Arzobispo ofrece Santa Misa por la Paz en el Mundo
27 de febrero de 2022 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., presidió la Santa Misa en la Basílica Catedral de Piura, correspondiente al VIII Domingo del Tiempo Ordinario. Los fieles piuranos se dieron cita en medio de un clima de profundo fervor, para unirse al pedido de querido de nuestro querido Papa Francisco, de rezar intensamente al Señor por la Paz en el Mundo, especialmente ante la dramática situación que están viviendo nuestros hermanos en Ucrania.
Participaron también de la Eucaristía, los miembros de nuestra Comisión Sinodal Arquidiocesana, encargada de llevar adelante los trabajos de comunión, participación y misión que forman parte del camino sinodal que desde el 31 de octubre pasado hemos iniciado en nuestra Arquidiócesis, siguiendo el pedido del Papa Francisco y en comunión con la Iglesia Universal. A ellos, nuestro Pastor les agradeció su generoso y esforzado trabajo.
A continuación, compartimos el íntegro de la Homilía pronunciada hoy por nuestro Pastor:
Recemos por la Paz mundial
“Tres parábolas para vivir sabiamente”
A raíz de la guerra en Ucrania, y sus insospechadas repercusiones mundiales, ofrecemos esta Eucaristía dominical por la Paz, porque, “la guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal. [1] Ella trae consigo la muerte y el sufrimiento de miles de inocentes, mucha destrucción, y amenaza la convivencia entre las naciones. Por ello, el Santo Padre nos ha pedido que el próximo Miércoles de Ceniza, 02 de Marzo, día en que comienza la Cuaresma, ofrezcamos el “Ayuno y la Oración” de ese día penitencial por la paz. Les pido que también recemos intensamente el Santo Rosario por esta intención a Santa María, “Reina de la Paz”, porque, “¡Necesitamos la paz! ¡Más paz! No podemos permanecer indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz”.[2]
Nuestro Evangelio dominical (ver Lc 6, 39-45), recoge tres breves parábolas o comparaciones del Señor Jesús. Estas son: “¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6, 39); “la viga en el propio ojo” (ver Lc 6, 42); y finalmente, “cada árbol se conoce por sus frutos” (Lc 6, 44). A través de cada una de ellas, el Señor quiere enseñarnos a vivir sabiamente, para que seamos felices, podamos edificar la “Civilización del Amor”, y acertemos en el camino que conduce al Cielo. Veamos.
En primer lugar, está la parábola de si un ciego puede guiar a otro ciego, la cual es muy apropiada en estos tiempos difíciles y turbulentos que atraviesa el Perú de falta de liderazgo, es decir, de una conducción adecuada por los caminos del auténtico desarrollo integral y del bien común. “¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?” (Lc 6, 39). Con esta pregunta, Jesús, “quiere subrayar que un guía no puede ser ciego, sino que debe ver bien, es decir, debe poseer la sabiduría para guiar con sabiduría, de lo contrario corre el peligro de perjudicar a las personas que dependen de él. Así, Jesús llama la atención de aquellos que tienen responsabilidades educativas o de mando: los pastores de almas, las autoridades públicas, los legisladores, los maestros, los padres, exhortándoles a que sean conscientes de su delicado papel y a discernir siempre el camino acertado para conducir a las personas”.[3]
“¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?” (Lc 6, 39). Que esta pregunta del Señor, nos lleve a todos los que tenemos algún tipo de autoridad a examinarnos, pero en especial a nuestros gobernantes nacionales y regionales, para que vean si están cumpliendo a cabalidad con sus deberes y responsabilidades, o están gobernando de espaldas a las reales necesidades del pueblo, haciendo de la política un instrumento para saciar sus apetitos personales o de grupo, o para beneficiar alguna agenda ideológica totalitaria. El ejercicio de la política debe ser una forma eminente de caridad y de servicio, donde a través de ella se promueva y defienda la dignidad de la persona humana, desde su concepción hasta su fin natural, con todas sus exigencias, incluidas las trascendentes y eternas, promoviendo siempre el bien común.
Que nuestros gobernantes recuerden que la autoridad que tienen, les viene de Dios a través del pueblo que los ha elegido (ver Jn 19, 11). No están en los cargos de gobierno para aprender, y menos para enriquecerse, sino para enrumbar a toda una nación o región por los caminos de la justicia social.
En segundo lugar, está la parábola de la viga en el propio ojo. Si hay algo que caracteriza a Jesús, es su capacidad de observación y análisis de la conducta humana. Una de las cosas que el Señor descubre en nosotros, es la contradicción que muchas veces hay en nuestra vida cuando se trata de juzgarnos a nosotros mismos y juzgar a los demás. Cuando se trata de juzgar las acciones de los demás, somos duros e inflexibles, pero cuando se trata de juzgar nuestra propia conducta de vida somos muy indulgentes y tolerantes. Somos severos para juzgar a los demás, pero muy benevolentes cuando se trata de nosotros. Más aún, cualquier falta del prójimo, la calificamos de imperdonable y nos escandalizamos de ella, pero cuando se trata de nosotros, todo tiene una explicación y justificación, y decimos: “No es para tanto”. Si a todo lo dicho, le añadimos la “murmuración” o “chisme”, nuestro prójimo queda sepultado ante los demás, y su fama y honor por los suelos.
Cambiar este proceder, requiere de una buena dosis de conversión personal. En efecto, Jesús nos enseña a ser más severos en juzgar nuestras propias faltas y pecados, así como a reconocerlos y confesarlos con humildad, sobre todo en el sacramento de la Penitencia, y en cambio, a ser más comprensivos y misericordiosos con las faltas del prójimo, tratando de ayudarlo a cambiar en lo que sea necesario con nuestra corrección fraterna, la cual debe ser hecha siempre con caridad, es decir, con auténtico amor al prójimo, buscando en todo momento su bien. Es a esto a lo que se refiere el Señor cuando nos dice: “¿Cómo es que miras la paja que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, deja que saque la paja que hay en tu ojo, ¿no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la paja que hay en el ojo de tu hermano” (Lc 6, 41-42).
Al respecto nos enseña el Papa Francisco: “Muchas veces, lo sabemos, es más fácil o más cómodo percibir y condenar los defectos y los pecados de los demás, sin darnos cuenta de los nuestros con la misma claridad. Siempre escondemos nuestros defectos, también a nosotros mismos; en cambio, es fácil ver los defectos de los demás. La tentación es ser indulgente con uno mismo –manga ancha con uno mismo- y duro con los demás. Siempre es útil ayudar a otros con consejos sabios, pero mientras observamos y corregimos los defectos de nuestro prójimo, también debemos ser conscientes de que tenemos defectos. Si creo que no los tengo, no puedo condenar o corregir a los demás. Todos tenemos defectos: todos. Debemos ser conscientes de ello y, antes de condenar a los otros, mirar dentro de nosotros mismos. Así, podemos actuar de manera creíble, con humildad, dando testimonio de la caridad”.[4] Si actuamos de la manera que Jesús y el Papa nos piden, combatiremos la hipocresía que hay en nosotros, y que el Señor denuncia en el Evangelio de hoy.
“Hipócrita” es una calificación que Cristo usó con frecuencia a propósito de aquellos que aparentan lo que no son para lograr la admiración y la alabanza de los demás. El “hipócrita” teme a la verdad y no sabe amar, y lo más triste, siempre acusa a los demás, sin darse cuenta de que cuando señala con su dedo índice a alguien, está señalándose a sí mismo con tres.
Finalmente, en el Evangelio de hoy, el Señor Jesús nos da un criterio para que no nos dejemos engañar por las apariencias y podamos conocer el fondo de una persona. Lo hace mediante una parábola o comparación irrefutable: “Cada árbol se conoce por su fruto”. Por tanto, si queremos conocer el fondo de una persona, y saber si éste es bueno o malo, debemos examinar con atención sus obras, “porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno” (Lc 6, 43). Y para que nos quede muy clara su enseñanza, Jesús añade: “No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas” (Lc 6, 44).
Para la Sagrada Escritura, el fondo de una persona es su corazón, es decir, ese núcleo íntimo de donde brotan sus decisiones y acciones y se crean sus proyectos y planes. Es en el corazón donde residen los valores o antivalores, los intereses, las motivaciones y los tesoros de cada uno de nosotros. Cuando el corazón o fondo de una persona es malo, de ahí “salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias” (Mt 15, 19).[5]
En cambio, cuando el hombre acoge al Espíritu Santo en su corazón y deja que Éste se derrame en él, del corazón brota el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, el dominio de uno mismo, etc. (ver Gal 5, 22).
Tal como sea nuestro corazón, bueno o malo, así seremos nosotros, buenos o malos. Por eso Jesús termina nuestro Evangelio dominical diciéndonos: “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca” (Lc 6, 45). Ahora bien, sólo Dios ve y conoce el corazón del hombre. Ante Él no podemos disfrazarnos, aparentar, o disimular, porque “la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, porque el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón” (1 Sam 16, 7). Por eso, y llegado el momento, Él podrá juzgarnos con absoluta justicia conforme a lo que realmente somos y hemos obrado, y darnos aquello que nos corresponde. De su juicio ninguno de nosotros escapará.
Avancemos en el Camino Sinodal que hemos emprendido
Esta mañana venimos también a reafirmar el camino sinodal que desde el 31 de octubre pasado hemos iniciado en nuestra Arquidiócesis, siguiendo el pedido del Papa Francisco, y en comunión con toda la Iglesia Universal. Por eso esta mañana nos acompañan los miembros de la Comisión Sinodal encargada de llevar adelante nuestros trabajos de comunión, participación y misión. Les agradezco su generoso y esforzado trabajo.
Hacer Sínodo significa caminar juntos en fraternidad siguiendo a Jesús. Hacer Sínodo es dedicar amplios espacios y tiempo para estar con el Señor y favorecer nuestro encuentro fraternal para ver lo que Dios quiere de nosotros como Arquidiócesis, y de esta manera superar el peligro que Jesús nos advierte en el Evangelio de hoy, de que un ciego termine guiando a otro. El Sínodo es un camino de discernimiento espiritual y eclesial, que se realiza en la adoración, la oración, y en el contacto con la Palabra de Dios, para discernir lo que el Espíritu Santo le quiere decir a la Iglesia en estos tiempos. Es un tiempo de encuentro, reflexión y oración entre todos los que conformamos la Iglesia que peregrina por Piura y Tumbes, para así poder anunciar el Evangelio de manera más convincente.
El anhelo del Papa Francisco, es que la Iglesia entera participe en la búsqueda de métodos en pos de la sinodalidad, es decir, para conseguir de manera real y efectiva que todos los bautizados, caminemos juntos en comunión y fraternidad. Será un tiempo de consulta al “Santo y Fiel Pueblo de Dios”, para que el proceso sinodal se realice en la escucha de la totalidad de los bautizados.
Los invito a todos a participar entusiasta y activamente en sus parroquias y comunidades. Ello, requerirá de nuestra apertura, valentía, y disponibilidad para dejarse interpelar por el rostro y la historia del hermano. La diversidad de los carismas, vocaciones y ministerios nos enriquecerá. Invoquemos el apoyo y la intercesión de Santa María para seguir juntos al Señor en este camino.
San Miguel de Piura, 27 de febrero de 2022
VIII Domingo del Tiempo Ordinario
[1] S.S. Francisco, Carta Encíclica Fratelli tutti, n. 261.
[2] S.S. Francisco, Encuentro de Oración por la Paz, 20-X-2020.
[3] S.S. Francisco, Angelus, 03-III-2019.
[4] S.S. Francisco, Angelus, 03-III-2019.
[5] Ver Gal 5, 19-20.
Puede descargar el archivo PDF de la homilía pronunciada por nuestro Arzobispo AQUÍ
Puede ver el video de la transmisión de la Santa Misa de hoy AQUÍ