Homilías

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR 2023

Celebración de la Pasión del Señor

“Es la Hora de Nona para Piura y Tumbes”

Un día cargado de dolor y esperanza

El Viernes Santo, día de la muerte de Jesús en la Cruz, no es un día de desolación, sino más bien un día de dolor cargado de esperanza, porque sabemos que la Cruz que hoy vamos a adorar es victoria, es Resurrección, es el triunfo del Señor sobre el pecado, la muerte, y todo tipo de mal.

Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿Por qué adoran la Cruz? Podemos responder que no adoramos una cruz cualquiera. Adoramos la Cruz de Jesús, porque en ella se reveló en todo su esplendor el amor de Dios por la humanidad.[1] Por eso el color litúrgico de hoy es el rojo, color de sangre, de amor, de entrega y de vida. No estamos de luto. Celebramos la muerte salvadora del Señor Jesús, que nos alcanzó la perfecta reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con nuestros hermanos y con la creación.

De todos los días del año, el Viernes Santo destaca por su densidad espiritual, su profundidad y su silencio. Definitivamente, no es un día como cualquier otro, porque celebramos la Pasión y Muerte de Cristo, el Hijo de Dios y de Santa María. 

Hoy es el día de la Cruz y del Crucificado

En el Viernes Santo aparece con toda su fuerza el símbolo que nos identifica como cristianos: La Cruz. Toda la celebración de hoy está centrada en ella: Proclamamos el misterio de la Cruz en las lecturas; invocamos su fuerza salvadora en la Oración Universal; adoramos la Cruz besándola; y finalmente, participamos de su misterio, recibiendo el Cuerpo del Señor en la santa comunión. Por eso podemos afirmar, que hoy Viernes Santo, la Cruz es proclamada, invocada, adorada, y comulgada.

Pero la cruz por la cruz no tiene fuerza redentora. Si la cruz es capaz de salvarnos es porque en ella resplandece el amor pleno, perfecto y puro del Señor Jesús que arranca de nuestras vidas el pecado, sanándonos de sus rupturas por la reconciliación. Ninguna muerte ha influido más en la historia de la humanidad como la muerte de Jesús, porque esta muerte ha destruido a la muerte, y nos ha dado vida eterna.

En el silencio de la cruz, Jesús nos lo dice todo, y nos descubre el secreto de Dios: Un amor infinito, lleno de compasión y misericordia por todos y cada uno de nosotros.  

Queridos hermanos: El anonadamiento o abajamiento del Hijo de Dios en la Cruz, es el amor apasionado de Dios Padre por el hombre caído. ¿Te esfuerzas por amar así a los demás? Hoy, en medio de tanto sufrimiento por las lluvias e inundaciones, ¿te esfuerzas por amar a los damnificados con el amor de Cristo crucificado? 

La Cruz y el crucificado nos interpelan

Cuando dentro de unos instantes nos preparemos a adorar la Cruz escucharemos que se nos dice: “Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”, y nosotros responderemos: “Venid a adorarlo”. En ese momento les pido que recordemos la gran verdad de nuestra vida cristiana: “No hay cristianismo sin Cruz”. 

Sí, hermanos. La cruz es parte esencial de la vida del cristiano, como un misterioso y paradójico camino de vida, ya que para vivir es necesario primero morir (ver Jn 12, 24); y para revestirse de Cristo, el Hombre nuevo y perfecto, primero es necesario despojarse del hombre viejo (ver Ef 4, 22-23).

Sin la cruz no podemos vivir el amor de Jesús, que es lo que da sentido a nuestra existencia. Sin ella es imposible comprender que hay más alegría en dar que en recibir; que el sufrimiento es vía de salvación; que el perdón de las ofensas e injurias recibidas vence al odio y trae la paz; que el amor a los enemigos es el camino para una sociedad más justa y reconciliada; y que al mal se le vence con abundancia de bien y caridad. 

Es la hora de Nona para Piura y Tumbes

La “Hora de Nona” es la hora litúrgica que se reza a las tres de la tarde, es decir, a la hora en que Cristo murió en la Cruz, como consecuencia de su martirial pasión. 

En las actuales circunstancias que vivimos, la “Hora de Nona” refleja muy bien la pasión que hoy en día estamos viviendo en Piura y Tumbes, donde nuestros hermanos lloran y mueren. Pareciera que, ante tanto dolor, sufrimiento, destrucción, y muerte que venimos padeciendo, nuestros gobernantes no se conmueven del todo, y el clamor de miles de damnificados parece no ser atendido oportunamente. La indiferencia y la indolencia del Estado, se clava una vez más, en nuestras vidas como los punzantes y toscos clavos que atravesaron y sujetaron inmisericordes el cuerpo de Cristo en la Cruz, y como la tormentosa corona de espinas que hirió con crueles y desgarradoras heridas la cabeza del Nazareno. Las lluvias, rayos y truenos, caen sobre nosotros como las flagelaciones que laceraron el sacrosanto cuerpo del Señor, dejándolo casi sin apariencia humana (ver Is 52, 14).

¿Hasta cuándo seguiremos esperando las motobombas, las cisternas, y los demás equipos y maquinaria que necesitamos en número suficiente, para atender adecuadamente la presente emergencia? ¿Llegará por fin el dinero que ofreció el gobierno central a nuestros gobiernos locales para mitigar los daños que está produciendo el Fenómeno del Niño Costero? ¿Recibiremos la ayuda alimentaria prometida para dar de comer a tantas familias que han perdido sus cosechas, casas, y se encuentran aisladas?  

En estos momentos hay más de 250 caseríos aislados, es decir, cerca de 15,000 familias que necesitan urgente ayuda, sin contar los innumerables Asentamientos Humanos y Urbanizaciones hoy inundados y que pasan hambre y necesidad.  

Asimismo, ¿llegarán por fin los recursos y medicinas para atender la epidemia del dengue que cada día crece más y más entre nosotros? Nuestros enfermos, ¿podrán ser atendidos con dignidad por un sistema sanitario hoy a punto de colapsar nuevamente? ¿Hasta cuándo nuestros ancianos, mujeres y niños tendrán que seguir sacando el agua de la lluvia y de los colapsados desagües que inundan sus casas y calles, exponiendo sus vidas, y arriesgándose a enfermarse? Y los que han perdido sus hogares, ¿tendrán albergues dignos y suficientes para encontrar refugio con sus familias? ¿Por cuánto tiempo más tendremos que seguir abasteciéndonos de agua potable sólo por ciertos días u horas, o por la distribución de los pocos carros cisterna que hay disponibles y que no se dan abasto? Y ante la amenaza de futuros desbordes, ¿las defensas ribereñas serán adecuadamente reforzadas? ¿Cuándo tendremos pistas, avenidas, puentes, y carreteras transitables y seguras que no se inunden y se destruyan? Son sólo algunas de las inquietudes que hoy nos angustian y nos traspasan el corazón, como al de Cristo Jesús en la Cruz (ver Jn 19, 31-37), y ante las cuales reclamamos no sólo palabras y promesas, sino acciones concretas. Hago un urgente llamado a nuestras autoridades nacionales a que no se olviden nunca más de nosotros. Piura y Tumbes son el Perú, y por tanto parte principal de su preocupación y solicitud.   

A ustedes, mis queridos hermanos piuranos y tumbesinos, quienes se caracterizan por su profunda fe cristiana y católica, les pido en estos momentos difíciles, no perder la esperanza ni la alegría de vivir, porque en esta hora de dolor no estamos solos, porque no hay cruz de la vida humana que el Señor no comparta con nosotros. Dios habla con la cruz y en la cruz. Y su palabra es el amor y la misericordia, es la seguridad de que Él está con nosotros.[2]  

Cristo Crucificado y María, la Madre Dolorosa que esta al pie de la Cruz, no nos abandonan. Ellos saben lo que es sufrir y padecer, y por tanto comprenden todos nuestros padecimientos, y se identifican con ellos, prodigándonos su consuelo y animando nuestra esperanza.

Hoy, Viernes Santo, a ellos les rezamos con confianza: 

Oh Cristo crucificado,
Tú eres nuestra fortaleza en la adversidad.

Que todos nosotros y
en especial los damnificados
sintamos tu compasión en medio del desastre.

Mientras tormentas, inundaciones y tragedias
desafían nuestras vidas,
abrázanos con tu amor y bondad.

María, Madre dolorosa,
ten misericordia de nosotros
y alivia nuestras angustias.

Haz que nuestra fe sea cada vez más fuerte,
nuestra esperanza, más viva,
y nuestra caridad, más activa.

Jesús y María, en ustedes confiamos.

Amén.

[1] Ver S.S. Francisco, Angelus, 14-IX-2014.

[2] Ver S.S. Francisco, Via crucis con los Jóvenes, XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, Río de Janeiro, 26-VII-2013.

Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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