“DEJARLO TODO POR ÉL, ES ENCONTRARLO TODO EN ÉL”

Homilía del Arzobispo Metropolitano en el Domingo XIII del Tiempo Ordinario

26 de junio de 2022 (Oficina de Prensa).- Hoy, XIII Domingo del Tiempo Ordinario, nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., ha preparado una homilía centrada en el mensaje del Evangelio del día. En su homilía, Monseñor Eguren nos recuerda que: Jesús sólo tuvo un lugar donde reclinó la cabeza: La Cruz. Por tanto, el Señor es muy claro en decirnos que quien quiera seguirlo, debe estar dispuesto a abandonar cualquier proyecto propio, cualquier seguridad humana, debe estar preparado a renunciar a cualquier comodidad, y estar decidido a negarse a sí mismo, y tomar su cruz de cada día”.

A continuación, compartimos la Homilía completa de nuestro Pastor:

“Dejarlo todo por Él, es encontrarlo todo en Él”

El Evangelio de este Domingo (ver Lc 9, 51-62), comienza con una frase corta y directa, que literalmente traducida del griego sería como sigue: “Endureciendo el rostro, decidió ir a Jerusalén”; o “Él (Jesús) se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51). Bien sabemos que todo el Santo Evangelio de San Lucas está estructurado en una sola ida o subida de Jesús a la ciudad Santa de Jerusalén, donde al Señor le espera el misterio de su pasión, muerte, resurrección, y ascensión al Cielo. A esto se refiere San Lucas cuando nos dice que “se iban cumpliendo los días de su asunción” (Lc 9, 51).  

Para un judío, endurecer el rostro, significa actitud de firmeza y de enérgica decisión. La expresión indica la firme, resuelta y decidida resolución del Señor de ir a consumar el misterio de nuestra salvación a través de su misterio pascual. Y todo por amor a nosotros y en perfecta obediencia al Plan salvífico de su Padre. Nada ni nadie lo separara de este propósito. A raíz de lo antes mencionado preguntémonos: ¿Nuestra decisión de seguir a Cristo, tiene esa misma enérgica determinación y coraje? ¿Estamos realmente decididos a seguirle radicalmente, tanto en la alegría como en el dolor? ¿Realmente nada ni nadie nos separa de su Amor? (ver Rom 8, 35-39). La esencia del seguimiento de Cristo, en cualquier vocación o estado de vida, es una determinación al amor y nada más. Es una determinación a amarle por encima de todo y de todos.

Para aquellos que quieren seguir a Cristo, especialmente en la vida sacerdotal y consagrada, el Evangelio de hoy nos presenta tres episodios relacionados con tres personas llamadas a seguir a Cristo, episodios que son ocasión para que comprendamos cómo debe ser nuestra respuesta al llamado del Señor en nuestras vidas.  

En el primer episodio, alguien le dice a Jesús algo muy hermoso: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57). Es muy generoso el compromiso que le expresa esta persona al Señor. Pero Jesús le advierte que, para seguirlo, hay dos cosas que son necesarias: La pobreza, y el estar siempre en camino, en movimiento. Por eso le advierte: “Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58).

Pobreza que significa despojarse de la mundanidad, de la avaricia, del egoísmo, y más bien poner nuestros bienes y talentos en favor del desarrollo humano integral, del bien común, de la justicia social, y del cuidado y protección de la creación. Estar siempre en camino: Porque el cristiano es por naturaleza un itinerante, un viador, un caminante. La Iglesia por su naturaleza está en movimiento, no es sedentaria, y no se queda tranquila en su propio recinto. “Está abierta a los horizontes más amplios, enviada ¡la Iglesia es enviada! a llevar el Evangelio a los caminos y llegar a las periferias humanas y existenciales”.[1]

Finalmente, y en relación a este primer personaje de nuestro Evangelio dominical, sabemos muy bien que Jesús sólo tuvo un lugar donde reclinó la cabeza: La Cruz. Por tanto, el Señor es muy claro en decirnos que quien quiera seguirlo, debe estar dispuesto a abandonar cualquier proyecto propio, cualquier seguridad humana, debe estar preparado a renunciar a cualquier comodidad, y estar decidido a negarse a sí mismo, y tomar su cruz de cada día (ver Lc 9, 23).

En el segundo episodio, Jesús, tomando la iniciativa le dice a uno: “¡Sígueme!” (Lc 9, 59), pero éste le responde pidiéndole al Señor un poco más de tiempo para ir en pos de Él: “Déjame primero ir a enterrar a mis padres” (Lc 9, 59). A lo que el Señor le responde: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios” (Lc 9, 60). Parece dura y hasta inhumana la respuesta del Señor, pero lo que esta persona le estaba diciendo a Jesús, es que recién cuando sus padres murieran, entonces y sólo entonces, estaría en capacidad de seguirlo. Pero el seguimiento de Jesús no admite demoras, dilaciones, aplazamientos. Se presenta como algo absoluto, incluso exige el desapego a las personas más queridas (ver Mt 10, 37).

Al respecto nos dice el Papa Francisco: “Con estas palabras, deliberadamente provocadoras, (Jesús) tiene la intención de reafirmar la primacía del seguimiento y la proclamación del Reino de Dios, incluso por encima de las realidades más importantes, como la familia. La urgencia de comunicar el Evangelio, que rompe la cadena de la muerte e inaugura la vida eterna, no admite retrasos, sino que requiere inmediatez y disponibilidad. Por lo tanto, la Iglesia es itinerante, y aquí la Iglesia es decidida, actúa con prontitud, en el momento, sin esperar”.[2]

Finalmente en el tercer episodio, como en el primero, alguien se ofrece para seguirlo, pero pide un momento para despedirse de los suyos: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa (Lc 9, 61). Pero el seguimiento de Cristo no admite siquiera ese breve momento de dilación: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios” (Lc 9, 62). Como bien define el Santo Padre esta respuesta del Señor: “Seguir a Jesús excluye las nostalgias y las miradas hacia atrás, pero requiere la virtud de la decisión”.[3]

Sabemos muy bien que Santa María es la Madre de Dios, pero también es la perfecta Discípula de su Divino Hijo. Nadie como Ella ha creído, esperado, y amado a Jesús. Nadie como Ella se ha fiado de la Palabra de Dios, ha renunciado a sus comodidades, planes y seguridades humanas, para realizar en su vida la voluntad de Dios, el designio divino. Nadie como Ella ha vivido en la dinámica de la provisionalidad. Ella constantemente ahondaba en su Inmaculado y Doloroso Corazón, en cada circunstancia concreta de su vida, su “Sí”, su “Hágase”, su “Fiat” al Señor. Como ninguno, Santa María, ha anunciado al Evangelio viviente, que es Jesús, porque Ella misma nos lo ha dado, tanto en la alegría de Belén como en el dolor del Calvario.

Por eso, debemos siempre mirar a María Santísima, para que Ella nos eduque, con el ejemplo de su vida, a dárselo todo al Señor, con la certeza que nos da la fe que, dejarlo todo por Él, es encontrarlo todo en Él.   

San Miguel de Piura, 26 de junio de 2022
Domingo XIII del Tiempo Ordinario

[1] S.S. Francisco, Angelus, 30-VI-2019.

[2] En el mismo lugar.

[3] En el mismo lugar.

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