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“A MÍ ME LO HICIERON”

Jóvenes: empeñen sus energías en construir un Perú más justo

22 de noviembre de 2020 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, nuestro Arzobispo Metropolitano Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., presidió la Santa Misa desde la Capilla Arzobispal «Nuestra Señora de las Mercedes», en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, último domingo del año litúrgico.

Durante su homilía, Monseñor Eguren dirigió una reflexión a los jóvenes quienes han estado tan presentes estos días en el acontecer nacional. A ellos los animó a que hagan del Perú un lugar mejor, empeñando sus energías en construir un País más justo, más fraterno, sin violencia, donde reinen la honestidad, la verdad, la solidaridad y la paz. 

A continuación compartimos la Homilía completa pronunciada por nuestro Arzobispo:

A Mí me lo hicieron

La primera venida de Cristo fue en la sencillez de nuestra carne, como el más humilde de los hombres. Al respecto San Pablo nos dice: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Flp 2, 6-7). 

En su última y definitiva venida al final de los tiempos, el Señor Jesús vendrá también en su condición humana, ya que por el misterio de la encarnación se ha dado la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo de Dios, pero en el día final, día tremendo y glorioso al mismo tiempo, el Señor vendrá en majestad y gloria.

Paradójicamente, a Aquél que fue juzgado y condenado a muerte de cruz, lo veremos sentado en su trono como Juez universal. Precisamente así es como comienza la parábola del Juicio Final que leemos en este Domingo, Solemnidad de Cristo Rey del Universo (ver Mt 25, 31-46): “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos” (Mt 25, 31-32).

Esta presentación del Juicio Final es brillante. A través de ella, Jesús nos quiere enseñar que lo determinante en el Juicio será el amor a Él, pero que el modo auténtico de expresarle este amor es por medio del amor al prójimo a través de las obras de misericordia a los más pequeños, es decir a los más pobres y vulnerables, a los descartados y marginados, como son los hambrientos, los sedientos, los migrantes, los desnudos, los enfermos y encarcelados.

Hoy en día dentro de los descartados también debemos considerar a los niños, empezando por los concebidos no nacidos, cuya dignidad humana muchas veces es atropellada y eliminada con el crimen abominable del aborto. Descartados son también los ancianos, porque se les considera que ya no son “productivos”, y los jóvenes, muchos de los cuales viven en una sociedad sin posibilidades, sin futuro en la educación y en el ámbito laboral.

Volviendo al Evangelio de hoy, en el día del Juicio Final, Cristo Rey separará a las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. A los de su derecha les dirá: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mt 25, 34-36). Lo que enumera Jesús, son lo que conocemos por el Catecismo como las obras de misericordia corporales.

En cambio, a los de la izquierda les dirá: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis” (Mt 25, 41-43).

La diferencia entre unos y otros está descrita con dos palabras enérgicas y definitivas: “Benditos” y “malditos”. Unos reciben en herencia el Reino y los otros van al fuego eterno, al infierno. Ésta es precisamente la conclusión de toda la parábola: “Estos irán a un castigo eterno y los justos a una vida eterna” (Mt 25, 46). Reparemos que tanto el “castigo” como el “premio”, que reciben unos y otros, tienen el carácter de ser “eternos”.

Pero en la parábola, a unos y a otros les asalta una inquietud y por eso preguntan: “¿Cuándo te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo o enfermo o en la cárcel?”. La respuesta del Juez Universal expresa el núcleo de la enseñanza de la parábola: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis…Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo” (Mt 25, 40.45). En muchas ocasiones, Jesús se identificó con los más pequeños, a quienes en esta parábola los llama “sus hermanos más pequeños”, y asegura que el bien o el mal hecho a cualquiera de ellos se lo hacemos a Él mismo. Por tanto, cuando estemos frente al Señor el día del Juicio no podremos excusarnos diciendo: ¿Cuándo te vi en necesidad y no te auxilie? Si no servimos con amor a los hermanos más pequeños del Señor ahora, recibiremos más adelante el duro juicio de Cristo Rey, el cual será inapelable.

Queridos hermanos: Si confesamos que Cristo es nuestro Rey y realmente queremos servirlo, Él mismo nos señala a los hambrientos, sedientos, desnudos, forasteros, enfermos, encarcelados, a los descartados, y nos dice: “El bien que le hacen a ellos a Mí me lo hacen…Ellos también son tu Rey”.

A través de la parábola de hoy, el Señor Jesús, nos llama a salir de nuestra indiferencia ante las necesidades de los demás, a hacernos sensibles al dolor de los hermanos y a asumirlo como propio. Por eso, para que nuestra opción preferencial por los pobres, que no es exclusiva ni excluyente, sea auténtica, tiene que ser afectiva y efectiva a la vez.

Las palabras de Cristo Rey: “A Mí me lo hicieron” (Mt 25, 40), debemos tomarlas literalmente porque esa es la intención del Señor. Así las han asumido y vivido con radicalidad evangélica muchos santos que se han distinguido por sus obras de caridad para con los pobres, los ancianos y necesitados a lo largo de toda la historia de la Iglesia hasta nuestros días. Sólo mencionaré una vida de santidad en la caridad de Cristo que todos conocemos, la de Santa Teresa de Calcuta. Ella solía repetir estos pensamientos que deben servirnos de guía para vivir nuestra vida cristiana de caridad y amor fraterno: “Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido”. Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”. “El amor, para que sea auténtico, debe costarnos”.

Consciente que el amor a los demás sólo es posible si primero hay una vida de unión con el Señor, la Madre Teresa también solía decir: “Pero, nuestras acciones sólo pueden producir frutos, cuando son expresión verdadera de una plegaria sincera”. Para que la oración sea realmente fructuosa, ha de brotar del corazón y debe ser capaz de tocar el corazón de Dios”. Por eso sin oración, sin vida espiritual y sacramental, es imposible amar de verdad porque la caridad tiene su origen y fuente en Dios que es Amor (ver 1 Jn 4, 8). La caridad, no es otra cosa sino sobreabundancia de Amor.

Jóvenes: empeñen sus energías en construir un Perú más justo

Para terminar, y con ocasión de esta Solemnidad de Cristo Rey, quisiera dirigir una reflexión a los jóvenes quienes han estado tan presentes estos días en el acontecer nacional. Oramos por ellos en esta Eucaristía, y de manera especial por los que lamentablemente han perdido la vida.

Queridos jóvenes: Si quieren ser de verdad felices, busquen la identificación con Cristo. Sólo el Señor Jesús conoce sus corazones, sus deseos más profundos. Sólo Él, que los ha amado hasta la muerte (ver Jn 13, 1), es capaz de colmar todas sus aspiraciones. Sus palabras son palabras de vida eterna, es decir palabras que dan sentido a la vida. Nadie fuera de Cristo Rey puede darles la verdadera felicidad.[1] Sólo Él libera al hombre de las cadenas del pecado, nos da la libertad verdadera, y nos permitirá forjar ese Perú nuevo con el cual ustedes sueñan.

Queridos jóvenes: Esta es la hora de los audaces, de los que tienen esperanza, de los que aspiran a vivir en plenitud el Evangelio y de los que quieren vivirlo en el Perú de hoy, a puertas del Bicentenario. Empeñen sus energías en construir un Perú más justo, más fraterno, sin violencia, la cual es siempre anticristiana, donde reinen la honestidad, la verdad, la solidaridad y la paz. Les pido que hagan del Perú un lugar mejor donde resplandezcan las Bienaventuranzas del Reino (ver Mt 5, 1-12). ¡No se dejen robar la esperanza ni la alegría de vivir! Sin esperanza el corazón se llena de frustración y amargura. Ustedes, los jóvenes, son los que tienen el futuro en sus manos.

Que María Reina, la Madre de Cristo Rey del Universo, nos cuide a todos y nos enseñe a ser fieles discípulos de su Hijo, y a trabajar por el Reino de Dios que se fundamenta sobre la verdad y el amor, ofreciendo a quien lo acoge paz, libertad y plenitud de vida.

San Miguel de Piura, 22 de noviembre de 2020
Solemnidad de Jesucristo Rey Universo

[1] Ver San Juan Pablo II, Mensaje para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25-VII-2020.

Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver el video de la Santa Misa celebrada por nuestro Arzobispo AQUÍ

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