Homilías

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL II DOMINGO DE CUARESMA 2023

La Transfiguración: La Cruz es el camino a la Luz

II Domingo de Cuaresma

El Evangelio de hoy, II Domingo de Cuaresma, nos trae el acontecimiento de la Transfiguración del Señor, según San Mateo (ver Mt 17, 1-9). Nuestro relato evangélico comienza con las siguientes palabras: “Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mt 17, 1-2). ¿Qué había ocurrido seis días antes de la Transfiguración para que San Mateo haga alusión a ello? Pues que el Señor Jesús les había revelado a sus discípulos que en Jerusalén le aguardaba el rechazo, su dolorosa pasión, su muerte ignominiosa en la Cruz, y la gloria de la resurrección (ver Mt 16, 21).

Imaginémonos como estaría el ánimo de los Apóstoles y en particular el de Pedro, que aún no comprendía por qué el “Cristo, el Hijo de Dios vivo” debía de padecer (ver Mt 16, 16.22). Los discípulos estarían sumidos en el desconsuelo: ¿Jesús, su Maestro y Señor, rechazado y crucificado? ¡Imposible! De hecho, su concepción del Mesías no era ésta, y Jesús se les había mostrado, no como un poderoso conquistador, sino como un siervo manso y sufriente, dispuesto a dar su vida por todos. Como bien se pregunta el Papa Francisco: “¿Cómo se puede seguir a un Maestro y Mesías así? La respuesta llega en la Transfiguración: una aparición pascual anticipada”.[1]

En la Cruz resplandece el misterio del amor divino 

Como hemos dicho, tomando consigo a sus tres Apóstoles predilectos, Pedro, Santiago y Juan, Jesús se transfiguró delante de ellos en lo alto de un monte. Su rostro se puso brillante como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Es decir, el Señor les hizo ver por un instante su divinidad a través de su humanidad, les hizo experimentar la gloria del Hijo de Dios. Ante ello, Pedro exclama: “¡Señor, bueno es estarnos aquí!” (Mt 17, 4), y cuando todavía estaba hablando, una nube luminosa los cubrió con su sombra, y de la nube salió la voz del Padre que desde el Cielo testifica con claridad: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt 17, 5). Claramente estamos frente a una “teofanía” (del griego antiguo Θεοφάνεια theos -Dios- y faino -manifestación-), es decir, frente a una manifestación divina que les permitirá a los discípulos ir comprendiendo que la Cruz es el camino a la luz; que en la Cruz resplandece el misterio del amor divino: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo”…”Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo” (Jn 3, 16; 13, 1).

La Transfiguración les ayudará a los Apóstoles a comprender que la Pasión es el misterio del amor de Dios que nos salva y reconcilia, y que todo no terminará el Viernes Santo, sino que después de este día de dolor y sufrimiento indecibles, vendrá la alegría de la Pascua, el triunfo definitivo y maravilloso de la Resurrección, porque “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte no tiene ya señorío sobre Él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; más su vida, es un vivir para Dios” (Rom 6, 9-10).

Así como la Transfiguración les permitió a los discípulos afrontar la pasión de Jesús, y no quedar totalmente apesadumbrados o desconsolados, este misterio nos permite a nosotros afrontar nuestras actuales penas, pruebas, y sufrimientos con la virtud teologal de la esperanza, la cual germina de la fe; de la certeza de sabernos amados por el Señor, y que la última palabra no la tiene el pecado, el dolor y la muerte, sino la gracia, la vida y el gozo eterno. La última palabra la tiene Cristo resucitado, vida y resurrección para quien cree en Él (ver Jn 11, 25).   

¡Aquel que padecerá es el Hijo unigénito de Dios!

Pero la Transfiguración tiene otra enseñanza importante: Nos ayuda a comprender que Aquel que sufrirá muerte de Cruz, no es un hombre cualquiera, sino el Hijo unigénito de Dios que, con su obediencia total al Plan de Dios, nos reconciliará. Por eso desde la nube resuena la voz del Padre que proclama: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt 17, 5).

En la Cuaresma, estamos invitados a tener una experiencia profunda de Jesús transfigurado como la tuvieron Pedro, Santiago y Juan: “¡Señor, bueno es estarnos aquí!” (Mt 17, 4). ¿Dónde la podemos tener? Pues sobre todo en la oración, y en la celebración litúrgica, especialmente en la Eucaristía. Es ahí donde de manera eminente Jesús nos manifiesta su gloria y nos comunica su gracia, para ayudarnos a superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguirlo por el camino de la cruz.[2]

Moisés y Elías conversaban con Él

Pero la hermosa escena de la Transfiguración nos describe, además, que cuando el Señor Jesús se transfiguró, “se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él” (Mt 17, 3). Tanto Moisés como Elías son dos grandes personajes del Antiguo Testamento que tuvieron una experiencia del paso de Dios en sus vidas. En efecto Moisés le había orado a Dios diciéndole: “Déjame ver, por favor tu gloria” (Ex 33, 18). Y Dios le había concedido ver solamente su espalda, pues el Señor le había advertido a Moisés, que su rostro no lo podía ver el hombre y seguir viviendo (ver Ex 33, 18-23). Y a Elías, en el mismo Horeb, le fue dirigida la palabra del Señor: “Sal y ponte en el monte ante Yahveh…Y he aquí que Yahveh pasaba…y al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto” (ver 1Re 19, 9-13). Ahora, ante Cristo transfigurado, ambos estaban mirando al mismo Dios que tanto habían anhelado contemplar, y además hablaban con Él, como un amigo lo hace con su amigo.

Algo similar viviremos nosotros cuando lleguemos al Cielo. Será el premio a nuestra fe. Así nos lo afirman San Pedro y San Juan en sus Epístolas, porque de momento amamos a Jesús sin haberlo visto, y creemos en Él, aunque no lo veamos, pero cuando se nos manifieste seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es (ver 1 Pe 1, 7-8; 1 Jn 3, 2).

Pero aún hay más en esta aparición de Moisés y Elías junto al Señor. La tradición de la Iglesia siempre ha visto en Moisés y en Elías una representación de la ley y los profetas.

De esta manera, al aparecer junto al Señor transfigurado, la ley judía, representada por Moisés, y los profetas, representados por Elías, dan unánime testimonio de que Jesús es el Mesías esperado, el Salvador que tenía que venir al mundo, porque toda la ley y los profetas apuntan a Cristo, a Él se refieren, y en Él encuentran su sentido y su cumplimiento. En efecto, nos dice el Evangelio de hoy que Jesús conversaba amigablemente con Moisés y Elías, como si éstos le dijeran: “Era de Ti de quien hablábamos”. 

Pero para que no nos quede la menor duda de que Cristo es el Salvador que esperábamos, de que es la Palabra definitiva de salvación de parte de Dios al hombre, es decir, el “sí” de Dios a todas sus promesas (ver 2 Cor 1, 20), el mismo Padre manifiesta: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt 17, 5). El “escucharle”, es toda una exhortación a la obediencia de la fe para con Jesús. Equivale a decir: “Si quieren ser felices y salvarse, háganle caso, crean en Él, síganlo”. Por otro lado, este “escuchadle”, se asemeja muchísimo a las palabras de Santa María en las Bodas de Cana: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). De esta manera el Padre y la Madre de Jesús, nos dan también testimonio unánime de que el Señor Jesús es el Salvador, y que se hace apremiante creer en Él, es decir, adherirle todo nuestro ser.

En Cuaresma transfiguremos nuestra sociedad por medio del amor

La Cuaresma debe llevarnos a una experiencia de oración y de vida litúrgica intensas, pero no para evadirnos de lo cotidiano, sino para que gozando de la familiaridad con Dios en Cristo, después bajemos de la montaña (ver Mt 17, 9), para vivir con renovado vigor el camino trabajoso de la cruz de cada día que nos lleva a la resurrección, y para practicar el amor fraterno, la solidaridad y la justicia, y así transfiguremos la vida de muchos llenándola de luz, de esperanza, de alegría, de paz, y de amor.

¡Hay tanto sufrimiento y necesidad a nuestro alrededor, y están tan cerca de nosotros! Que con nuestras obras de misericordia pongamos un poco de calor y de luz en este mundo, hay veces, tan frío y oscuro por culpa de nuestro egoísmo e individualismo. Transfiguremos nuestra sociedad por medio del amor, de la misericordia, y del perdón.   

Al respecto oigamos al Papa Francisco: “Al finalizar la experiencia maravillosa de la Transfiguración, los discípulos bajaron del monte (ver Mt 17, 9) con ojos y corazón transfigurados por el encuentro con el Señor. Es el recorrido que podemos hacer también nosotros. El redescubrimiento cada vez más vivo de Jesús no es fin en sí mismo, pero nos lleva a «bajar del monte», cargados con la fuerza del Espíritu divino, para decidir nuevos pasos de conversión y para testimoniar constantemente la caridad, como ley de vida cotidiana. Transformados por la presencia de Cristo y del ardor de su palabra, seremos signo concreto del amor vivificante de Dios para todos nuestros hermanos, especialmente para quien sufre, para los que se encuentran en soledad y abandono, para los enfermos y para la multitud de hombres y de mujeres que, en distintas partes del mundo, son humillados por la injusticia, la prepotencia y la violencia”.[3]   

San Miguel de Piura, 05 de marzo de 2023
II Domingo de Cuaresma

[1] S.S. Francisco, Angelus, 25-II-2018.

[2] S.S. Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2023, n. 1.

[3] S.S. Francisco, Angelus, 06-IX-2017.

Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo Metropolitano AQUÍ

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