En el Año de la Misericordia se ordenan 4 nuevos sacerdotes para Piura y Tumbes
14 de agosto de 2016 (Oficina de prensa).- La mañana de hoy, Víspera de la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, fueron ordenados 4 nuevos Presbíteros de nuestra Arquidiócesis quienes recibieron la imposición de manos de parte de Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., Arzobispo Metropolitano de Piura. La celebración fue concelebrada por más de 30 sacerdotes y se inició a las 11 de la mañana en la Basílica Catedral de nuestra Ciudad ante los familiares de los ordenandos, religiosas, seminaristas invitados y una gran cantidad de fieles que se reunieron con inmensa alegría para participar de la ceremonia.
Monseñor Eguren dirigió emotivas palabras durante su homilía a los nuevos sacerdotes R.P. David Ancajima Ramos, R.P. Santos Enrique Bautista Orozco, R.P. Luis Tito Castillo Silva y R.P. Luis Augusto Ramírez Albán Cueva y los exhortó a que la diaria y fervorosa celebración de la Eucaristía sea el medio para que encuentren cada día su identidad de pastores: “Que estas ordenaciones sean para Gloria de Dios, Uno y Trino, y para bien de su Santa Iglesia. Que María cubra hoy y siempre con su manto maternal a estos sacerdotes de su Divino Hijo a quien ahora imponemos las manos y ungimos con el óleo santo, para que sean fieles, honrados, y obedientes colaboradores de su Obispo; para que por su predicación y con la gracia del Espíritu Santo, la Palabra del Evangelio dé fruto abundante en el corazón de los hombres; para que sean con nosotros fieles dispensadores de los misterios divinos; y para que con su oración el Pueblo santo y fiel de Dios y todo el mundo alcance la misericordia y la paz”.
En el marco del Año Santo de la Misericordia, estas ordenaciones son una gran bendición para nuestra Iglesia particular y un motivo de gran gozo para todos nosotros. Demos gracias a Dios por ello y no dejemos de orar por la santidad y fidelidad de los nuevos Sacerdotes, para que el Señor Jesús y Santa María los bendigan, acompañen y protejan siempre a lo largo de su ministerio.
A continuación publicamos la homilía completa de nuestro Arzobispo:
HOMILÍA
ORDENACIONES SACERDOTALES
Muy queridos hijos David, Santos Enrique, Luis Tito y Luis Augusto:
Hoy, víspera de la gran fiesta mariana de la Asunción de la Virgen María, se ordenan sacerdotes del Señor Jesús. Esta fiesta la podemos definir como el triunfo definitivo de la Madre del Señor. Su celebración no hace más que resaltar la grandeza del triunfo pascual de su Hijo. La Asunción de María nos enseña que una mujer de nuestra misma naturaleza está ya gloriosa en el cielo en la plenitud de nuestra humanidad. Nos recuerda que nuestro cuerpo está llamado a ser santo en esta tierra para luego ser resucitado y glorificado en el cielo. Por ello, a la luz de esta fiesta de María, cobran para nosotros renovado sentido y fuerza las palabras que decimos en la profesión de Fe del Credo: «Creo en la resurrección de la carne».
De otro lado, al ordenarse presbíteros en esta fiesta mariana, su sacerdocio queda puesto bajo el signo de la Madre. No se olviden que de entre todos, Jesús eligió desde la cruz a San Juan, al discípulo amado, como destinatario inmediato y visible del don de la maternidad espiritual de Santa María (ver Jn 19, 25-27). Ciertamente en ese discípulo estaban representados todos los hombres llamados a la fe en Cristo, y todos los llamados a recibir a María como Madre. Pero el Señor Jesús, con especial intención, encomendó a su Madre a un discípulo al que había elegido para ser sacerdote, y a quien el día anterior en la Última Cena, había confiado la misión y el poder de celebrar el banquete eucarístico.
Cristo ha querido entonces, establecer una relación más íntima entre María y cada sacerdote. Por ello así como Juan tomó consigo a María como Madre, ustedes también. Vivan su sacerdocio muy cerca de la Virgen, otórguenle a Ella un lugar principalísimo en sus corazones (ver Jn 19, 27). Jesús el día de hoy también les dice a ustedes como a San Juan: «Ahí tienes a tu Madre» (Jn 19, 26). Aquel que había dicho a sus discípulos: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13, 34; 15, 12), quiso antes de morir decirle a un sacerdote y en él a todos sus sacerdotes de todos los tiempos: «Ama a mi madre así como yo la he amado».
Por ello podemos decir que entre los deberes que Jesús le ha asignado al sacerdote está la responsabilidad pastoral de favorecer e incrementar en los fieles cristianos las relaciones filiales con Santa María. De otro lado la vivencia de la piedad filial a la Virgen Santísima por parte de un sacerdote es vital para su sacerdocio. Al aproximarse al Corazón Inmaculado y Dolorosa de la Madre, el sacerdote descubre que éste reboza todo de la presencia de Cristo, y de esta manera María lo conduce de un modo más pleno al Señor Jesús y lo ayuda a conocerle amorosamente y a pertenecerle totalmente con todo su corazón, su alma, su mente y con todas sus fuerzas (ver Mc 12, 30). Al acercarse a María, el discípulo-sacerdote se vuelve más semejante a Cristo. La presencia de María en la vida de un presbítero posibilita un crecimiento y una fecundidad de su ministerio. De ahí la importancia que ustedes sean siempre sacerdotes marianos.
Sacerdotes de la Misericordia
No podemos dejar de mencionar que ustedes se ordenan sacerdotes en plena celebración del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Podemos decir que son los sacerdotes que la misericordia divina nos regala en este Año Santo. Por ello exclamamos hoy gozosos: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación» (2 Cor 1, 3). ¡Que estas ordenaciones sean fuente de muchas más para Piura y Tumbes!
Asimismo al ordenarse presbíteros en este Año Jubilar, ustedes están llamados de manera particular a ser testigos de la misericordia del Padre manifestada plenamente en Cristo Jesús. El sacerdote al ser signo sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia[1], está llamado a encarnar en su persona las mismas actitudes de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, conforme con la exhortación paulina: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5). Y de entre todos estos sentimientos destaca de manera especialísima y central la actitud de la misericordia, que es esa forma particular de amor que se compadece y sabe reaccionar ante el sufrimiento, la pobreza, la injusticia, la miseria espiritual y el pecado de aquellos que caminan a nuestro lado. Que se realice por medio de vuestro sacerdocio, vivido y ejercido fiel y santamente, lo que María canta en el Magnificat: «Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen… Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su misericordia» (Lc 1, 50. 54).
Frente a tanto sufrimiento de las personas de hoy en día, que sus corazones sacerdotales, como el del Señor Jesús, se abran para abrazar, acoger, perdonar y amar, especialmente a los más pobres, necesitados e indefensos.
Les pido además, que los fieles los encuentren siempre disponibles y acogedores, sobre todo para administrarles el sacramento de la reconciliación, porque un sacerdote es instrumento de la misericordia divina. El pecado es una herida que hay que curar y el confesionario es el lugar donde se obra la sanación-reconciliación. Gracias a nuestra ordenación sacerdotal que nos permite actuar in persona Christi, la confesión sacramental es el lugar del encuentro con la misericordia que para nosotros tiene un rostro y un nombre: Jesús de Nazaret.
Como bien señala el Papa: “El confesor debe ser un padre. Está en lugar de Dios Padre. El confesor debe acoger a las personas que van a él para reconciliarse con Dios y ayudarlos en el camino de esta reconciliación que está haciendo. Es un ministerio tan bello. La confesión no es una sala de torturas ni un interrogatorio. No, es el Padre quien recibe, Dios Padre; es Jesús quien recibe y acoge al pecador y perdona”.[2] Para ser buenos confesores no se olviden del consejo del Papa Francisco: “Cuando confesaba, siempre pensaba en mí mismo, en mis pecados y, en consecuencia, intentaba perdonar mucho…Buscaba esa mínima grieta para que la misericordia divina pudiera actuar”.[3]
Si Dios no se cansa de perdonar, ustedes tampoco, porque sin la misericordia de Dios, el mundo no existiría. Así como Él no quiere que nadie se pierda y que todos vengan al arrepentimiento (ver 2 Pe 3, 9), así también ustedes tengan siempre un gran celo por la salvación de los hermanos, con la confianza que brota de saber que su misericordia es infinitamente más poderosa que el pecado, y que ella ha realizado la obra de la redención, que es el límite divino impuesto al mal. Que las ovejas siempre encuentren en ustedes una mano que los levante, un abrazo que los salve, los perdone, y que los inunde de un amor infinito, paciente, indulgente, que los vuelva a poner en camino.
Tener un corazón como el del Buen Pastor
Con ocasión del reciente Jubileo de los Sacerdotes dentro del Año de la Misericordia, el Papa Francisco nos recordaba que el Corazón de Jesús tiene dos tesoros irremplazables: Su Padre y nosotros. De la misma manera el corazón de todo sacerdote debe conocer sólo dos direcciones: El Señor y la gente, y de entre la gente, de manera preferencial pero no exclusiva y excluyente, los pobres y los jóvenes. “El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor; por eso no se mira a sí mismo —no debería mirarse a sí mismo— sino que está dirigido a Dios y a los hermanos. Ya no es un «corazón bailarín», que se deja atraer por las seducciones del momento, o que va de aquí para allá en busca de aceptación y pequeñas satisfacciones. Es más bien un corazón arraigado en el Señor, cautivado por el Espíritu Santo, abierto y disponible para los hermanos”.[4]
Queridos hijos: Para que sus corazones sacerdotales siempre tengan el fuego del amor del Señor Jesús, en su caridad pastoral sigan estos tres consejos del Papa: Busquen, Incluyan y Alégrense. Busquen, es decir vayan siempre tras la oveja descarriada hasta que la encuentren (ver Lc 15, 4), sin dejarse atemorizar por los riesgos o los demás, sin privatizar los tiempos y los espacios cediendo a la propia comodidad y tranquilidad, sin rendirse ante las dificultades, porque un sacerdote siempre está en salida de sí mismo. El epicentro de su corazón está fuera de él: está en el Señor y en los demás. A veces tendrán que salir para buscar a la oveja perdida, para hablarle y persuadirla. Otras veces deberán permanecer ante el Sagrario, luchando con el Señor por esa oveja. Incluyan, es decir como Cristo ama y conoce a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña (ver Jn 10, 11-14), así también ustedes no excluyan a nadie de su corazón, de su oración y de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de padre, acojan, incluyan, y no desprecien a nadie. Estén dispuestos a ensuciarse las manos y los pies por todos. Como ministro de la comunión que celebra y vive, el sacerdote siempre debe rechazar los chismes, las murmuraciones y el veneno de las malas lenguas. Finalmente alégrense, es decir, cuando vean las acciones maravillosas del amor del Señor a través de ustedes; cuando sean testigos de cómo Jesús reconcilia, sana y salva a través de su ministerio, que ésa sea la fuente de vuestra alegría, porque la alegría de un buen pastor, no es una alegría para sí mismo, sino una alegría para los demás y con los demás, es la alegría del amor. Cuídense mucho de la mundanidad espiritual[5] que nos roba el sacerdocio porque en vez de buscar la gloria del Señor, el servicio a la Iglesia y la salvación de los hermanos, busca la propia gloria humana y el bienestar personal.
Queridos ordenandos: Que la diaria y fervorosa celebración de la Eucaristía sea el medio para que encuentren cada día su identidad de pastores. Que al pronunciar las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, redescubran cada día el sentido de sus vidas. Nunca se olviden que la Eucaristía es el medio y el fin del ministerio sacerdotal, ya que “todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado están íntimamente trabados con la Eucaristía y a ella se ordenan”[6]. De hecho hay una íntima y estrecha unificación entre la primacía de la Eucaristía, la caridad pastoral y la unidad de vida del presbítero. Y junto con ello no descuiden la adoración eucarística, porque: “La fe y el amor a la Eucaristía no pueden permitir que Cristo se quede solo en el tabernáculo”.[7]
Queridos David, Santos Enrique, Luis Tito y Luis Augusto: Les agradezco su «sí», que es un «sí» para dar la vida por Jesús, por Su Iglesia y los hermanos, porque un sacerdote está llamado a entregar su vida como Cristo, quien entregó la suya por nosotros en el altar de la Cruz, dando así testimonio constante de fidelidad y amor. Nutran el «sí» de hoy cada día y todos los días para que sean sacerdotes fieles hasta la muerte, porque si la fidelidad no se la renueva cada día puede llegar el día en que descubramos que no la tenemos más.
Queridos Padres de los Ordenandos: Les agradezco la entrega que hacen de sus hijos a la Iglesia. Qué gozo deben experimentar el día de hoy como padres y primeros formadores de la fe de sus hijos, el verlos ordenados sacerdotes del Señor para siempre. Qué hermoso debe ser para un padre y una madre ver que los frutos de esa semilla de fe que ustedes sembraron en el corazón de sus hijos, hoy haya fructificado en esta vocación.
Queridos formadores y profesores del Seminario: También a ustedes les agradezco todos estos años de paciente trabajo de formación y les animo a que prosigan su labor con renovado entusiasmo, manteniendo el nivel de exigencia y la permanente fidelidad a las orientaciones de la Iglesia en la formación sacerdotal.
Que estas ordenaciones sean para Gloria de Dios, Uno y Trino, y para bien de su Santa Iglesia. Que María cubra hoy y siempre con su manto maternal a estos sacerdotes de su Divino Hijo a quien ahora imponemos las manos y ungimos con el óleo santo, para que sean fieles, honrados, y obedientes colaboradores de su Obispo; para que por su predicación y con la gracia del Espíritu Santo, la Palabra del Evangelio dé fruto abundante en el corazón de los hombres; para que sean con nosotros fieles dispensadores de los misterios divinos; y para que con su oración el Pueblo santo y fiel de Dios y todo el mundo alcance la misericordia y la paz. Amén.
San Miguel de Piura, 14 de agosto del 2016.
Víspera de la Solemnidad
de la Asunción de la Santísima Virgen María
[1] Ver San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores dabo vobis, n. 21.
[2] S.S. Francisco, Audiencia Especial por el Año de la Misericordia, 30-IV-2016.
[3] S.S. Francisco, El Nombre de Dios es Misericordia, págs. 48 y 52.
[4] S.S. Francisco. Homilía en el Jubileo de los Sacerdotes, 03-VI-2016.
[5] Ver S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, nn- 93-97.
[6] S.S. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis, nn. 78; 84-88.
[7] San Juan Pablo II, Audiencia General, 09-VI-1993.