21 de agosto de 2022 (Oficina de Prensa).- Hoy, la Iglesia celebra el XXI Domingo del Tiempo Ordinario. Nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., ha preparado una homilía centrada especialmente en el mensaje del Evangelio de este día, él nos dice: “me atrevería a afirmar, que cuando nos decidimos a entrar por la puerta que es Jesús, es decir, cuando nos decidimos a seguir a Cristo de manera fiel, coherente, y perseverante, cada uno de nosotros se convierte para los demás en una puerta que los conduce al encuentro de vida con Él, único Salvador del mundo, ayer, hoy, y siempre”.
A continuación, compartimos la Homilía completa de nuestro Pastor:
“Jesús, es la Puerta de la Salvación”
El Evangelio de hoy domingo (ver Lc 13, 22-30), nos presenta al Señor Jesús que iba caminando y enseñando (ver Lc 13, 22). Caminando hacía Jerusalén, donde consumaría nuestra salvación a través de su misterio pascual (su pasión, muerte y gloriosa resurrección). Enseñando, pero no como un profeta o maestro más de la Ley, sino como verdadero Dios en quien se funda la Verdad y el Bien. Por eso cuando el Señor enseña son usuales en Él las expresiones, “Yo les digo”, o “Han oído que se dijo, más Yo les digo” (ver Mt 5, 21-22). Su enseñanza era nueva y asombrosa, porque daba a la Ley nueva profundidad y plenitud. Por eso las gentes quedaban maravilladas, porque enseñaba con exousia (ἐξουσία), es decir con autoridad, con poder, y no como lo hacían los escribas y fariseos (ver Mt 7, 28-29).
Es en este contexto, que uno le pregunta si serán muchos los que se salvarán. Jesús, no satisface la curiosidad de su interlocutor, sino que le responde diciéndole que lo importante no es saber cuántos se salvarán, sino saber cuál es la puerta que hay que atravesar para salvarse. Esa puerta no es otra sino el mismo Jesús, quien así lo había proclamado en la Parábola del Buen Pastor: “Yo soy la puerta; el que entre por mí se salvará; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn 10, 9).
Pero el Señor afirma además que, es amplia y espaciosa la puerta que conduce a la condenación (ver Mt 7, 13), y más bien estrecha la que conduce a la vida eterna, a la salvación, animándonos a luchar por entrar por esta última (Lc 13, 24). ¡Cuánto de verdad hay en esta enseñanza del Señor Jesús! Amplia y fácil es la puerta del orgullo, de la avaricia, del odio, de la injusticia, de la corrupción, del egoísmo, de la impureza, de la vanidad, de la violencia, en una palabra, del pecado. En cambio, estrecha y exigente es la puerta de la santidad y de la virtud.
Jesús es la “puerta estrecha”, no porque sea opresivo, sino porque seguirlo y ser como Él, nos “adelgaza” del pecado, nos exige restringir y contener nuestro orgullo y miedo, para abrirnos con un corazón humilde y lleno de confianza a Él, reconociéndonos, necesitados de su perdón y de su amor.
Jesús es la “puerta estrecha y exigente”, pero quien la atraviesa encuentra los verdaderos pastos que sacian el corazón del hombre de auténtica felicidad y vida eterna (ver Jn 10, 9). Es decir, quien la cruza, encuentra la amplitud de la Verdad, del Amor, del Bien y de la Belleza. Y algo más: Encuentra la auténtica libertad. A eso se refiere el Señor cuando afirma: “El que entre por mí se salvará; y entrará, y saldrá” (Jn 10, 9).
Explicando nuestro Evangelio dominical, el Papa Francisco nos enseña: “Esta puerta es Jesús mismo (ver Jn 10, 9). Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque, sabéis, Jesús no excluye a nadie. Tal vez alguno de vosotros podrá decirme: «Pero, Padre, seguramente yo estoy excluido, porque soy un gran pecador: he hecho cosas malas, he hecho muchas de estas cosas en la vida». ¡No, no estás excluido! Precisamente por esto eres el preferido, porque Jesús prefiere al pecador, siempre, para perdonarle, para amarle. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo: Él te espera. Anímate, ten valor para entrar por su puerta. Todos están invitados a cruzar esta puerta, a atravesar la puerta de la fe, a entrar en su vida, y a hacerle entrar en nuestra vida, para que Él la transforme, la renueve, le done alegría plena y duradera.”.[1]
La verdadera sabiduría está en decidirnos a pasar por la “puerta estrecha” de la salvación que es Jesús, y no por las puertas amplias que el mundo nos ofrece todos los días, con una promesa de felicidad que no tiene futuro. ¿Acaso no estamos cansados de estas puertas facilistas y complacientes que a la larga nos hacen vivir una vida mediocre, dejando al corazón más vacío que antes? Preguntémonos hoy: ¿Por qué puerta quiero entrar? ¿Por la del pecado o por la de Jesús? ¿Por la puerta que me lleva a la muerte eterna, o por la que me conduce a la salvación?
“No tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no es un flash. No, es una luz serena que dura siempre y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús”.[2]
Asimismo, me atrevería a afirmar, que cuando nos decidimos a entrar por la puerta que es Jesús, es decir, cuando nos decidimos a seguir a Cristo de manera fiel, coherente, y perseverante, cada uno de nosotros se convierte para los demás en una puerta que los conduce al encuentro de vida con Él, único Salvador del mundo, ayer, hoy, y siempre (ver Hb 13, 8).
De María Santísima, se proclama en una de las letanías lauretanas que Ella es la “puerta del Cielo”. ¿Cómo entender este título mariano en relación con Jesús, su divino Hijo, única “puerta de salvación”?
El Concilio Vaticano II, aludiendo a algunos de los títulos con los que el pueblo cristiano invoca a María recordó que Ella, “con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora”.[3] Aunque el texto conciliar no menciona expresamente el título “puerta del Cielo”, sin embargo, este título está implícito entre los citados, alusivos todos a la participación de María en la única mediación de Cristo.[4]
De esta manera, la letanía mariana, quiere expresar que nuestra Madre celestial, es el camino más seguro y pleno, para encontrar y pasar, por la única “puerta de la salvación”, que es Cristo su divino Hijo, y así un día, alcanzar la gloria del Cielo. Podemos afirmar, que Cristo es la única “puerta de salvación”, y María su umbral.
Así lo rezamos en la bella oración mariana del “Alma Redemptoris Mater” (Madre del Redentor):
Madre del Redentor, Virgen fecunda
puerta del Cielo
siempre abierta,
estrella del mar
ven a librar al pueblo que tropieza
y se quiere levantar.
Ante la admiración
de cielo y tierra,
engendraste a tu Santo Creador,
y permaneces siempre Virgen,
recibe el saludo del ángel Gabriel
y ten piedad de nosotros pecadores.
Acudamos todos los días a la Virgen. Invoquemos su amor maternal sobre nosotros, con la confianza y seguridad, que Ella nos alcanzará de su Hijo, la gracia de poder cruzar la “puerta del Cielo”, al final de nuestro peregrinar por esta vida.
San Miguel de Piura, 21 de agosto de 2022
Domingo XXI del Tiempo Ordinario
[1] S.S. Francisco, Angelus, 25-VIII-2013.
[2] En el mismo lugar.
[3] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 62.
[4] Ver Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 60.
Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo, desde AQUÍ