Arzobispo celebra la Solemnidad de Pentecostés y bendice a madres embarazadas
05 de junio del 2022 (Oficina de Prensa).- Con profundo recogimiento una gran cantidad de fieles se congregaron hoy domingo en la Basílica Catedral de nuestra ciudad para participar de la Santa Misa con ocasión de la Solemnidad de Pentecostés, fiesta mediante la cual se conmemora el descendimiento del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, a los cincuenta días después de la Resurrección de Cristo. La Eucaristía fue presidida por nuestro Arzobispo Metropolitano Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V.
La Santa Misa fue ofrecida en acción de gracias al Señor por el 35° Aniversario de la Diaconía para la Justicia y la Paz del Arzobispado de Piura, así como por el 103° Aniversario de Fundación del Club Deportivo Atlético Grau de Piura. Al finalizar la celebración nuestro Arzobispo bendijo de manera especial, a un numeroso grupo de madres que se encuentran en estado de dulce espera. Ellas han sido las invitadas de honor de la Diaconía para esta celebración, porque llevan en sus vientres a sus hijos, por tanto, ya son mamás, aunque no hayan dado a luz aún. Con este hermoso gesto, Monseñor Eguren, ratifica una vez más su valiente posición en defensa de toda vida humana, desde que es concebida hasta su ocaso natural, y a lo largo de todas sus etapas, porque toda vida tiene un carácter sagrado e inviolable, más aún la del más inocente entre todos: el Niño por Nacer.
A continuación, les ofrecemos la homilía completa que pronunció nuestro Pastor hoy:
¡Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida!
Solemnidad de Pentecostés
Concluimos el presente tiempo Pascual con la gran fiesta de Pentecostés, es decir, con la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en oración en torno a Santa María, Madre de la Iglesia. Pero, ¿quién es el Espíritu Santo? Es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, por lo tanto, es Dios. El Espíritu Santo es el Amor, la comunión que brota eternamente de la unidad entre el Padre y el Hijo o, mejor dicho, el Amor y la comunión que brota del don recíproco del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Es entonces, la fuerza personal de unidad que los impulsa y que a la vez da consistencia a su entrega mutua.
En palabras del mismo Jesús, el Espíritu Santo es un don, una gracia, un regalo muy valioso, hasta el punto de que se hace conveniente que Él mismo se marche. Por eso el Señor les dice a sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré” (Jn 16, 7). Lo que hace al Espíritu Santo tan importante y necesario en nuestra vida cristiana, es el hecho de que Él es el Espíritu de la Verdad que nos revela y nos da a conocer el misterio de Cristo, ayudándonos a creer en Jesús y a dar valiente testimonio del Señor. Por eso San Pablo afirma: “Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo” (1 Cor 12, 3).
El Espíritu Santo, tiene la misión de llevarnos a la Verdad plena, por eso el Señor Jesús dijo de Él: “Mucho tengo todavía que deciros, pero por ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, Él os guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir” (Jn 16, 12-13). Solamente quien ha recibido al Espíritu de la Verdad puede comprender la enseñanza de Cristo y ser testigo de ella en la Iglesia y en el mundo. Sólo con el don del Espíritu, podemos comprender y vivir el misterio de Cristo, y así ser sus discípulos- misioneros.
Igualmente, el Espíritu Santo es Aquel que anima la vida evangelizadora y misionera de la Iglesia. Efectivamente, en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles de la Misa de hoy (Hch 2, 1-11), vemos al Espíritu descendiendo con una fuerza extraordinaria sobre los discípulos, que se encuentran en compañía de Santa María. En forma de viento impetuoso y de llamaradas de fuego, los saca de su encierro, de sus miedos y parálisis, y los hace capaces de anunciar, con sabiduría y valor a todo el mundo, la Buena Nueva del Señor Jesús, hasta el extremo que entregarán sus vidas anunciando el Evangelio.
El Espíritu Santo es entonces, Aquel que pone en movimiento, desde Pentecostés hasta la Parusía (el final de los tiempos), nuestras energías más profundas, vivificándolas y dirigiéndolas en orden a que realicemos la misión que Jesús ha confiado a su Iglesia: “Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado” (Mt 28, 19-20).
Es asombroso constatar que el acontecimiento de gracia de Pentecostés, ha seguido produciendo, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, frutos maravillosos, suscitando por doquier ardor evangelizador y compromiso de amar y servir con absoluta entrega a Dios y a los hermanos. También hoy el Espíritu impulsa en la Iglesia pequeños y grandes gestos de perdón y profecía, y da vida a carismas y dones siempre nuevos, que atestiguan su incesante acción en el corazón del hombre.
Hace algunos domingos, les comentaba que un gran teólogo de nuestros tiempos había llamado al Espíritu Santo con el apelativo de ese “Gran Desconocido”. Por tanto, ¿dónde y cómo le podemos conocer y experimentar su acción en nuestras vidas? El Catecismo de la Iglesia Católica responde a nuestra inquietud de la siguiente manera:
“La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo: en las Escrituras que Él ha inspirado; en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales; en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste; en la Liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo; en la oración en la cual Él intercede por nosotros; en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia; en los signos de vida apostólica y misionera; en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación”.[1]
El Evangelio de hoy (ver Jn 20, 19-23) nos muestra que Pentecostés está estrechamente unido al misterio de la Pascua. Efectivamente, Pentecostés es fruto del Calvario y de la Resurrección: Jesús murió para comunicarnos el Espíritu Santo, y resucitó para darnos el Espíritu Santo.
San Juan nos cuenta que Cristo resucitado acude al Cenáculo donde los discípulos están encerrados por miedo a los judíos. Pero como para el Señor no hay obstáculo que no se pueda superar, colocándose en medio de ellos les dice: “Paz a vosotros. Dicho esto les mostró las manos y el costado…Y soplando sobre ellos les dijo: Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados y a quienes se los retengan les quedan retenidos” (Jn 20, 19. 22-23). Jesús, con la fuerza del Espíritu Divino, instituye así el Sacramento de la Reconciliación, sacramento del perdón y de la misericordia. Por eso, además de ser el Espíritu de la Verdad, el Espíritu Santo es también el Espíritu del Amor misericordioso.
El soplo del Señor, transmite el Espíritu. Así como en la creación del hombre, Dios sopló su Espíritu sobre el barro que había moldeado dándole vida, su misma vida (ver Gen 2, 7), así del mismo modo Jesús sopla sobre sus discípulos para indicar que su misterio pascual ha dado lugar a una nueva creación: La del hombre liberado del pecado, hecho hijo de Dios en Cristo, heredero de la vida eterna, capaz de construir en el mundo la ansiada Civilización del Amor.
Por eso hoy, con más conciencia y decisión que nunca, a la hora de la Profesión de nuestra Fe con el rezo del Credo digamos: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”. Sí, creo en el Espíritu Santo que purifica, santifica, da impulso, e infunde vida, verdad, alegría, paz, perdón y amor.
¿Qué enseñanzas nos deja la fiesta de Pentecostés? La primera, que debemos ser más conscientes de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas, para así ser más dóciles a su actividad en nuestros corazones y así ser animados por el Amor que es Él. En segundo lugar, elevarle nuestra oración de súplica incesante porque el vacío del hombre, y el poder del pecado y del mal, es muy grande cuando Él no envía su aliento. Por eso, como lo hacían Santa María y los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús (ver Jn 14, 18), no dejemos de repetir: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor. Envía, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra”.
En defensa del Niño por Nacer
Recientemente, hemos concluido el mes de mayo, mes de María, donde a través de diversas actividades, hemos hecho firme defensa de los “Niños por Nacer”. En esta Eucaristía de Pentecostés, queremos también tenerlos presentes en nuestra oración y renovar nuestro compromiso a defenderlos siempre, en comunión con sus mamás. De ahí la presencia esta mañana de un grupo de madres en estado de buena esperanza, con sus hijos en sus vientres, a quienes bendeciremos en unos instantes más.
A todas las mamás que están esperando un hijo, hoy les digo: ¡Alégrate madre, hay un hijo en tu vientre! La alegría es la reacción humana natural a todo “Niño por Nacer”. Lo vemos así en María Virgen, sin pecado concebida, en quien brota exultante esa alegría cuando concibe a su Hijo, por obra y gracia del Espíritu Santo (ver Lc 1, 35). Toda mujer tiene derecho a vivir intensamente la alegría de concebir, de acoger un hijo en su seno; tiene derecho a descubrir —con la mirada de Dios— al pequeño varón o mujer en su vientre, y decirle jubilosa: “Es bueno que existas”. Y si por algún motivo, esa vida humana ha sido concebida en una situación dramática y hasta injusta y abusiva, que puede llevar a la madre a la tentación de esa falsa solución que es el crimen abominable del aborto, será entonces nuestro deber hacernos presentes, con nuestra compañía, consejo y ayuda en la vida de aquella mujer frágil, tentada a abortar, para ayudarla a que no lo haga. Será a través de nuestra solidaridad humana con ella como Dios le dirá a aquel “Niño por Nacer” amenazado: “Yo no me olvido de ti”.
Asimismo, los invito a la defensa de la vida de los enfermos y especialmente de aquellos que padecen enfermedades degenerativas o terminales. Como ha enseñado recientemente el Papa Francisco: “Las enfermedades pueden marcar el cuerpo, confundir los pensamientos, quitar las fuerzas, pero nunca podrán anular el valor de la vida humana, que debe ser siempre protegida, desde su concepción hasta su fin natural”.[2] Por ello, junto con el aborto, rechacemos cualquier intento por legalizar la eutanasia en nuestro país, porque ambos son pecados gravísimos contra el Espíritu Santo, quien es “Señor y dador de vida”.
35°Aniversario de la Diaconía para la Justicia y la Paz
Hoy también queremos reconocer a la “Diaconía para la Justicia y la Paz”, institución de la Iglesia Católica, perteneciente al Arzobispado de Piura, por sus 35° años de creación. Mi homenaje y gratitud a todos los que trabajan en ella. La “Diaconía” está dedicada al servicio de los más necesitados de nuestra Arquidiócesis, poniendo como centro de su trabajo a la persona humana, destacando su dignidad mediante la promoción y defensa de la vida desde la concepción hasta su fin natural, y de los derechos humanos de quienes tienen una condición más vulnerable, a fin de contribuir al bien común y a la construcción de una sociedad más justa y reconciliada.
En la actualidad, la “Diaconía para la Justicia y la Paz”, cuenta con los servicios de asesoría jurídica y psicológica, una oficina para la promoción y la defensa de la vida, la oficina de la pastoral carcelaria, el centro de asistencia y reconciliación de la familia, y proyectos de intervención en zonas vulnerables. De esta manera, crea y difunde campañas de sensibilización social, sobre los derechos de las personas, en especial condición de vulnerabilidad, como son los niños por nacer, las mujeres y menores que sufren violencia familiar, las personas que se encuentran privadas de su libertad, y las familias que aspiran a vivir la reconciliación. A todos los que forman parte de la “Diaconía para la Justicia y la Paz”, muchas gracias por su generoso trabajo, y que este nuevo aniversario los impulse con más alegría, entusiasmo y generosidad, a vivir su misión. Tengan la seguridad que los acompaño siempre con mi oración y afecto.
Que Santa María, Aquella que, como ninguna otra persona, ha experimentado en el misterio de la Encarnación, al Espíritu Santo “como Señor y dador de vida”, nos enseñe a acoger, amar, proteger y defender toda vida.
Aprendamos de la Madre de Dios, quien llevó primero en su vientre Inmaculado al Verbo eterno del Padre, y después lo sostuvo en sus brazos tanto en Belén, como al pie de la Cruz, su ternura, su coraje y su valor, para acoger la vida de cada ser humano, desde la concepción y a lo largo de todas sus etapas, hasta su fin natural con la muerte.
San Miguel de Piura, 05 de junio de 2022
Solemnidad de Pentecostés
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 688.
[2] S.S. Francisco, Discurso a los a los dirigentes de la Confederación italiana “Federsanità, 04-VI-2022.
Puede descargar el archivo PDF conteniendo esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ
Puede ver el vídeo de la transmisión de la Santa Misa de hoy AQUÍ