Homilías

HOMILÍA ORDENACIÓN SACERDOTAL – 2012

Sacerdote del Señor Jesús

Querido Juan Carlos. Hoy en el marco de la Fiesta del Señor Cautivo de Ayabaca y de la Memoria de Nuestra Señora la Virgen del Pilar, te ordenas sacerdote del Señor Jesús. Misterio de elección y de amor; misterio espiritual profundísimo que se realiza en el orden del ser, ya que el don del sacerdocio ministerial, consiste en una identificación ontológica tal con el Señor Jesús, sumo y eterno sacerdote, en virtud de la cual nosotros, débiles y pobres seres humanos, sin mérito alguno de nuestra parte, gracias al sacramento del Orden, podemos hablar y actuar in persona Christi capitis.

Lo que hoy le expresas al Señor y a la Iglesia con tu Adsum, es decir con tu “presente”, “aquí estoy”, con el cual hemos iniciado el rito de tu ordenación sacerdotal, se hará visible de modo emocionante cada vez que celebres los sacramentos y en particular la Eucaristía: “Aquí estoy Señor, para que tú puedas disponer de mí. Me pongo totalmente a tu disposición. Yo ya no me pertenezco, soy todo tuyo en el tiempo y en la eternidad”.

Y es que el sacerdote no se representa a sí mismo y no habla expresándose a sí mismo cuando celebra los sagrados misterios, sino que habla en la persona de Otro, de Cristo. De ahí que a partir de hoy te pones totalmente a disposición del Señor Jesús y ello te exigirá identificarte con su entrega radical de amor “por todos”.

Querido Juan Carlos: sólo estando totalmente a disposición del Señor Jesús podrás entregarte de verdad “por todos”. Tu consagración sacerdotal tiene por finalidad y destino una misión. Una misión que no es otra sino la misma misión del Señor Jesús, el Reconciliador. En primer lugar llevar el Evangelio a los demás, para que así todos experimenten la alegría del Señor. Anunciar y testimoniar la alegría del Evangelio es parte esencial de tu misión sacerdotal. En segundo lugar, comunicar la gracia que perdona y vivifica. Tus manos ungidas por el santo crisma, y tus labios purificados por este sacramento, se convertirán en la celebración de los divinos misterios, en las manos y en los labios de Dios que enseña, sana, bendice y santifica al ser humano con su amor. Finalmente tu consagración sacerdotal tiene por misión manifestar el Amor del Padre que consuela, conforta y guía a su Pueblo, especialmente a los más pobres y necesitados, por quienes deberás tener un amor de predilección.

En síntesis, se te encomienda el triple oficio de ser Maestro, Sacerdote y Pastor, según el modelo y el corazón de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Este es “el yugo suave y la carga ligera” (ver Mt 11,29) que el Señor Jesús, el Buen Pastor pone hoy sobre tus hombros y lo pone para siempre: “sacerdos in aeternum”.

Esta identificación con el Señor, quien se hizo servidor de todos, te reclama no buscar la propia exaltación, “no desear llegar a ser alguien, sino, por el contrario ser para los demás, para Cristo, y así, mediante Él y con Él, ser para los hombres, que Él busca, que Él quiere conducir por el camino de la vida”(1). No sucumbas a la tentación del “arribismo”, del querer llegar a ser una persona importante, del servirte de la Iglesia y no servirla o simplemente no servir. Recuerda siempre que el único camino para subir legítimamente hacia el ministerio de pastor es la Cruz. Dar la vida, no tomarla, ésta es la clave para vivir auténticamente el ministerio sacerdotal. Sólo así experimentarás la libertad y la verdadera amplitud del ser.

De otro lado, “la grandeza del sacerdocio de Cristo puede infundir temor. Se puede sentir la tentación de exclamar con San Pedro: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’ (Lc 5, 8), porque nos cuesta creer que Cristo nos haya llamado precisamente a nosotros. ¿No habría podido elegir a cualquier otro, más capaz, más santo? Pero Jesús nos ha mirado con amor precisamente a cada uno de nosotros, y debemos confiar en esta mirada"(2). Por eso, hoy y siempre, con renovada ilusión, generosidad y valentía, como corresponde a quien ha sido llamado a ser ministro sagrado del Señor, dile a Él desde el fondo de tu corazón: “Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone"(3).

 

La Santa Misa: centro de la vida sacerdotal

El Beato Papa Juan Pablo II, solía decir acerca de su sacerdocio: “la Santa Misa es de modo absoluto el centro de mi vida y de toda mi jornada”.

Que de la misma manera lo sea también para ti. Siguiendo con la reflexión del Beato Pontífice, el Papa Wojtyla escribía que “es un misterioso y formidable poder el que el sacerdote tiene en relación con el Cuerpo eucarístico de Cristo…El sacerdote es el administrador del bien más grande de la Redención porque da a los hombres el Redentor en persona. Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo presbítero”(4).

Por ello querido Juan Carlos, que la celebración diaria de la Santa Misa no sea para ti realizar una mera función ritual, sino más bien cumplir con una altísima misión que involucre toda tu existencia de sacerdote, que consiste en vivir en comunión profunda con Cristo prestándole todo tu ser, para que Él en ti y por ti, en medio de su Iglesia, siga prolongando el sacrificio de la redención que nos alcanza la perfecta reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con nuestros hermanos y con la creación.

No te olvides que el sacerdocio ministerial tiene una relación constitutiva con el Cuerpo de Cristo en su doble e inseparable dimensión de Eucaristía y de Iglesia, de cuerpo eucarístico y de cuerpo eclesial. Por ello que cada celebración de la Santa Misa sea ocasión preciosa para que aprendas y bebas el amor de Cristo por Su Iglesia, y como Él, ámala con tu obediencia y entrega para que de esta manera muchos más lleguen también a amarla. Cada Misa celebrada por ti tiene que ser una escuela donde aprendas del Señor Jesús el oficio del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, es decir, que da su vida por la Iglesia (ver Jn 10, 14-15).

 

Ministro de la Misericordia Divina

Junto con la Eucaristía está ese otro maravilloso sacramento que sólo el sacerdote puede administrar y que es la Confesión sacramental. El hombre de hoy tiene sed de comunión, de recuperar la unidad perdida por el pecado; tiene sed de reconciliación. Por ello te pido que seas ministro santo de la misericordia divina. En tu vida sacerdotal el “servicio del confesionario” debe ocupar un lugar importantísimo. Será ahí donde desplegarás de manera más plena tu “paternidad espiritual”. Cuando un sacerdote administra el sacramento de la reconciliación, se vuelve en un instrumento para el encuentro de los hombres con Dios; se vuelve en medio para que el pecador arrepentido, con profundo deseo de cambio y de misericordia, experimente, mediante el Sacramento, el encuentro y el abrazo misericordioso del Padre en Cristo.

En los confesionarios, los sacerdotes somos testigos de numerosos “nuevos comienzos”, que tanta alegría producen en nuestro corazón sacerdotal y que renuevan y confirman una y otra vez nuestra vocación. Recientemente el Santo Padre Benedicto XVI, hablando sobre el Sacramento de la Reconciliación, nos ha ayudado a superar esa falsa dicotomía que algunos pretenden presentar entre este sacramento y la evangelización, al decirnos que, “la nueva evangelización comienza también en el confesionario; parte del misterioso encuentro entre la inagotable pregunta del hombre (…) y la misericordia de Dios, única respuesta adecuada a la necesidad humana de infinito. Si los fieles experimentan realmente la misericordia de Cristo en el sacramento, se convertirán en testigos creíbles de esa santidad que es la finalidad de la nueva evangelización”(5). Por eso, el tiempo dedicado al confesionario no es tiempo perdido, sino todo lo contrario. Queridos sacerdotes, apostemos más bien, como nos pide el Santo Padre, por una pastoral renovada y valiente de este Sacramento.

 

Llamado a ser un sacerdote santo

Querido Juan Carlos: El estar cada día en contacto con la santidad de Dios, te va a exigir trabajar responsable y ardorosamente por ser santo. Un sacerdote que no aspire diaria y responsablemente a ser santo, que no coopere activamente con la gracia recibida en el Sacramento del Orden y con aquella que el Señor diariamente le da, no sirve. Cristo necesita hoy sacerdotes maduros, viriles, capaces de cultivar una auténtica paternidad espiritual. La Iglesia necesita sacerdotes santos y santificadores. Sólo así serán testigos creíbles y promotores de santidad entre sus hermanos. No te olvides que los verdaderos frutos pastorales nacen de la santidad del sacerdote. Los santos son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones. Ellos, “muestran la belleza del Evangelio y de la comunión con Cristo a las personas indiferentes o incluso hostiles, e invitan a los creyentes tibios…a que con alegría vivan de fe, esperanza y caridad, a que descubran el “gusto” por la palabra de Dios y los sacramentos, en particular el pan de vida, la Eucaristía”(6). Si bien la santidad concierne a todos los cristianos, según la gran enseñanza del Concilio Vaticano II(7), cuánto más es exigencia para un sacerdote llamado a ser un “alter Christus” y a vivir la radicalidad del amor del Señor.

Para ser un sacerdote santo "permanece con Cristo" en la oración diaria (ver Mc 3,14), especialmente en la adoración eucarística y en la visita cotidiana al Sagrario. Ejercítate en el trato interior con el Señor. Que tu jornada de cada día comience y termine con la oración. Escucha lo que el Señor te diga en la lectura de la Sagrada Escritura. En tu visita diaria al Santísimo Sacramento, cuéntale tus anhelos y esperanzas, tus alegrías y dolores, tus errores y aciertos y agradécele por todo lo bueno y bello que Él ha obrado en ti y por medio de ti en la vida de los demás. Aprende allí, en la adoración eucarística, a reclinar tu corazón en su Sagrado Corazón para encontrar consuelo, fortaleza, luz, serenidad y amor. Que Él siempre esté ante tus ojos como punto constante de referencia. No te olvides que los fieles cristianos, esperan de ti una sola cosa: que seas especialista en promover el encuentro del hombre con Dios, y esto sólo será posible con el crecimiento diario en la amistad con el Señor Jesús, es decir con ese unir diariamente tu mente, corazón y voluntad con la de Cristo. Pero ésta no es la única dimensión de la oración sacerdotal: “Dado que el sacerdote es mediador entre Dios y los hombres, muchos hombres se dirigen a él para pedirle oraciones. Por tanto, la oración, en cierto sentido, ‘crea’ al sacerdote, especialmente como pastor. Y al mismo tiempo cada sacerdote se crea a sí mismo constantemente gracias a la oración”(8).

Para ser un sacerdote santo vive la obediencia. La obediencia es camino de libertad y despliegue. No te olvides que desde tu libertad poseída hoy le dices al Señor, como respuesta a su llamado “Sígueme” (ver Jn 21, 19), “sí, Señor, aquí estoy, te sigo, aunque me lleves a donde no quisiera”. Nunca rechaces al Señor Jesús. Que como hoy, cada día hasta el fin, tu “SÍ” siempre sea rotundo, categórico y definitivo. Sé obediente a lo que Él te pida, sobre todo a través de tu Obispo y sus sucesores. Modela tu “SÍ”, en el “Hágase” de María, la perfecta discípula de su Divino Hijo. Los caminos del Señor no son cómodos, pero son siempre los mejores; los que a la larga nos realizan y llenan la vida de sentido. De otro lado, no te olvides que no hemos sido creados para la comodidad, sino para las cosas grandes y bellas.

Para ser un sacerdote santo ama intensamente tu celibato. El celibato te permitirá tener un corazón totalmente entregado al Señor, siempre abierto a los hermanos, y totalmente libre para el servicio evangelizador. Pero sobre todo el celibato por el Reino de los Cielos, que acogiste el día de tu ordenación diaconal, anuncia la primacía de Dios en tu vida. Esta primacía no se acepta realmente si no abarca también la corporalidad del ser humano. Para el sacerdote su celibato, celosamente guardado y cultivado, es anuncio diario de esta primacía del Señor en su vida la cual abarca, junto con su mente y su espíritu, también su cuerpo.

Para ser un sacerdote santo vive tu ministerio con María, la Madre de Jesús y nuestra. Querido Juan Carlos hoy es también la memoria de Nuestra Señora del Pilar, la Virgen Patrona de España, bajo cuyo patrocinio llegó la fe a América Latina un día como hoy en 1492 hace 520 años. Por ello, como San Juan al pie de la Cruz, cada día que celebres la Misa, acoge a María como Madre tuya que es. Recíbela como signo del amor de Cristo en tu vida.

Contémplala constantemente como imagen y modelo perfecto de la Iglesia, a la que debes servir con todas tus fuerzas y déjate conformar por Ella con su Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote. Tu sacerdocio ofrecido diariamente a Santa María, se transformará en un auténtico camino de santidad.

 

Sacerdote en el Año de la Fe 

Te ordenas al inicio de este hermoso tiempo de gracia que es el “Año de la Fe”. El Señor te pide entonces que imprimas a tu sacerdocio un estilo peculiar. En primer lugar, enseña a todos, la fuerza y la belleza de la fe, para que suscites “en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza”(9). Ayuda a tus fieles a redescubrir en toda su profundidad los contenidos fundamentales de la fe, presentes en la Palabra de Dios, tal como la enseña la Iglesia en su Magisterio y especialmente mediante el Catecismo. Que a través de tu predicación y catequesis ellos descubran que todo lo que tú enseñas “no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia”(10), el Señor Jesús, único Salvador del Mundo, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia.

En segundo lugar acrecienta e intensifica la celebración de la fe en la liturgia y de modo particular en la Eucaristía, que es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza. “Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos”(11).

Finalmente alienta el testimonio coherente y auténtico de la fe de parte de todos los que se proclaman cristianos e hijos de la Santa Iglesia. Como bien ha dicho el Santo Padre en su discurso de apertura del XIII Sínodo de los Obispos: “Los cristianos demasiados tibios no conmueven al mundo. El cristianismo no debe ser tibio, este es el mayor peligro del cristianismo de hoy: la tibieza desacredita al cristianismo”. Que por tu santidad de vida sacerdotal animes a todos a vivir con coherencia, autenticidad y radicalidad su condición de bautizados, en su propia vocación y estado de vida, para que surja en cada uno en su propio corazón la fuerza incontenible del amor que desde allí se derrame a todos. La caridad es la fuerza más grande que debe latir en el corazón de cada cristiano. La fe tiene que transformarse en nosotros en llama de amor, que encienda nuestro ser y se propague al prójimo. Esta es la esencia de la nueva evangelización. “Una fe sin caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino”(12).

 

Sacerdote peregrino del Señor Cautivo

Hoy fiesta del Señor Cautivo de Ayabaca recibes el don altísimo del sacerdocio ministerial. Con ello el Señor te está diciendo que sepas apreciar y valorar siempre la piedad popular de nuestro pueblo. A través de la religiosidad popular, la fe ha entrado en corazón de los hombres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir en común. Por eso la piedad popular es un gran patrimonio de la Iglesia. Es cierto que siempre tiene que purificarse pero merece nuestro aprecio y valoración.

Bien sabes que parte esencial de la devoción al Señor Jesús Cautivo es la peregrinación que miles de hermanos nuestros en la fe anualmente realizan a su Santuario. En cierto sentido podemos decir que toda tu vida hasta el día de hoy ha sido una peregrinación de fe hacia Jesús; un peregrinaje para este momento trascendental y decisivo en tu vida: tu ordenación sacerdotal. A semejanza de la romería que realizan este día los peregrinos, tú también apenas escuchaste su voz te decidiste a dejarlo todo para seguir al Maestro (ver Mt 10, 28), creíste en sus palabras con las que te llamaba por tu nombre. Pero a su vez hoy comienza para ti una nueva etapa de peregrinación: la de ser un sacerdote santo y fiel, peregrinación que concluirá cuando el Señor te llame a su presencia. Interpretando lo que hay en tu corazón en este día quiero hoy rezar contigo y por ti al “Cautivito” con la siguiente oración:

        Señor Cautivo: te amo mi Dios y Señor y te doy gracias porque has dado tu vida por mí; porque te hiciste prisionero de amor para que yo, alcanzara la libertad verdadera. Te agradezco todo el bien que me has hecho al darme la vida y el don de la fe. Pero sobre todo te doy gracias por haberme llamado a la gracia inmerecida de participar de tu sacerdocio eterno.

        A partir de hoy podré consagrar tu Cuerpo y tu Sangre, tocarte con mis manos y elevarte en la Hostia Santa. Quiero tocarte, mí Jesús, pero más importante, quiero que Tú en cada Misa que celebre toques mi corazón y lo transformes para que sea un santo sacerdote.

        Hoy a tus pies, mi Señor Cautivo, prometo con tu ayuda dejar mi pecado, y vestir los ornamentos limpios de la santidad, de la verdad y del amor; ser un sacerdote santo y fiel. No quiero apartar mis ojos de los tuyos, esos ojos que me miran con amor de elección y de misericordia; y con el Santo Cura de Ars hoy yo también te digo: «Te amo, mi Dios, y mi solo deseo es amarte hasta el último respiro de mi vida. Te amo, oh Dios infinitamente amable, y prefiero morir amándote antes que vivir un solo instante sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es aquella de amarte eternamente». Que así sea. Amén.

 

San Miguel de Piura, 12 de octubre de 2012

Fiesta del Señor Cautivo de Ayabaca y

Memoria Libre de Nuestra Señora del Pilar

 

 

 

1.- S.S. Benedicto XVI, Homilía Santa Misa de Ordenación en Roma, 07-V-2006.

2.- S.S. Benedicto XVI, Discurso al Clero de Polonia, 25-V-2006.

3.- S.S. Benedicto XVI, Homilía Misa Clausura XXVI Jornada Mundial de la Juventud, 21-VIII-2011.

4.- S.S. Juan Pablo II, Don y Misterio, p. 102.

5.- S.S. Benedicto XVI, Discurso a los Participantes en el Curso de Fuero Interno”, 09-III-2012.

6.- S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Apertura del XIII Sínodo de los Obispos, 07-X-2012.

7.- Ver Constitución Dogmática Lumen gentium, nn. 39-42.

8.- S.S. Juan Pablo II, Discurso con motivo del XXX Aniversario de la Presbyterorum ordinis, 27-X-1995.

9.- S.S. Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Porta Fidei, n. 9

10.- Ibid. n. 11.

11.- Ibidem.

12.- Ibidem n. 14.

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