“JESÚS, TE ROGAMOS, LÍMPIANOS DE ESTA PANDEMIA”

Arzobispo celebra Santa Misa en el VI Domingo del Tiempo Ordinario

14 de febrero de 2021 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, nuestro Arzobispo Metropolitano Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., presidió la Santa Misa correspondiente al VI Domingo del Tiempo Ordinario.

La Santa Misa fue ofrecida por la pronta recuperación de todos aquellos que se encuentran aquejados por la enfermedad en nuestra Arquidiócesis, especialmente por quienes están contagiados de Covid-19. Asimismo, nuestro Arzobispo recordó que, como es tradicional entre nosotros, el día de hoy se celebra el día de los novios y los enamorados, a ellos los exhortó a no olvidar que esta etapa es la ideal para prepararse tanto humana, psicológica como cristianamente, en su camino de maduración con miras al sacramento del matrimonio, porque éste es una vocación, un camino de santidad que no debe improvisarse.

A continuación, compartimos la Homilía completa pronunciada hoy por nuestro Pastor: 

“Jesús, te rogamos, límpianos de esta pandemia”

Si el Evangelio del Domingo pasado nos presentaba de manera amplia la actividad del Señor Jesús curando con su poder a todos los enfermos que le traían, el de hoy (ver Mc 1, 40-45), como que acerca y detiene la mirada en una curación específica: La de un leproso.

La lepra es una enfermedad con dolorosas consecuencias en aquel que la padece, porque al mal de la enfermedad que va carcomiendo y desfigurando progresivamente el cuerpo del leproso, se le añade el dolor de verse segregado por parte de la sociedad.

Todo esto era especialmente grave en Israel en los tiempos de Jesús, porque a todo lo antes mencionado, se añadía que la enfermedad adquiría también una dimensión religiosa: La impureza. Efectivamente, la Ley ordenaba que: “El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada” (Lev 13, 45-46). El enfermo de lepra quedaba entonces excluido del culto, como inhabilitado para su relación con Dios. Todo esto que hemos descrito sumía a los leprosos en un abatimiento y desánimo extremos.  

Creo que en las actuales circunstancias que vivimos, a causa de la pandemia, podemos comprender mejor el drama que viven los leprosos y en particular nuestro personaje de hoy, cuyo nombre no recoge el Evangelio, como para que en su desgracia se puedan sentir identificados todos los enfermos. El temor al contagio del Covid-19, ha traído como terrible consecuencia que hoy por hoy nos miremos los unos a los otros con desconfianza y aprensión, que hayamos perdido en muchas circunstancias de nuestra vida diaria el sentido de fraternidad y el tener un corazón abierto al sufrimiento de los demás. Más aún, como el leproso de nuestra historia, nuestros enfermos de coronavirus llevan el dolor de su enfermedad aislados sin el contacto y amor de sus familiares, limitados al cariño y atención de sus médicos y enfermeras.

Teniendo presente estas consideraciones, podemos comprender mejor la frase con la que se introduce el Evangelio de hoy: “Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.»” (Mc 1, 40). A pesar de todas las normas de aislamiento existentes, el leproso tiene la audacia de acercarse a Jesús, porque tiene fe en Él, y está seguro de que no sufrirá rechazo alguno. Él tiene la certeza que el Señor lo acogerá. Su súplica es todo un modelo de oración confiada. El leproso tiene la certeza, que le da su fe, que Jesús tiene el poder para limpiarlo de la lepra. Por eso su súplica es más bien la expresión de una convicción: “Si quieres, puedes limpiarme”. Junto con la confianza absoluta que tiene en el Señor, conmueve ver la delicadez de la petición del leproso: “Si quieres”.

Es decir, no le impone a Jesús su voluntad, más bien se abandona a la del Señor, lo cual trae a nuestra memoria la oración que Jesús dirigía a su Padre durante su Agonía en el Huerto de Getsemaní a pocas horas de su Pasión y Crucifixión: “Padre, si quieres, aparta de Mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). ¿Recordaría Jesús en este momento a aquel leproso y su súplica desprendida? Tanto el leproso, pero sobre todo el Señor, nos enseñan que en nuestra oración de súplica debemos siempre pedir con desprendimiento, porque en el fondo el Señor sabe más y mejor que nosotros lo que verdaderamente necesitamos, ya que hay momentos en que su saber nos sobrepasa y pareciera que no nos oyera.

No son muchos los pasajes evangélicos que nos revelan los sentimientos que mueven a Jesús. El de hoy es uno de estos pocos: “Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio»” (Mc 1, 41). Jesús comprendió, al contemplar al leproso de rodillas a sus pies, toda la extensión de su drama, no sólo físico sino también moral y espiritual. Y para que el leproso se sintiera acogido, es decir amado, el Señor hace algo que nos impresiona y asombra: “Extendió su mano y le tocó”, es decir, tocó a aquel que era considerado impuro.

Como nos dice el Papa Francisco, meditando en este pasaje evangélico: “Tocar a un leproso significaba contagiarse también dentro, en el espíritu, y, por lo tanto, quedar impuro. Pero en este caso, la influencia no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación. En esta curación nosotros admiramos, más allá de la compasión, la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del contagio ni de las prescripciones, sino que se conmueve solo por la voluntad de liberar a aquel hombre de la maldición que lo oprime”.[1]

Movido a compasión, es decir, asumiendo el sufrimiento y drama del leproso como propio, Jesús lo limpió, el Señor lo curó. El milagro de la curación del leproso es una expresión de la misericordia del Señor. No se entiende la obra de Cristo, no se entiende a Cristo mismo si no se entra en su corazón lleno de compasión y de misericordia por todos nosotros, pero especialmente por los pecadores y los enfermos. La carta a los Hebreos destaca este rasgo de nuestro Salvador: “No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Heb 4, 15-16).

Jesús responde a la súplica del leproso con las frases: “Quiero” y “queda limpio”. La primera es expresión de su voluntad y está confirmada por su actitud de acogida y compasión. La segunda, es una palabra poderosa y eficaz que sólo puede pronunciar Dios y queda confirmada por lo que nos dice el Evangelio: “Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” (Mc 1, 42).

Queridos hermanos: Todos estamos llamados a seguir a Jesús e imitarle en su deseo, “quiero”; en la segunda, en cambio no podemos a menos que Él nos confiera su poder.

El Señor nos invita a ser como Él, a vivir el amor fraterno, y para enseñarnos cómo hacerlo nos propuso la conmovedora parábola del Buen Samaritano (ver Lc 10, 29-37), donde describe la actitud de éste con dos hermosas frases: “Tuvo compasión”, y “practicó con él la misericordia”. En esta difícil hora de enfermedad y desempleo, de pandemia y de pobreza, éste es nuestro deber como cristianos. Y para que no tengamos dudas de ello, Jesús concluye la parábola con este mandato: “Vete y haz tú lo mismo”. 

Queridos hermanos: El próximo miércoles, será “Miércoles de Ceniza” y con él comenzaremos a vivir la Cuaresma, camino hacia la Pascua. Es un tiempo de gracia que el Señor nos concede para examinar seriamente nuestra vida, de manera especial si en los actuales tiempos estamos cumpliendo con este pedido del Señor:  “Vete y haz tú lo mismo”. Debemos examinarnos si somos capaces, como Jesús, de movernos a compasión ante tanto dolor y miseria como el que hoy vemos. No se trata sólo de remediar la necesidad material que pueda tener el hermano, sino viéndolo de manera integral como una unidad de cuerpo, alma y espíritu, prodigarle también nuestro amor, comprensión, compañía y misericordia. Además, nunca hay que olvidar que en el pobre y necesitado, en el enfermo y abandonado, Cristo mismo sale a nuestro encuentro con las llagas de su pasión. A veces, para dar esperanza, es suficiente ser “una persona amable que deja a un lado ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimula que posibilita un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia”.[2]   

Finalmente, la Cuaresma se caracteriza además por ser un tiempo propicio para intensificar, junto con la caridad y el ayuno, la vida de oración. A la luz del ejemplo del leproso de hoy, preguntémonos: En este tiempo de pandemia de casi un año, ¿cómo está mi vida de oración, mi vida de trato con Jesús?

¿Tengo la audacia del leproso de acercarme al Señor para suplicarle que nos limpie de esta epidemia? ¿Tengo la certeza de que Él puede limpiarnos? ¿Le suplico al Señor con fe y esperanza, con constancia y perseverancia, para que nos libre de este terrible virus? ¿Es mi oración delicada y respetuosa, como la del leproso, que deja al Señor en libertad de acción?, o más bien, ¿quiero imponerle mis planes, mis deseos, mi voluntad?  En la oración se nos da la esperanza, como fuente interior que ilumina los desafíos y las decisiones que debemos tomar en nuestra vida cotidiana. Por esto es fundamental recogerse en oración.

Por la intercesión de Santa María, Madre de Dios y nuestra, pidamos al Señor Jesús, que sana a los enfermos, que sane nuestras dolencias de cuerpo, alma y espíritu con su infinita misericordia, para que nos dé otra vez la esperanza y la paz del corazón. Amén.

San Miguel de Piura, 14 de febrero de 2021
VI Domingo del Tiempo Ordinario 

[1] S.S. Francisco, Angelus, 11-II-2018.

[2] S.S. Francisco, Carta Encíclica Fratelli tutti, n. 224.

Puede ver el video de la Santa Misa que presidió nuestro Arzobispo la mañana de hoy AQUÍ

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