07 de agosto de 2022 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, XIX Domingo del Tiempo Ordinario, nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., presidió la Santa Misa en la Basílica Catedral de nuestra ciudad, la cual fue especialmente ofrecida en acción de gracias al Señor por el don de la vida de Monseñor Erasmo Hinojosa Hurtado, quien fue el cuarto obispo y el primer Arzobispo de Piura, con ocasión de conmemorarse los 45 años de su llamado a la Casa del Padre. Así como por Monseñor Federico Richter Fernández-Prada, quien fue Obispo Auxiliar de Piura y Arzobispo de Ayacucho, con ocasión de conmemorarse los 11 años de su llamado a la Casa del Padre. Participaron de la Santa Misa, la Sra. Goya Aida Hinojosa Valdivia, hermana de Monseñor Hinojosa, así como sus sobrinos nietos, Mercedes Medina Cruz, Lourdes Chero Medina y Walter Cortez Medina, del mismo modo el Mg. William Zapata Jiménez, Secretario General de la Universidad de Piura.
En la Eucaristía también estuvieron presentes los oficiales, suboficiales y personal de tropa, de nuestra Gloriosa Policía Nacional del Perú, tanto en situación de actividad como de retiro, que han formado parte de la Ex Guardia Republicana del Perú, al cumplirse hoy el 103° Aniversario de su creación. Ellos asistieron presididos por el Señor General Policía Nacional del Perú (PNP), Edward Rando Espinoza López, Jefe de la Macrorregión Policial Piura, quien estuvo acompañado del Coronel PNP, Jaime Antonio Flores Arroyo, Jefe de la Región Policial Piura, y de una delegación de alumnos de la Escuela de Educación Superior Técnico Profesional de la PNP en La Unión.
A continuación, compartimos la Homilía completa de nuestro Pastor:
“Un tesoro en el cielo y llamados a estar vigilantes”
El Evangelio de hoy (ver Lc 12, 32-48), desarrolla la enseñanza del Señor Jesús sobre el episodio del domingo pasado (ver Lc 12, 13-21), donde una persona le pide al Señor que le ordene a su hermano que comparta la parte de la herencia que le corresponde, lo cual dio lugar a que Jesús nos prevenga acerca de la codicia del poseer. Si hacemos memoria, se trataba de una situación dolorosa: Dos hermanos enfrentados por la ambición, es decir, por el ansia de tener.
Lamentablemente, la avidez por los bienes de este mundo puede llegar al extremo de ponerse por encima de algo tan importante y hermoso como es el amor que debe existir entre los hermanos de padre y madre. Todos nosotros conocemos, en mayor o menor medida, de algún caso así: Hermanos que se enfrentan por asuntos de dinero, o amistades que se quiebran por la misma causa. Sin lugar a dudas, la ambición por el dinero, es una de las principales causas de diferencias y enfrentamientos entre las personas.
Pero el amor desordenado al dinero y a los bienes materiales, no sólo puede llegar al extremo de enfrentar a hermanos y amigos, sino también puede llegar a anteponerse al amor debido a Dios mismo, a quien hay que amar con todo el corazón, con toda el alma, y con toda la mente. (ver Mt 22, 37).
Pensemos sino por un momento, en cuantas personas emplean hoy en día todo su tiempo, inteligencia, y esfuerzos, sólo en incrementar sus riquezas o bienes materiales, y no dedican siquiera durante el día, un solo pensamiento a Dios, que es el Creador de todos los bienes. Viven como si Dios no existiese, sólo preocupados por las cosas de aquí abajo y de cómo acumular más riquezas.
En este tipo de personas, el dinero y los bienes materiales, han desplazado al Señor de su corazón, y han terminado tristemente rindiendo culto a mammón, el dios de la avaricia. No nos olvidemos que la avaricia es uno de los siete pecados capitales[1], que consiste en el afán o deseo desordenado de poseer riquezas, bienes u objetos de valor, con la intención de atesorarlas para uno mismo.
La avaricia y la codicia son dos “hermanas” que pueden hacernos mucho daño, porque la ambición desenfrenada por las posesiones, es una enfermedad que destruye a las personas. Por eso es lícito preguntarnos esta mañana: ¿Cuál es mi actitud y comportamiento frente a las riquezas, los bienes y las posesiones? ¿He convertido al dinero en un culto y en una verdadera idolatría? Son preguntas importantes, porque la avaricia y la codicia, pueden llegar no sólo a prevalecer sobre el amor a Dios, sino incluso pueden llegar a hacerlo desaparecer, porque como afirma Jesús: “Ningún criado puede servir a dos señores…No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). San Pablo, a su vez, nos exhortará a cuidarnos de la codicia, que es una idolatría (ver Col 3, 5).
Si queremos saber si nuestro amor a Dios está vivo y es auténtico, una forma de averiguarlo es examinándonos sobre cómo vivimos la generosidad y el compartir con los demás; si tengo una actitud de desprendimiento frente a los bienes perecederos con los que Dios me ha bendecido, y si los uso, no sólo en provecho propio o de mi familia, lo cual es lícito, sino también para ayudar a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados. Por eso Jesús nos exhorta en el Evangelio de hoy: “Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc 12, 33-34).
Como decía el domingo pasado, los tesoros de la tierra son de aquí abajo y se agotan, son perecederos, es decir, como comienzan terminan. En cambio, los tesoros que acumulamos en el Cielo a través de nuestras obras de amor y de misericordia, ésos son inagotables y eternos.
No nos olvidemos que serán las obras de caridad y de misericordia las que finalmente nos abrirán las puertas de la salvación: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mt 25, 34-36).
Jesús concluye su enseñanza de hoy domingo con una parábola que subraya la importancia de estar siempre vigilantes y alertas, porque en el momento menos pensado, podemos ser sorprendidos con el misterio de nuestra muerte, o con la venida del Hijo del Hombre, al final de los tiempos.
A través de la imagen de los siervos que esperan vigilantes el regreso de su señor de una boda, Jesús nos exhorta a estar siempre en vela y preparados, “ceñidos los lomos” y con “las lámparas encendidas” (Lc 12, 35), es decir, nunca instalados aquí en esta vida en moradas cómodas y tranquilizadoras, porque por el hombre es un viador, un peregrino cuyo destino final apunta al Cielo; y por otro lado, debe tener siempre una fe viva, capaz de iluminar los momentos más oscuros de la existencia, lo cual se logra por medio de la oración perseverante, que consiste en ese encuentro diario de corazón a corazón con Jesús, y por la asidua meditación y escucha de la Palabra del Señor.
Si vivimos así, seremos merecedores de la Bienaventuranza del Evangelio de hoy: “Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 37-40).
Ante la parábola de la vigilancia, el apóstol Pedro interviene para preguntarle al Señor: “Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?” (Lc 12, 41). Con su pregunta, Pedro establece una clara diferencia entre los Doce Apóstoles, quienes siempre estaban con Jesús, y eran constantemente formados por Él, y los demás hombres. Con su respuesta, que comienza en forma de pregunta, “¿quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre?” (Lc 12, 42), Jesús reconoce que ciertamente hay una diferencia entre el grupo de los Doce, llamados a continuar con su misión salvífica, y los demás hombres. Pero es claro en advertirles que como ellos han recibido más, al final se les exigirá más. Si son fieles a los dones recibidos, recibirán mayor recompensa, pero si son infieles, el castigo que recibirán será mayor, porque, “a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más” (Lc 12, 48). Por eso, los que hemos recibido mayor autoridad, responsabilidades, talentos u oportunidades en esta vida, tendremos que dar más cuenta a Dios el día de nuestro juicio.
Para concluir, escuchemos lo que nos dice nuestro querido Papa Francisco sobre nuestro Evangelio dominical: “Cada uno de nosotros tiene la propia fecha para el encuentro definitivo. Dice el Señor: «Dichosos los siervos que el señor al venir encuentre despiertos…Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así ¡dichosos ellos!» (Lc 12, 37-38). Con estas palabras, el Señor nos recuerda que la vida es un camino hacia la eternidad; por eso, estamos llamados a emplear todos los talentos que tenemos, sin olvidar nunca que «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro» (Hb 13,14). Desde esta perspectiva, cada momento se vuelve precioso, así que debemos vivir y actuar en esta tierra teniendo nostalgia del cielo: los pies en la tierra, caminar en la tierra, trabajar en la tierra, hacer el bien en la tierra, y el corazón nostálgico del cielo”.[2]
Que Santa María, nuestra Madre del Cielo, ruegue por nosotros, sus hijos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Por eso invoquémosla siempre con confianza filial diciéndole: “Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía”.
[1] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1866.
[2] S.S. Francisco, Angelus, 11-VIII-2019.
45 años de la partida a la Casa del Padre, de Monseñor Erasmo Hinojosa Hurtado.
El pasado 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración del Señor, se conmemoraron 45 años del sensible fallecimiento de Monseñor Erasmo Hinojosa Hurtado, primer Arzobispo Metropolitano de Piura y Tumbes.
El 3 de mayo de 1961 es nombrado Obispo Coadjutor de Piura y Obispo titular de Boseta. Fue consagrado Obispo el 11 de junio del mismo año. El 6 de enero de 1963, San Juan XXIII, le confía la Diócesis de Piura, como su cuarto Obispo.
En 1965, presidió las celebraciones por las Bodas de Plata de la Diócesis y participó en la II Convocatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II. Hacia finales del Concilio Vaticano II, Mons. Hinojosa solicitó, por medio de una carta, a San Josemaría, que el Opus Dei desarrolle una labor de carácter universitario en la ciudad de Piura. Este hecho marcó el inicio de lo que hoy es la Universidad de Piura, institución universitaria con 53 años de fecunda labor entre nosotros.
El 30 de julio de 1966, por medio de la Bula “Sicut Pater Familiae”, San Pablo VI, elevó al Obispado de Piura a la condición de Arquidiócesis Metropolitana, siendo Mons. Hinojosa preconizado Arzobispo Metropolitano de Piura, y el primero en ostentar este cargo. Entre sus obras destacan la creación del Archivo Arzobispal y la organización del Primer Congreso de Historia Eclesiástica. Diseñó y publicó el Primer Plan Pastoral de la Arquidiócesis. Convocó en Chiclayo, el año 1968, a la Primera Reunión de los Obispos de las Diócesis Sufragáneas de Piura. Durante su episcopado, se edificó el Santuario de Nuestra Señora de las Mercedes de Paita.
Cuando iba a cumplir 63 años de edad, realizó un viaje a la ciudad de Ayacucho donde es llamado a la Casa del Padre el 06 de agosto de 1977 en la ciudad de Huamanga. Testigos, manifiestan que sus últimas palabras antes de morir fueron: “Oh María Auxiliadora Madre Mía acógeme bajo tu maternal manto”. Sus restos fueron trasladados a la ciudad de Piura donde recibió la fervorosa y agradecida despedida de los fieles cristianos, de las autoridades políticas y eclesiásticas, para luego ser depositados en la Cripta del Arzobispado de Piura en el Cementerio Metropolitano.
Puede descargar el archivo PDF de la Homilía pronunciada hoy por nuestro Arzobispo AQUÍ
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