¡VIVA CRISTO REY!
Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo
El Evangelio de hoy (ver Lc 23, 35-43), parece ser el menos indicado para celebrar la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, porque nos presenta a Jesús crucificado en medio de dos ladrones, siendo además objeto de burlas y desprecios por parte del pueblo, de las autoridades judías, y de los soldados romanos. Todos lo humillaban diciéndole: “A otros salvó; que se salve a sí mismo si Él es el Cristo de Dios, el Elegido…Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!” (Lc 23, 35-37).
Jesús es un Rey muy particular. No es un rey al estilo de los poderosos de este mundo. Su trono no es una sede lujosa, sino la Cruz (ver Mt 27, 35; Jn 19, 17-18). Su corona no es de oro fino con piedras preciosas, sino de espinas punzantes (ver Mt 27, 29). Sus manos no sostienen un cetro real, sino que están atravesadas por dos gruesos y toscos clavos que lo sujetan desgarradoramente a la Cruz. De la misma manera, sus pies están inmovilizados en el madero. En vez de recibir las adhesiones, alabanzas y honores de su pueblo, recibe insultos, vejaciones, muecas y rechazos (ver Mt 27, 39-44). En vez de estar rodeado de nobles y de personas distinguidas, tiene por corte a dos criminales (ver Lc 23, 33). No tiene ejércitos que lo defiendan, sino sólo la compañía amorosa e incondicional de su Madre, Santa María, de unas piadosas mujeres, y del joven apóstol San Juan (ver Jn 19, 25-27).
Así es Jesucristo, nuestro Rey, porque su Reino no es de este mundo (ver Jn 18, 36). Así es el Rey que necesitábamos, porque su realeza no se basa en el poder terrenal, en el dinero o en el hedonismo, sino en la Verdad y el Amor. Más aún: ¡Él es la Verdad y el Amor! Y lo paradójico es que necesitamos a este Rey crucificado más que a nada y nadie de este mundo, porque sin la Verdad que es Él, nunca seremos auténticamente libres, y sin el Amor que es Él, jamás nuestro corazón encontrará su paz, plenitud y felicidad. Sólo Jesús es el camino a recorrer, la verdad a ensayar, y la vida a vivir (ver Jn 14, 6). Sólo en Él está la salvación eterna (ver Hch 4, 12).
Como bien afirma el Papa Francisco: “¿Cuándo Jesús se ha revelado Rey? ¡En el evento de la Cruz! Quien mira la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Alguno de vosotros puede decir: «Pero, ¡padre, esto ha sido un fracaso!». Es precisamente en el fracaso del pecado —el pecado es un fracaso—, en el fracaso de la ambición humana, donde se encuentra el triunfo de la Cruz, ahí está la gratuidad del amor. En el fracaso de la Cruz se ve el amor, este amor que es gratuito, que nos da Jesús. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que aparece como la realización última de una vida dedicada a la total entrega de sí en favor de la humanidad…Y esto, ¿quién lo entendió? Lo entendió bien uno de los dos ladrones que fueron crucificados con Él, llamado el «buen ladrón», que le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»” (Lc 23, 42).[1]
La fiesta de hoy nos debe llevar a interrogarnos sobre nuestra actitud frente a Jesús, la cual está representada por los dos ladrones que flanquean a Cristo crucificado en el Calvario. ¿Lo rechazamos como el mal ladrón? ¿O le adherimos el corazón y la vida como el buen ladrón?
A diferencia del mal ladrón, el buen ladrón se pone de parte de Jesús. Todos le hablaban mal de Él: El pueblo, las autoridades judías y los romanos. Más aún el buen ladrón lo contempla escarnecido, destrozado, compartiendo con él, el destino de los peores criminales. Pero iluminado por la fe, San Dimas, el buen ladrón, es capaz de descubrir que la verdadera gloria y poder de Cristo Rey está en su Amor que se entrega hasta el extremo por nosotros, y que así vence al pecado, al mal, y a la muerte (ver Jn 13, 1; Ef 2, 4-6). Por eso lo defiende, y se pone de su lado, enfrentándose no sólo al mal ladrón, a quien la tradición da el nombre de Gestas, sino a todos los que estaban ahí insultando a Jesús: “Nosotros con razón (padecemos), porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho” (Lc 23, 41). Y no sólo lo defiende, sino que además lo proclama Rey: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” (Lc 23, 42).
El buen ladrón nos enseña a saber ponernos del lado del Señor en todo momento, pero sobre todo en los momentos de persecución y dificultad. Nos enseña a ser valientes en el testimonio cristiano, y a no caer en respetos humanos, en el temor al qué dirán, y menos aún en silencios cómplices y traidores.
Tener a Cristo como Rey, exige el testimonio y la defensa explícita de nuestra fe cristiana y católica, porque: “Todo aquel que se declare por Mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32). A lo largo de la historia, han sido millones de hermanos nuestros en la fe quienes han confesado a Cristo como su Rey, entregando incluso sus vidas por Él. Son los mártires de la Iglesia de todos los tiempos, incluidos los de hoy en día, perseguidos y martirizados por creer y confesar a Jesús como el Señor. ¡Viva Cristo Rey!, ha sido el grito que han exclamado antes de morir por Jesús. ¡Viva Cristo Rey!, es el grito de alabanza de los cristianos de todas las épocas. ¡Viva Cristo Rey!, es el reconocimiento explícito de la gloria eterna del Hijo de Dios, y de la presencia de su Reino eterno entre nosotros. ¿Estamos dispuestos también nosotros a exclamar así hoy en día?
Si Jesús es mi Rey, lo tiene que ser de toda mi vida: Señor y Rey de mi familia, Señor y Rey de mi juventud, Señor y Rey de mi matrimonio, Señor y Rey de mis relaciones de amistad, Señor y Rey de mi sacerdocio y de mi vida consagrada. Él debe ser el único Señor y Rey de mis bienes, trabajo, y tiempo. Señor y Rey de todo, el primero en mi corazón, ocupando el lugar principal que se merece, y no el que quiero darle a conveniencia. Sería poco creer que Jesús es Rey del Universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida. Todo es vano si no lo acogemos personal y socialmente, y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar: Con la Verdad y el Amor, con el servicio y la misericordia.
Que nuestras palabras, y sobre todo nuestra vida proclame siempre: ¡Viva Cristo Rey!
“Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43). Esta fue la respuesta y el don de Jesús a la fe y al valiente testimonio del Buen Ladrón. Un ladrón que, aun estando Dios tan oculto en la Cruz, supo descubrirle y dar testimonio de Él en voz alta, sin cobardías y medias tintas. ¿Somos así de valientes en confesar a Cristo ante los demás? Aunque se nos vaya la vida en ello, la recompensa es nada menos que la vida eterna: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna (el infierno)” (Mt 10, 28).
Quisiera concluir esta reflexión con la letra de aquel precioso y emocionante himno que aprendimos de niños en el hogar, la iglesia y la escuela, y que hasta hoy seguimos entonamos emocionados en nuestras celebraciones de fe: “Tú reinarás”.
Procuremos el día de hoy cantarlo, o por lo menos rezarlo en familia, dedicándoselo a Cristo Rey, como un himno de alabanza, como una profesión de fe en su realeza y señorío, y como una forma de comprometernos a trabajar por edificar en nuestra Patria, el Perú, la ansiada Civilización del Amor, es decir, una cultura donde el Amor de Cristo Rey sea la fuerza generadora de una nueva forma de relaciones entre las personas, uniéndolas en una dinámica social de reconciliación, fraternidad, y paz.
TÚ REINARÁS
Tú reinarás este es el grito
que ardiente exhala nuestra fe.
Tú reinarás oh Rey Bendito
pues Tú dijiste reinaré.
REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN
Tu reinarás dulce esperanza
que al alma llena de placer.
Habrá por fin paz y bonanza
felicidad habrá doquier.
REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN
Tu reinarás dichosa era
dichoso pueblo con tal rey.
Será tu cruz nuestra bandera
tu amor será la única ley.
REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN
Tu reinarás en este suelo
te prometemos nuestro amor.
Oh buen Jesús, danos consuelo
en este valle de dolor
REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN
San Miguel de Piura, 20 de noviembre de 2022
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
Beato R.P. Miguel Agustín Pro S.J.
Fusilado por odio a la fe durante la persecución a la Iglesia Católica en México (1927).
Murió extendiendo sus brazos en forma de cruz, sosteniendo el Santo Rosario en su mano izquierda, y gritando ¡Viva Cristo Rey!
[1] S.S. Francisco, Angelus, 22-XI-2015.
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