“SEGUIR A CRISTO EXIGE UN AMOR TOTAL A ÉL”

Arzobispo celebra Santa Misa en el Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

04 de septiembre de 2022 (Oficina de Prensa).- Hoy, la Iglesia celebra el XXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., presidió la Santa Misa en la Basílica Catedral de Piura, donde una gran cantidad de piuranos se reunieron para dar gracias a Dios por las gracias recibidas y elevar al Señor sus súplicas e intenciones.

Fiesta en el Cielo: Juan Pablo I nuevo Beato

Hoy también ha sido un día de gran júbilo para la Iglesia universal, con la Beatificación en la Plaza de San Pedro, del Papa Juan Pablo I conocido como “el Papa de la sonrisa”. El Papa Francisco, al presidir esta mañana la misa de beatificación, afirmó que el nuevo beato vivió con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo y siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde. Un Papa que, con su sonrisa -como lo dijo Su Santidad Francisco- logró transmitir la bondad del Señor. Esta Beatificación es una invitación a redescubrir la humildad que permite que las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad se traduzcan concretamente en la vida.

El Papa Francisco concluyó su homilía de la beatificación de Juan Pablo I con estas palabras: “Con su sonrisa, el Papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, una Iglesia que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado cayendo en el «indietreismo». Roguemos a este padre y hermano nuestro, pidámosle que nos obtenga «la sonrisa del alma», esa transparente, que no engaña, la sonrisa del alma. Pidamos, con sus palabras, aquello que él mismo solía pedir: «Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me deseas»”.

A continuación, compartimos la Homilía completa de nuestro Pastor:

“Seguir a Cristo exige un amor total a Él”

En el Evangelio de hoy (ver Lc 14, 25-33), Jesús se ve rodeado de mucha gente que lo seguía. Pero el Señor no se deja engañar por el entusiasmo fácil de la multitud que le sigue, y es por ello que volviéndose al gentío, y con tres expresiones muy firmes, deja en claro que lo que al Él le interesa no es el número de seguidores sino la radicalidad del seguimiento de sus discípulos: “Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío…El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío…Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 26-27.33). Ser discípulo de Cristo exige una adhesión y amor total al Maestro. Un discípulo de Cristo tiene que tener un corazón totalmente arraigado en el Señor, y estar siempre dispuesto a servir a los hermanos.

Si hay algo fascinante en el Evangelio, es que Jesús no se anda con rodeos, no busca adhesiones fáciles para hacerse popular a costa de la Verdad. El Señor, no busca “endulzar” los oídos y proponer caminos cómodos y ligeros, “caminos light”, diríamos hoy en día, para así lograr popularidad y adhesiones multitudinarias como hacen otros, especialmente los políticos. Jesús, no tiene miedo al “qué dirán”, y no busca complacer los oídos de los hombres. Y es que la libertad y la tolerancia jamás pueden ir separadas de la Verdad.

Más bien el Señor habla claro, proclama la Verdad de Dios y de la persona humana, y señala los exigentes, pero únicos y necesarios caminos que llenan la vida de auténtica libertad, felicidad, y salvación. Más aún, sólo Él, que es la Verdad, puede ser el Camino y, por tanto, también la Vida (ver Jn 14, 6).

Así como Jesús, la Iglesia también hoy proclama la verdad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y por ello defiende su dignidad desde su concepción hasta su fin natural con la muerte. Por ello condena el aborto, defendiendo el derecho a la vida del concebido no nacido, es decir del Niño por Nacer, y junto con el aborto, condena la eutanasia, enseñando que la muerte no es un derecho que pueda ser programado.   

Al respecto, nos viene muy bien escuchar al Papa Francisco cuando nos dice: “Un punto de vista contradictorio, consiente también la supresión de la vida humana en el seno materno en nombre de la salvaguardia de otros derechos. Pero, ¿cómo puede ser terapéutico, civilizado, o simplemente humano un acto que suprime la vida inocente e indefensa en su florecimiento? Yo os pregunto: ¿Es justo «quitar de en medio» una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo contratar a un sicario para resolver un problema? No se puede, no es justo «quitar de en medio» a un ser humano, aunque sea pequeño, para resolver un problema. Es como contratar a un sicario para resolver un problema”…“El aborto es más que un problema, el aborto es un homicidio. Sin medias palabras: quien realiza un aborto, mata”.[1]

Y sobre la Eutanasia, el Santo Padre será igual de firme y claro cuando afirma: “Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar cualquier forma de suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados. La vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no suministrada. Y este principio ético concierne a todos, no solo a los cristianos o a los creyentes”.[2] Esta fidelidad a la Verdad, le causa hoy en día a la Iglesia no pocos ataques, incomprensiones y burlas por parte del mundo. Por eso es bueno recordar la advertencia del Señor: “Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15, 20).

Pero volvamos a nuestro Evangelio dominical. Para ser discípulo suyo, Jesús nos pone tres condiciones: La primera, que hay que estar dispuesto a “odiar” al padre, a la madre, la mujer, los hijos, a los hermanos, e incluso hasta la propia vida. Las palabras de Jesús a primera vista parecen extremadamente fuertes y exageradas. ¿Qué nos quiere decir el Señor con ellas? Lo que Cristo realmente quiere decirnos no es que haya que “odiar” a nadie. No olvidemos que el mandamiento del Señor es el Amor (ver Jn 13, 34-35). Lo que quiere indicarnos es que, puestos ante la alternativa de ser fieles a Él o a los hombres, aunque estos sean el padre, la madre, la esposa, los hijos, los hermanos, o incluso la propia vida, hay que poner la fidelidad y el amor a Él, como el valor supremo de nuestra existencia.

Un claro ejemplo del amor a Cristo, antes que, a la propia vida, nos la ofrecen los mártires. En el caso del Perú, tenemos a los mártires de Chimbote: Los sacerdotes franciscanos conventuales Miguel Tomaszek y Zbigniew Adan Strzałkowskiy, y el Padre Alejandro Dordi. Los tres fueron asesinados en el Perú por odio a la fe, el 09 y el 25 de agosto de 1991, por el terrorismo homicida y demencial de Sendero Luminoso. Fueron beatificados el 05 de diciembre de 2015. A ellos, se ha sumado recientemente nuestra nueva beata mártir, María Agustina Rivas López, más conocida como “Aguchita”, religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, asesinada por odio a la fe, el 27 de septiembre de 1990, también por el grupo asesino comunista maoísta de Sendero Luminoso, mientras ella cumplía fiel y devotamente con su misión pastoral de servicio a los más los pobres del pueblo Ashaninka, en la selva central del Perú, en la localidad de La Florida, provincia de Chanchamayo departamento de Junín. Todos ellos han demostrado con su martirio que amaron más a Cristo y a los hermanos, que a sí mismos, y que no tuvieron miedo de perder la vida, sino que más bien estuvieron dispuestos a morir por anunciar el Evangelio, y vivir la caridad cristiana con el prójimo (ver Ap 12, 11).

La segunda condición para ser discípulo de Jesús, es estar dispuesto a llevar la cruz: “El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 27). No se trata solamente de amar a Cristo en las buenas o por momentos, sino que hay que amarlo todos los días, y durante toda la vida con coherencia, y especialmente en los momentos de dolor y persecución.

En esto, Santa María, es nuestro más perfecto y acabado modelo de fidelidad y discipulado de Jesús. Por eso, San Juan Pablo II dijo al inicio de su Pontificado en tierras americanas: “Toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El fiat de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público”.[3] 

Finalmente hay una tercera condición que el Señor Jesús nos pone para ser auténticamente sus discípulos: “El que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 33). La condición está en la expresión “todos sus bienes”, no sólo en unos pocos. Se trata de no vivir tan apegado a los bienes de este mundo, que ellos constituyan un estorbo para el seguimiento de Cristo, como fue el penoso caso del joven rico (ver Mt 19, 22).

Para ilustrar estas condiciones, Jesús nos regala dos pequeñas parábolas: Nadie se pone a construir una torre si no tiene con qué terminarla; y nadie sale a combatir a un enemigo, si sus ejércitos son insuficientes para hacerle frente. En otras palabras: Calculemos bien lo que exige seguir a Cristo, antes de lanzarnos con un entusiasmo superficial a ello.  

Queridos hermanos: El Evangelio de hoy es toda una invitación

a examinar la radicalidad de nuestra adhesión y seguimiento del Señor, y si en verdad somos discípulos suyos.  

Que Santa María, la Madre de Dios, y la primera y más perfecta discípula del Señor, nos ayude a seguir a su hijo radical y fielmente. Amén.

San Miguel de Piura, 04 de septiembre de 2022
Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

[1] S.S. Francisco, Audiencia General, 10-X-2018; Conferencia de Prensa durante el vuelo de regreso de su Viaje Apostólico a Budapest y Eslovaquia, 15-IX-2021.

[2] S.S. Francisco, Audiencia General, 09-II-2022.

[3] San Juan Pablo II, Homilía en la Catedral de Ciudad de México, 26-I-1979.

Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver la transmisión de la Santa Misa de hoy AQUÍ