser más dóciles a su acción en nuestros corazones y ser animados por el Amor que es Él.

Los actuales momentos que atravesamos exigen de nosotros vivir intensa y eficazmente la caridad con todos, pero especialmente con los que más sufren y para ello nos ayuda el Espíritu de Amor.

En segundo lugar, elevarle nuestra oración de súplica incesante porque el vacío del hombre y el poder del pecado y del mal es muy grande cuando Él no envía su aliento.

Por eso, como lo hacían Santa María y los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús (ver Jn 14, 18), no dejemos de repetir:

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Ven, porque el momento que vivimos es dramático y doloroso.

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Sana a nuestros enfermos, fortalece a nuestros médicos, enfermeras, y sacerdotes.

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Tú que eres aliento de Vida detén la pandemia, enjuga las lágrimas y reconforta a los que están en duelo.   

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Riega esta tierra nuestra con los dones de la salud, la vida, y la alegría.

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Tú que descendiste sobre María y los Apóstoles en forma de llamaradas de fuego y les diste el don de lenguas, haznos capaces de comunicar la Palabra de Jesús, que es la única palabra capaz de consolar, fortalecer y renovar la esperanza.

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Tú que eres el Espíritu de la Verdad, en esta hora de nuestra Patria, desenmascara la mentira ahí donde ésta se encuentre, así como sus manifestaciones, como son la hipocresía, el engaño y la manipulación, y más bien ábrenos a la Verdad que nos lleve a buscar siempre el bien común y la grandeza del Perú.  

“Ven, Espíritu Santo, ven”. Haznos instrumentos de tu Amor, de ese Amor que procede del Padre y del Hijo, de ese Amor que es fuego, pero un fuego que no destruye, sino que da calor, certeza y alivio. De un fuego que brilla e ilumina, pero no quema. De un fuego que disipa las tinieblas de las ideologías de odio y de muerte. Amén

¡Ven Espíritu Santo, y renueva la faz de la Tierra!
¡Ven Espíritu Santo, y renueva nuestro Perú! 

San Miguel de Piura, 23 de mayo de 2021
Solemnidad de Pentecostés


[1] Ver Antonio Royo Marín O.P., El Gran Desconocido. El Espíritu Santo y sus Dones; Biblioteca de Autores Cristianos, Sexta Edición 1987.

Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver el vídeo de la Santa Misa de hoy AQUÍ

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