Cartas y Exhortaciones Pastorales

EXHORTACIÓN PASTORAL DEL ARZOBISPO DE PIURA EN LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR JESÚS 2018

“Dios se ha hecho Hombre”

Muy amados hermanos y hermanas en Jesús, el Niño Dios:

«Dios se ha hecho hombre».

Y esto no es solamente un acontecimiento inconmensurable y divino. Sino que es también un acontecimiento exterior, visible, audible, tangible, próximo y humano. 

«Dios se ha hecho hijo de Santa María».

Es decir, un ser que entra en el mundo con lágrimas. Cuyo primer sonido es un grito de ayuda. Cuyos primeros gestos son las manos extendidas buscando seguridad. Y esto no es sentimentalismo. Para la fe de la Sagrada Escritura y de la Iglesia es importante que Dios haya querido ser dependiente del amor de su Madre Santa María, del amor protector del ser humano.

«Dios se ha hecho niño»

Y por eso esta Nochebuena y el día de Navidad son de los niños y de los que son como ellos. Y los niños son por naturaleza dependientes.

Y este Niño Divino nos llama. Busca nuestros brazos, el calor de nuestro corazón, como hace más de dos mil años buscó los brazos de su Madre, la Virgen María y el calor de su regazo, así como el amparo y la santa custodia de San José. El gran desafío de Navidad es no ser indiferentes a sus gritos y a sus brazos extendidos hacia nosotros. El gran desafío de Navidad es acoger por la fe al Niño Dios que nace.  

Y la gran paradoja es que al acogerlo descubrimos con humildad que también nosotros somos dependientes, y lo somos más que un niño recién nacido. Al acogerlo descubrimos que lo necesitamos a Él mucho más de lo que Él ha querido necesitar de nosotros, y que la seguridad que nosotros podemos darle no se compara a la que Él nos da.

Al acogerlo descubrimos que Él es la respuesta a las ansias más profundas de nuestro ser, y que sólo este Niño de Belén puede calmar y saciar el hambre de infinito, la sed de comunión y la nostalgia de Dios que tienen nuestros corazones. Al acogerlo descubrimos que si queremos ser realmente felices, la vida no se puede construir más que con Él, en Él y por Él.

Este es el poder que tiene el indefenso Niño de Belén: el poder de destruir nuestra soberbia, nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia. El poder de liberarnos de nuestro pecado que es ruptura y muerte. El poder de devolvernos, por la reconciliación, la inocencia, la pureza, la sencillez, la humildad y la gracia filial, para así tener vida verdadera.

«No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 11). 

El anuncio del Ángel de la Navidad a los pastores la noche santa del nacimiento del Señor Jesús, nos llena a nosotros de particular alegría y en unión con toda la Iglesia proclamamos «Jesucristo, es el Único Salvador del Mundo, ayer, hoy y siempre».

El Señor Jesús no es un moralista, ni un filántropo, ni un sabio más. ¡Es Dios hecho hombre: el Camino, la Verdad y la Vida! Gracias al misterio del Verbo de Dios hecho carne, no sólo conocemos el misterio íntimo de Dios, comunión de amor, sino el misterio del ser humano. El Señor Jesús, Hijo consustancial al Padre, revela el Plan de Dios sobre toda la creación y en particular sobre el ser humano: «Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación».[1] «Él Verbo de Dios…manifiesta el plan del Padre, de revelar a la persona humana el modo de llegar a la plenitud de su propia vocación».[2]

La gloria del Señor que envolvió de claridad a los pastores de Belén también nos envuelve a nosotros en la Nochebuena y en el día de Navidad. Esa gloria es la Luz de Belén, aquella que nos permite conocernos a nosotros mismos.

Por eso la Luz de Belén siempre nos cautiva, no importando la edad que tengamos, o cual pueda ser nuestra situación actual, porque ella despierta en nosotros la nostalgia por la Vida Verdadera.  La Luz de Belén es siempre una Luz fascinante que irradia belleza, alegría y esperanza. Porque la Luz de Belén es ¡Cristo, Luz del Mundo!, la Luz que viene a iluminar a todo hombre (ver Jn 8, 12). Fuera de esta Luz nunca sabremos el real valor de nuestra vida. Es el Señor Jesús, hoy recién nacido en Belén, quien nos descubre el misterio de lo que somos, la grandeza de nuestra dignidad y el horizonte de nuestro despliegue como personas.

 Pero la alegría de la Navidad no sería completa si nuestra mirada no se dirigiese finalmente a Santa María, a Aquélla que, obedeciendo totalmente al Padre, por la acción del Espíritu Santo, engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios. Por eso esta noche de Navidad le decimos a la Madre de Jesús, que es también nuestra Madre:

¡Gracias Santa María!

 Gracias por tu “Hágase” valiente y generoso que hizo posible el milagro de la Encarnación y así el que nosotros hayamos sido engendrados a la vida de la gracia.  

Gracias por tu «SÍ». Por haber renunciado a tu comodidad, a tus planes, a tus seguridades y haberte lanzado a la gran aventura de seguir lo que Dios te pedía.

Gracias por haberte sometido a lo inseguro e incluso a lo doloroso por nuestra reconciliación.

 Pero además estamos ante ti, Madre nuestra, para decirte:

¡Aquí nos tienes! ¡Míranos, Oh Madre de Bondad, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, porque nosotros somos también hijos tuyos, hijos de tu gran fe!  Y queremos decirte en esta Noche Santa en que has derramado la Luz del mundo en nuestras vidas, que nos confiamos a tus cuidados maternales. 

«Ruega Santa María por nosotros a tu Hijo muy querido».

Ruega por nuestras familias, por nuestros padres, por nuestros hijos, por nuestros hermanos, por nuestros abuelos. Que nuestros hogares sean escuelas del más profundo humanismo y cenáculos de fe, esperanza y amor cristiano.

Ruega por los niños por nacer que aún no han visto la luz del día, para que no sean abortados.

Ruega por nuestros niños, vela por ellos y enséñanos a cuidarlos de cualquier peligro y abuso, porque quien cuida a los pequeños se acerca a Dios y vence la cultura del descarte.

Ruega por nuestros jóvenes en búsqueda del sentido verdadero de la vida que sólo lo da Jesús y es Jesús, porque sólo Cristo tiene palabras que resisten el desgaste del tiempo y permanecen para la eternidad.

Ruega por las personas que sufren por la falta de trabajo, porque cuando éste falta, falta la dignidad. Junto con San José carpintero, ruega para que lo encuentren, porque trabajando es como nos volvemos más personas y nuestra humanidad florece.

Ruega por los pobres que padecen hambre e indiferencia, para que escuchemos sus gritos y les brindemos nuestro amor, ayuda y solidaridad.  

Ruega por los que aún esperan en Piura la ansiada reconstrucción de sus viviendas, de sus campos, de sus escuelas, de sus centros de salud, de sus calles y avenidas, y de un servicio digno de agua potable. 

Ruega por nuestros enfermos, por nuestros ancianos, por nuestros hermanos encarcelados, y por cuántos están solos y sin esperanza. Que como tu Hijo y Tú misma, sepamos prodigarles nuestra ternura y asistencia como expresión clara y prioritaria de la auténtica caridad cristiana.  

Ruega por las víctimas de la injusticia y de la violencia. Que la paz que hoy cantan los ángeles llene la tierra, el amor venza al odio, la venganza deje paso a la reconciliación, y la discordia se convierta en amor mutuo.

Ruega por los migrantes que llegan a nuestra tierra en busca de paz, trabajo, alimento y salud. Que en ellos veamos a tu Hijo peregrino entre nosotros y sepamos darles la acogida y el calor de nuestra fraternidad.

Ruega por los pecadores y por los que, seducidos por los sucedáneos de este mundo, han perdido el horizonte de la fe y viven alejados de la Luz de la Navidad. Que redescubran el horizonte de la misericordia que resplandece en tu Hijo nacido hoy, porque Él ha venido a traernos el perdón del Padre y no hay pecado por grave que sea que Él no pueda perdonar.

Ruega por nuestros familiares, amigos y bienhechores difuntos. Por todos los que han muerto. Que por la sangre preciosa de tu Hijo alcancen la misericordia y el gozo eterno.

Ruega por este Perú que es tuyo y de tu Hijo desde la Evangelización constituyente. Por este Perú que urgentemente necesita una Nueva Evangelización y una nueva floración de santidad.

Ruega por los responsables del gobierno de la Nación y por los que rigen nuestra sociedad para que con rectitud, honestidad y entrega generosa conduzcan al pueblo peruano por los caminos del Plan de Dios, y así podamos ver hecha realidad la ansiada Civilización del Amor en nuestra Patria, es decir un Perú nuevo, justo y reconciliado. 

¡Estamos aquí, ante Ti, oh Santa María de la Encarnación!, para pedirte que los frutos de la Navidad no se disipen, sino que las semillas de gracia de este tiempo santo en que proclamamos con gozo a tu Hijo amado como el Verbo de Dios encarnado en tu seno, se desarrollen hasta alcanzar plenamente la santidad a la que todos estamos llamados. 

¡Estamos aquí, ante Ti, oh Nuestra Señora de Belén! para proclamar contigo que la salvación está sólo y enteramente en tu Hijo, el Dulce Señor Jesús.

A Ti, Aurora de la Salvación, confiamos nuestro camino en el nuevo Año para que bajo tu guía todos los hombres descubran a Cristo Jesús, Luz del mundo y único Salvador, ayer, hoy y siempre, que reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén.

San Miguel de Piura, 16 de diciembre de 2018
III Domingo de Adviento

[1] Gaudium et spes, n. 22.

[2] Ecclesia in America, n. 10.

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