Homilía del Arzobispo Metropolitano en el Domingo XIV del Tiempo Ordinario
03 de julio de 2022 (Oficina de Prensa).- Hoy, XIV Domingo del Tiempo Ordinario, nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., ha preparado una homilía centrada en el mensaje del Evangelio del día. En su homilía, Monseñor Eguren nos recuerda que: «Todo hijo y miembro de la Iglesia es un enviado. Ningún bautizado y confirmado, debe considerarse dispensado de la misión de anunciar al Señor Jesús y de prepararle así el camino a su última y definitiva venida. Todos estamos llamados a ser sus discípulos-misioneros, y a anunciarle en primera persona, es decir, con nuestra palabra valerosa, y con nuestro ejemplo de vida cristiana coherente”.
A continuación, compartimos la Homilía completa de nuestro Pastor:
“La alegría de anunciar al Señor Jesús”
El Evangelio de hoy Domingo (ver Lc 10, 1-12,17-20), nos presenta el envío de setenta y dos discípulos, a quienes el Señor manda de dos en dos a prepararle el camino en aquellas ciudades a las cuales tenía la intención de visitar para anunciar el Reino de Dios. El número setenta y dos, probablemente es signo de todas las naciones del mundo, ya que el libro del Génesis menciona a setenta y dos diferentes naciones (ver Gen 10, 1-32). De esta manera, este envío prefigura la que será la misión de la Iglesia hasta el final de los tiempos: Anunciar el Evangelio, es decir al mismo Jesús, la Buena Nueva encarnada, a todos los pueblos de la tierra: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mt 28, 19-20).
Estos setenta y dos, son discípulos que creen en Jesús y han sido preparados para la misión. Son discípulos que están dispuestos a sufrir por Cristo y afrontar privaciones. Jesús es claro en decirles que, la misión que les confía les exigirá total concentración y dedicación; que no deberán distraerse con lo superfluo y anecdótico; y que deberán en todo momento confiar en Él y en su gracia, más que en sus propias capacidades y recursos humanos. Sólo así la paz de Dios residirá en sus corazones, y ellos a su vez, podrán darla a todos aquellos que los acojan por ser sus discípulos (ver Lc 10, 5).
Ahora bien, a la hora del envío, Jesús les dice a sus discípulos: “La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10, 2). Este pedido de Jesús, es siempre válido, y más aún en los tiempos que nos han tocado vivir, donde vemos que hay una “crisis de respuesta” en muchos elegidos y llamados a seguir al Señor. Por tanto, es fundamental, dentro de nuestra pastoral vocacional, rezar de manera continua e intensa, para que el Dueño de la mies, que es Dios, envíe obreros a trabajar en su campo, que es el mundo. Preguntémonos: ¿Rezamos diariamente por las vocaciones? ¿Pedimos en nuestra oración para que aquellos llamados a seguir al Señor en el sacerdocio o en la vida consagrada, escuchen su llamado, y sin miedo le respondan a Jesús con un “sí” generoso e incondicional?
Explicando las instrucciones que Jesús da a estos setenta y dos discípulos el Papa Francisco afirma: “Cuando envía a los setenta y dos discípulos, Jesús les da instrucciones precisas que expresan las características de la misión. La primera: -ya la hemos visto- rezad; la segunda: id; y luego: no llevéis bolsa o alforja …; decid: «Paz a esta casa» … permaneced en esa casa … No vayáis de casa en casa; curad a los enfermos y decidles: «El Reino de Dios está cerca de vosotros»; y, si no os reciben, salid a las plazas y despedíos (ver versículos 2-10). Estos imperativos muestran que la misión se basa en la oración; que es itinerante: no está quieta, es itinerante; que requiere desapego y pobreza; que trae paz y sanación, signos de la cercanía del Reino de Dios; que no es proselitismo sino anuncio y testimonio; y que también requiere la franqueza y la libertad para irse, evidenciando la responsabilidad de haber rechazado el mensaje de salvación, pero sin condenas ni maldiciones”.[1]
Ahora bien, ¿qué mensaje deben anunciar estos setenta y dos discípulos, y qué acciones deben realizar? Deben anunciar el mismo mensaje y realizar las mismas acciones de Jesús: “En la ciudad en que entréis y os reciban…curad los enfermos que haya en ella, y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros” (Lc 10, 8-9).
¿Qué enseñanza nos deja el Evangelio de hoy? Que la Iglesia está conformada por apóstoles, (Απόστολος), es decir, por enviados. Este es el significado de la palabra griega, apóstol. Todo hijo y miembro de la Iglesia es un enviado. Ningún bautizado y confirmado, debe considerarse dispensado de la misión de anunciar al Señor Jesús y de prepararle así el camino a su última y definitiva venida. Todos estamos llamados a ser sus discípulos-misioneros, y a anunciarle en primera persona, es decir, con nuestra palabra valerosa, y con nuestro ejemplo de vida cristiana coherente.
Hoy en día, todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo, o que habiéndole conocido le ha olvidado. Es la dolorosa realidad de los “bautizados alejados”. Por eso es tan urgente la misión ad gentes y la nueva evangelización, que supone el anuncio de Jesús el Salvador, a quien no le conoce, y el reavivar el don de la fe en aquel que lo tiene adormecido.
En este anuncio, todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a participar, ya que la Iglesia es misionera por naturaleza. La Iglesia ha nacido “en salida”, como afirma el Papa Francisco. Por tanto, cada bautizado debe estar disponible para la misión a través del anuncio de la Buena Nueva y de su testimonio de vida cristiana, el cual siempre debe tener sabor a Evangelio.
Al inicio de su Pontificado, para ser más exactos el 24 de noviembre de 2013, con ocasión de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el Papa Francisco nos regaló una hermosa Exhortación Apóstolica, que tituló “Evangelii gaudium”, porque, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.[2]
La “Evangelii gaudium”, no es un documento más acerca de la Evangelización. Es un hermoso ejemplo de cómo debe ser la Nueva Evangelización en la práctica. A través de sus 288 números, el Santo Padre nos insiste una y otra vez que no tenemos excusas para no evangelizar. Que si realmente amamos a Jesús tenemos que anunciarlo como el único Salvador del mundo. El amor a Jesús, es la motivación central y principal del anuncio del Evangelio y del Reino. Todos tenemos que anunciar al Señor Jesús, y para ello no hace falta una formación especial o ya ser santos.
Invito a todos a leer, o releer, este programático documento del magisterio del Papa Francisco, y a la luz de él, preguntarnos: Como cristiano que soy, ¿vivo para anunciar a Jesús? ¿Me descubro apóstol del Señor? ¿Doy testimonio de Cristo, y me presento abiertamente como discípulo suyo en los ambientes donde me desenvuelvo a diario? ¿Defiendo a su Iglesia y su enseñanza? Como cristiano, ¿mi fe se refleja realmente en mi ser de discípulo-misionero del Señor? ¿O más bien rebajo o recorto el Evangelio para sentirme así más cómodo y no exigirme? Cuando proclamamos el Credo decimos que creemos en la Iglesia que es Una, Santa, Católica, y Apostólica. Cuando confesamos que la Iglesia es Apostólica, lo que decimos es que Ella está fundamentada en la fe de los Doce Apóstoles, pero también queremos decir que todos sus miembros son apóstoles de Cristo.
Incumbe pues a todos, y por tanto también a los laicos, el deber de colaborar para que la misión salvífica que Cristo encomendó a su Iglesia alcance más y más a los hombres de todos los tiempos y en todos los ambientes de la sociedad. Especialmente alcance a los bautizados alejados. No nos olvidemos que la Iglesia crece por atracción. De ahí la importancia de anunciar a Jesús sobre todo con la santidad de nuestra vida.
Recordemos lo que el Papa Francisco tantas veces nos recuerda: Prefiero mil veces una Iglesia accidentada y no una Iglesia enferma. Una Iglesia que tenga el valor de arriesgar para salir y no una Iglesia cerrada en sí misma.
Ahora bien, ¿de dónde nos viene la fuerza para la misión? De saber que el Señor camina con nosotros. Sí, Jesús nos envía, pero no nos deja solos. Nuestra fuerza para la misión procede de tener la certeza que Él camina con nosotros, que Él nos precede. Y junto con Él, como Estrella de la Nueva Evangelización, nos guía y acompaña nuestra Madre Santísima, la Madre y Reina de los Apóstoles.
No puedo concluir estas reflexiones sin una mención a la “alegría”. El Evangelio de hoy nos dice que cuando los setenta y dos concluyeron su misión, “regresaron alegres” (ver Lc 10, 17). No se trata sólo de una alegría relacionada con el éxito de la misión. Si éste fuera el caso, se trataría de una alegría fugaz y momentánea. Se trata más bien de una alegría duradera y perenne, arraigada en la promesa que el Señor les hace, de que “vuestros nombres están inscritos en el cielo” (Lc 10, 20).
Con esta expresión, el Señor Jesús se refiere a la alegría interior y permanente, que brota de ser discípulo-misionero suyo. Es la alegría que nace de nuestro seguimiento de Cristo, de escucharlo, de acogerlo, y de aceptar su Palabra de vida eterna. Es la alegría que brota de tomar al Señor en serio, y de fundar la propia vida en la roca sólida de su Palabra, y de nutrir la propia fe con la Eucaristía. Es la alegría que florece de sabernos miembros de la Iglesia, fundada por el Señor, llamados a amarla y hacerla amar. Es la alegría que surge de descubrirnos misioneros del Señor, llamados a anunciarlo, y a hacerlo conocer y amar, así como de testimoniarlo en la vida cotidiana con coherencia, y la fidelidad e integridad a cada una de sus enseñanzas, tal y como son custodiadas y enseñadas por la Iglesia.
Que María Santísima nos sostenga en nuestra misión de ser discípulos-misioneros de su Divino Hijo, y que, a pesar de las pruebas, contrariedades y persecuciones del camino, custodie siempre en nuestros corazones la auténtica alegría cristiana, aquella que brota de sabernos todos de Cristo y para Cristo, y por Él, servidores de nuestros hermanos. Amén.
San Miguel de Piura, 03 de julio de 2022
Domingo XIV del Tiempo Ordinario
[1] S.S. Francisco, Angelus, 07-VII-2019.
[2] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 1.
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