HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR 2022

 “No te separes de la Cruz de Cristo”

Hoy Viernes Santo, el “Sí”, el “Hágase” que el Señor Jesús y Santa María le dieron al Padre el día de la Anunciación– Encarnación, llega hasta sus últimas consecuencias. Como atestigua San Pablo: Jesús, “se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz” (Flp 2, 8). Y de María Santísima, el Apóstol y Evangelista, San Juan, el testigo del Calvario, no encontrará palabras más elocuentes para describirnos la total adhesión de Santa María al Plan salvífico del Padre que decirnos: “Junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre” (Jn 19, 25).

La Agonía en el Huerto de Getsemaní

En el Huerto de Getsemaní o de los Olivos, contemplamos al Señor Jesús en Agonía (ver Lc 22, 39-46). Ahí se inician sus padecimientos por nuestros pecados. Ahí comienza a experimentar cómo todo el pecado del mundo empieza a caer sobre Él, ese pecado que lo abatirá más tarde en la Cruz.

Por eso el Señor exclama: “Mi alma está triste hasta el punto de morir” (Mt 26, 38), y le suplica con insistencia a su Padre: “Padre mío, si es posible, que pase de Mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras Tú” (Mt 26, 39). Es tal su Agonía en el Huerto de los Olivos, que San Lucas nos describe que el Señor sudaba, y que, “su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra” (Lc 22, 44).

Hoy Viernes Santo, el Señor Jesús asume lo peor de nuestro mal y de nuestra desgracia, para darnos a cambio su vida y la salvación. Su solidaridad con nosotros lo lleva a cargar sobre sí el pecado del mundo, con sus blasfemias, ingratitudes, y atrocidades.

Hoy Viernes Santo, caen sobre Jesús los pecados de la humanidad de ayer, de hoy y de mañana. Éstos lo envuelven como un vestido, penetran en Él como espinas, como dentelladas, como zarpazos. Es como si múltiples puñales atravesaran su cuerpo una y otra vez. En el Huerto de Getsemaní, los colmillos y las garras del pecado empiezan a penetrar en su carne antes de materializarse con la flagelación, la coronación de espinas, y finalmente con los clavos y la lanzada que atravesó su costado (ver Jn 19, 33-37).

Este momento crucial de la Agonía del Señor es contemporáneo con su eternidad. Por eso Blaise Pascal, científico, filósofo y teólogo francés del siglo XVII, afirmaba que, “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo”.[1]

Hoy Viernes Santo, es la hora en que Jesús, quien no conoció pecado, se hizo “pecado por nosotros”, según la audaz expresión de San Pablo en su Carta a los Corintios (ver 2 Cor 5, 21). Pero será su Amor fiel hasta la muerte, lo que reparará las rupturas producidas por el pecado. Será la fuerza de su Amor lo que nos reconciliará y borrará los pecados de la humanidad de todos los tiempos.

Hoy Viernes Santo, es la “Hora” en que Jesús asume el pecado del mundo, para destruirlo desde dentro, mediante el don total de Sí mismo en la Cruz, mediante el poder de su Amor, porque el Amor siempre vence, porque Dios-Amor siempre puede más, aunque hay veces parezca que su Amor es impotente, como el Crucificado en la Cruz.  

Libremos el buen combate por la santidad

En griego, la palabra “agonía” (αγωνία) significa “lucha” y “combate”. Podemos entonces afirmar sin temor a equivocarnos que, hoy Viernes Santo, Jesús está en combate contra el mal.

Hoy Viernes Santo, Jesús está librando el buen combate por nuestra salvación. Y nosotros, ¿no seremos capaces de librar el nuestro? ¿No seremos capaces de acoger su gracia y, cooperando con ella, vencer nuestro pecado? ¿Hasta cuándo permitiremos las desesperanzas, los derrotismos, los pesimismos, las “tiradas de toalla”, los “coqueteos con la tentación”, y el “me rindo”? ¿Somos conscientes de que el combate que Jesús libra hoy es por cada uno de nosotros, y qué habiendo Él ya ha vencido, nuestra victoria sobre el pecado es posible? ¿Cuándo terminaremos por creer en las posibilidades de nuestra santidad, que ella es posible y factible en nuestras vidas?

Narran aquellos santos, a quienes el Señor Jesús les ha concedido ver los acontecimientos de su Dolorosa Pasión, que Satanás lo tentaba en el Huerto de Getsemaní, diciéndole:   

“¿De qué te sirve soportar este horror? Es injusto, es inútil. Es una estupidez. El mal es irreversible. Deja de mi cuenta, Jesús, a esos canallas que van a abandonarte. Son míos”. Esta tentación del demonio, del príncipe de la mentira, del gran seductor y calumniador, ¿no nos suena familiar? Acaso no hemos escuchado en más de una oportunidad la voz del Maligno que nos susurraba: “¿Para qué sigues rezando, confesándote, yendo a Misa, si caes una y otra vez? ¿No te das cuenta de que eres mío? Ríndete, abandona el camino. Reconócelo: no puedes. Jamás serás santo”.

Pero Jesús no dialoga con el Tentador, el libra el buen combate por ti y por mí. ¡Sí, por nosotros! Y no sólo lo libra, sino que vence en la Cruz al Tentador, por ti y por mí. ¡Sí, por nosotros! ¿No te das cuenta de ello? ¿No te das cuenta de que vence, y que su victoria abre el camino para la nuestra? Jesús no se evade, no huye, no se asusta, más bien afronta, lucha, se enfrenta, da la cara. Libra el buen combate para vencer y así darnos ejemplo. Ahora, a la luz de los acontecimientos del Viernes Santo, podemos comprender el alcance de las palabras de San Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 13); así como las de Jesús a su Apóstol: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Cor 12, 9).

“No te separes de la Cruz de Cristo”

Queridos hermanos: La Cruz que esta tarde estamos invitados a contemplar y adorar, es el límite divino impuesto al mal, por la simple razón de que en ella el Señor Jesús nos reconcilia; porque en ella el mal es vencido radicalmente por el bien, el odio por el amor, y el pecado por la gracia de la muerte y resurrección de Cristo.

El dulce Señor Jesús, hoy carga consigo todos nuestros pecados (ver Is, 53, 12) para satisfacer la justicia quebrantada por la culpa de Adán, y mantener así el equilibrio entre la justicia y la misericordia del Padre. El Día de Pascua, en que celebraremos gozosos su Resurrección, lo contemplaremos victorioso del pecado y de la muerte (ver Jn 20, 19-23), y su victoria será nuestra victoria.  

Hagamos de la Cruz nuestra fortaleza en la lucha por nuestra santidad. San Agustín, gran Padre de la Iglesia, decía con frecuencia: No te separes de la Cruz de Cristo (“A cruce Christi noli resilire”).[2] La Cruz de Cristo es para el Santo Obispo de Hipona, señal de la victoria de Dios sobre el pecado y la muerte, y más todavía el navío, la embarcación, a la cual todo creyente debe subirse y abrazarse para alcanzar el Reino de los Cielos, pues este mundo es como un ancho mar, y para no ahogarse en él, es preciso subirse a la nave de la Cruz para atravesarlo.

Sólo quien se abraza a la Cruz de Jesús, recibe de ella la fuerza y la enseñanza para vivir todos y cada uno de los días con esperanza y alegría, en medio de las pruebas y dificultades que nunca faltan. Por eso, hagamos caso al consejo de San Agustín: “No te separes de la Cruz de Cristo”. Y de paso te pregunto: En tu hogar, en tu centro de estudios o de trabajo, en tu cuarto, ¿hay una Cruz? ¿Llevas alguna sobre tu pecho? ¿La besas todos los días con fe y amor diciendo, “Cruz de Cristo, te alabo, que por siempre se te alabe”?

Con Santa María, la Madre del Crucificado

Culmino esta reflexión de Viernes Santo dirigiéndome a María Santísima, la Madre del Crucificado, para decirle:

¡Santa María, Madre Dolorosa!

Hoy se cumple la profecía de Simeón de que una espada traspasaría tu Corazón Inmaculado (ver Lc 2, 35). La «Hora» de tu Hijo fue también tu «Hora», por ser Tú la Nueva Eva.

Tú mejor que la Magdalena, que las santas mujeres, y que el joven Apóstol San Juan, pudiste adherirte al misterio de la Cruz de Jesús, porque tu pureza inmaculada, tu fe, tu esperanza, y tu amor eran más grandes. Por eso tu dolor fue también más grande, fue «inmenso como el mar».

Haz que, en todos los momentos de mi combate por la santidad, me sostenga la misma esperanza que te sostuvo a Ti en el Calvario. Esa esperanza que contemplaste al pie del Madero con tus propios ojos de Madre y de Discípula, esa esperanza de que «la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron» (Jn 1, 5).

¡Amén!

San Miguel de Piura, 15 de abril de 2022
Viernes Santo de la Pasión del Señor

[1] Blaise Pascal, Pensamientos, n. 553.

[2] San Agustín, Comentario a los Salmos, 91, 8.

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