I Domingo de Adviento
27 de noviembre de 2022 (Oficina de Prensa).- En medio de un clima de profunda alegría y esperanza, hoy iniciamos el Tiempo de Adviento, tiempo de preparación para la celebración de la Navidad con el que se inicia este nuevo Año Litúrgico. Nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., reflexionando en el Mensaje del Evangelio del día, ha preparado una homilía especial para este I Domingo de Adviento, en el que tradicionalmente se realiza la bendición de la Corona de Adviento, cuyas luces nos recuerdan que Cristo es la luz del mundo, que vence a las tinieblas.
A continuación, les ofrecemos la homilía completa que pronunció nuestro Arzobispo hoy:
“La venida de Cristo”
I Domingo de Adviento
Con la celebración del I Domingo de Adviento, damos inicio a un nuevo Año Litúrgico. El Adviento es fundamentalmente el tiempo que nos prepara a celebrar la venida del Señor. Eso significa la palabra latina “adventus”: Venida, advenimiento. Una palabra que se aplicaba especialmente con ocasión de la llegada de algún personaje importante, y que ahora nosotros se la dedicamos al Señor Jesús, el único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (ver Heb 13, 8), el principio y el fin (ver Ap 1, 8). Por tanto, en este tiempo celebramos la “venida de Cristo”.
Pero la venida del Señor Jesús es doble. Su Primera venida fue en la humildad de nuestra carne mortal, la Segunda y definitiva, será en poder y gloria, donde la derrota del mal, así como la instauración de su Reino serán absolutos. Entre una y otra venida se desarrolla la historia presente.
Una catequesis de San Cirilo de Jerusalén del siglo IV nos lo ayuda a comprender: “Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnifica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento, esta otra, en cambio, llevara la diadema del reino divino. Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón (Sal 72, 6); el otro, manifiesto, todavía futuro. En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre (Lc 2, 7); en la segunda se revestirá de luz como vestidura (Sal 104, 2a). En la primera «soporto la cruz, sin miedo a la ignominia» (Heb 12, 2), en la otra vendrá glorificado y escoltado por un ejército de ángeles (Mt 25, 31). No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la segunda”.[1]
Pero entre su Primera y Segunda venida, el Señor Jesús, no deja de visitarnos en nuestra vida cotidiana con su gracia, iniciada en nosotros por el Santo Bautismo, y continuada en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, donde está real y sustancialmente presente. También el Señor viene a nosotros en los sucesos de cada día, en los acontecimientos de la historia, y manifiesta así que la vida cristiana es permanente Adviento o venida suya a nuestras vidas, lo cual exige nuestra acogida de fe, y nuestra cooperación libre y activa con la gracia de Dios. De esta manera, con estas venidas que, podríamos llamar intermedias, el Señor nos comunica su vida divina, confirma su Primera venida, y renueva nuestra esperanza en su Segundo y definitivo retorno. El tiempo de Adviento abarca cuatro semanas. En ellas, “la liturgia nos lleva a celebrar el nacimiento de Jesús, mientras nos recuerda que Él viene todos los días en nuestras vidas, y que regresará gloriosamente al final de los tiempos. Esta certeza nos lleva a mirar al futuro con confianza, como nos invita el profeta Isaías, que con su voz inspirada acompaña todo el camino del Adviento”.[2]
El Adviento no es sólo la espera de un acontecimiento, es sobre todo la espera de una Persona. Así, el acontecimiento esperado es esa intervención de Dios en la historia que coincide con la venida del Hijo de Dios, de Cristo: “Dice el que da testimonio de todo esto: Sí, pronto vendré. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20). ¡Ven, Señor Jesús! (“Maranatha”), fue una de las oraciones más frecuentes de los primeros cristianos, lo que demuestra que su actitud fundamental era una actitud de espera en el regreso definitivo de Cristo, pero no con la actitud de evadirse del tiempo para encontrar la eternidad, sino la de esperar la venida de la eternidad en el tiempo, asumiendo el movimiento mismo de la historia, esperando su acabamiento con la venida definitiva del Señor. Por ello, la oración cristiana no es evasión sino compromiso con la finalidad última del mundo.
El Adviento, es un tiempo en que la Iglesia vive la ausencia y la espera de Jesucristo, su Señor y Esposo. En este tiempo se cumplen las palabras del Señor Jesús: “Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán” (Mt 9, 15). Para expresar la actitud de espera, vigilancia, y austeridad, la liturgia de la Santa Misa omite algunos signos festivos como el canto del Gloria. Además, usa vestiduras litúrgicas de color morado, y la ambientación de las iglesias se vuelva más sobria. Con todo se conservan algunos signos festivos como, por ejemplo, el canto del Aleluya, porque el carácter austero del Adviento difiere del penitencial que es propio de la Cuaresma. A través de la fuerza de símbolo, se expresa así, que sólo cuando el Señor Jesús esté con nosotros al final de los tiempos e instaure definitivamente su Reino, la Iglesia podrá celebrar una fiesta con todo esplendor.
En el Evangelio de hoy I Domingo de Adviento (ver Mt 24, 37-44), se repite con insistencia: “Así será la venida del Hijo del hombre” (Mt 24, 39), y las imágenes que Jesús usa, nos invitan a estar alertas y preparados. El Señor, ilustra su venida final con dos imágenes: La del diluvio en tiempos de Noé, que llegó cuando nadie lo esperaba, y la del ladrón nocturno que viene cuando nadie lo sabe. Jesús usa estas dos imágenes para enseñarnos dos cosas: Lo imprevisto que será su venida final, y la necesidad por tanto de estar vigilantes y alertas: “Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24, 44).
Con todo, la Segunda y definitiva venida del Señor, marcará una división radical entre quienes están vigilantes y preparados y los que viven de manera despreocupada. Para los primeros, la venida de Cristo será motivo de una inmensa alegría, ya que colmará todos los anhelos de su fe y esperanza. Para éstos será el día de la salvación definitiva. En cambio, para los otros que comen, beben, se divierten, y gozan de este mundo, la venida del Señor será un día terrible y de confusión como lo fue el diluvio para los que vivían en tiempos de Noé, o como lo es para aquellos que experimentan la inesperada visita nocturna de un ladrón.
Esta diferencia, entre los que están velando y los que viven distraídos, la expresa Jesús cuando nos dice en el Evangelio de hoy: “Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada” (Mt 24, 40-41).
Esta primera etapa del Tiempo de Adviento (la segunda se iniciará una semana antes de la Navidad para prepararnos a celebrar el misterio de la Encarnación-Nacimiento de Cristo), debe llevarnos entonces a vivir en la certeza de la inminente venida del Señor, y de la urgencia de estar siempre vigilantes y preparados, viviendo en gracia de Dios, con el corazón convertido y en tensión al Señor que viene, trabajando porque el Plan de Dios se realice tanto en la propia vida como en el mundo.
La espiritualidad cristiana de la vigilancia, significa “maravillarse de la acción de Dios, de sus sorpresas y de darle primacía. Vigilancia significa también, concretamente, estar atento al prójimo en dificultades, dejarse interpelar por sus necesidades, sin esperar a que nos pida ayuda, sino aprendiendo a prevenir, a anticipar, como Dios siempre hace con nosotros”.[3]
Que María Santísima, Nuestra Señora del Adviento, Aquella que vivió una espera inefable de nueve meses llevando en sus entrañas virginales e inmaculadas a Aquel que es la Vida y el principio y fin de todo, nos enseñe hoy y siempre a preparamos para la venida del Señor, con la misma alegría, ilusión y estremecimiento con que Ella se preparó para darlo en Belén como la Luz del mundo. Nadie como Ella sabe vigilar con fe fuerte, esperanza invicta y ardiente amor. Sin lugar a dudas, la Santísima Virgen María, es la que mejor vive la espiritualidad del Adviento.
San Miguel de Piura, 27 de noviembre de 2022
I Domingo de Adviento
[1] San Cirilo, Catequesis 15, 1-3; PG 33, 870-874.
[2] S.S. Francisco, Angelus, 01-XII-2019.
[3] S.S. Francisco, Angelus, 01-XII-2019.
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