«Jóvenes: ¡No dejen de buscar a Jesús en la Eucaristía!»
Este año y el próximo, los jóvenes tendrán un rol protagónico en la vida de la Iglesia. Primero porque en Roma se celebrará en octubre un Sínodo especialmente dedicado a ellos y después porque en enero de 2019 se celebrará en Panamá la Jornada Mundial de la Juventud. Por este motivo quiero dedicar mi homilía de Corpus Christi de este año, a los jóvenes y adolescentes de Piura y Tumbes, verdadera esperanza para el presente y futuro de nuestras regiones y del país.
Queridos Jóvenes: Actualmente ustedes viven una etapa muy hermosa en sus vidas, donde cada uno está discerniendo su proyecto de vida por medio del encuentro con Dios y con los hermanos. Sus vidas están llenas de sueños y aspiraciones, y además tienen el anhelo profundo de ser protagonistas activos en la edificación de la Iglesia y de una sociedad más justa y reconciliada donde resplandezcan las Bienaventuranzas del Reino, fundamento seguro de la Civilización del Amor.
Para que la etapa de su juventud sea realmente bella y esté llena de frutos los animo a que hagan de la Eucaristía el centro en torno al cual siempre se reúnan, especialmente los domingos, para que de esta manera alimenten siempre su fe y su entusiasmo en Jesús, el Pan de Vida eterna.
A Jesús escondido, pero realmente presente en las especies eucarísticas, llévenle siempre todo su entusiasmo, así como toda su esperanza y su capacidad de amar.[1] Él jamás los defraudará, porque en la Eucaristía el Señor será para ustedes, amigo cercano, alimento y fuerza para su camino humano y cristiano.
Ustedes saben muy bien que el camino de la vida no es fácil. Junto con las alegrías no faltan las pruebas y los sufrimientos. Además el demonio y las fuerzas del mal están muy activos en el mundo de hoy, y no son pocas las tentaciones que les ofrecen a ustedes a diario con el propósito de hacerlos caer en el hedonismo, la impureza, la violencia, el afán de lucro, el egoísmo, el consumismo desenfrenado, la seducción de las ideologías cerradas a la trascendencia y a la verdad de la persona humana, y de esta manera destruir sus corazones jóvenes que están llamados a amar como Jesús para así tener vida y dar vida al mundo. Entonces, queridos jóvenes, ¿de dónde sacarán la luz y la fuerza necesarias para resistir y vencer al mal y poder obrar el bien? ¿Dónde alimentarán su esperanza y su alegría de vivir a pesar de los problemas de la vida para nunca desesperar?
Muchos jóvenes como ustedes han sacado de la Eucaristía, es decir del encuentro con Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, las fuerzas necesarias para vivir su vida cristiana y así llevar una vida pura, honesta, caritativa y servicial.
Para comprender mejor esto que acabo de decirles nos ayudará esta tarde reflexionar en el pasaje de los discípulos de Emaús (ver Lc 24, 13-35). Nos dice el Evangelio que eran dos discípulos los que caminaban muy temprano de regreso a su aldea. De uno se menciona su nombre, Cleofás, del otro no, por tanto ese otro discípulo podría ser cualquiera de nosotros, podrías ser tú o yo. Regresaban a su pueblo de Emaús en silencio, con el corazón cargado de tristeza y desánimo porque habían visto padecer y morir a su Maestro, el Señor Jesús. Su esperanza no solamente había disminuido sino que prácticamente se había extinguido, lo cual se comprueba en el hecho de que no fueron capaces de reconocer al Señor en un primer momento, quien se había hecho compañero de viaje de ellos, y además por la manera como dialogaban con Jesús, como si todo lo vivido hubiera sido una cosa del pasado, como un lindo sueño que había terminado con el escándalo de la Cruz: “Nosotros esperábamos que Él era el que habría de salvar a Israel, pero ya han pasado tres días desde entonces” (Lc 24, 21).
Como los discípulos de Emaús, hoy hay muchos jóvenes que caminan desilusionados por la vida. Viven decepcionados de sus mayores por el mundo fracturado y en crisis que están heredando de ellos. Viven desilusionados de las ideologías que como estrellas fugaces prometen el paraíso y luego se desvanecen; o de los ídolos como el tener, el poder y el placer impuro (la lujuria, la pornografía, el alcohol, las drogas), que de momento hinchan pero no son capaces de colmar ni saciar la nostalgia de infinito que sólo el Señor puede satisfacer.
Sí, hoy lamentablemente vemos a no pocos jóvenes decepcionados y frustrados en la vida. Pero volviendo al relato evangélico, en el camino de Emaús, a los discípulos les sucede algo que les cambia la vida, les transforma el estado de ánimo, los levanta, les da nuevo impulso, y les renueva la esperanza y la alegría de vivir. Es el encuentro con un compañero de camino al principio desconocido pero que después reconocen en la fracción del pan que es nada menos que su Maestro, Jesús resucitado: “Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y se los dio. Entonces se les abrieron los ojos, y lo reconocieron…Y se decían el uno al otro: ¿No ardía de gozo nuestro corazón mientras lo escuchábamos explicar las Escrituras?” (Lc 24, 30-32).
Queridos Jóvenes: Esto que Jesús hizo con tanta consideración y amor con sus dos discípulos de Emaús, lo sigue haciendo con nosotros, y especialmente con ustedes hoy en día. En la Eucaristía, Cristo se hace compañero de camino nuestro. Camina a nuestro lado en medio de nuestras alegrías y dolores, ánimos y desalientos para consolarnos, fortalecernos, levantarnos y reanimarnos, cumpliendo así con su promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
En la Santa Misa, Jesús hace con nosotros exactamente lo mismo que hizo con los discípulos de Emaús: Primero nos explica la Palabra divina, haciendo arder nuestro corazón; esa Palabra que llena de sentido nuestra vida; esa Palabra que nos ayuda a comprender cuánto nos ama el Señor y que la Eucaristía es el misterio central de nuestra fe, porque es ahí donde Jesús renueva su entrega salvadora y después nos parte su Cuerpo y nos da su Sangre, como alimento de vida eterna.
Nunca hay que olvidar que la Eucaristía es el sacramento de su amor, es el memorial de su pasión, muerte y resurrección: “Tomen, esto es mi Cuerpo»…Tomen esta es mi Sangre de la alianza, que es derramada por muchos” (Mc 14, 22.24). Por eso queridos Jóvenes es en la Eucaristía donde se da de manera privilegiada el encuentro con el Señor, donde le encontramos a Él, para que Él renueve nuestra esperanza y llene nuestros corazones con su alegría, aquella que no pasa, que permanece y que se proyecta a la eternidad.
El cristianismo es sobre todo encuentro con la persona viva de Jesús, y ese encuentro se da por excelencia en la Eucaristía. Por tanto es ahí donde le encontrarán siempre: A Él que es la felicidad con la que sueñan; a Él que es el único que llena el corazón de plenitud; a Él que es la belleza y el bien que buscan para ustedes y para los demás; a Él que es el único con quien pueden hacer de sus vidas algo grande que valga la pena; a Él con quien realmente pueden construir una sociedad más humana y fraterna, mejor que la que están recibiendo de nosotros.
Queridos Jóvenes: ¡No dejen de buscar a Jesús en la Eucaristía! Ahí está Él caminando con ustedes y con todos nosotros como nuestra fuerza y nuestro alimento para para que seamos testigos de esperanza y factores vivos de amor.
La Eucaristía ha nacido del amor de Cristo por nosotros. ¡La Eucaristía es Jesús–Amor! Ella nos es absolutamente necesaria si queremos construir un mundo donde haya solidaridad, misericordia, paz y justicia. En medio de un mundo marcado por tanto egoísmo, tanto odio, y tanta violencia, la Eucaristía es fuente de caridad, de perdón, de amor, de unidad y de compromiso con los más pobres, con los que más sufren, los pequeños, los vulnerables, y los descartados. La Eucaristía es luz para reconocer el rostro de Cristo en estos hermanos nuestros y en todo prójimo.
Queridos Jóvenes: Pongan a Jesús, realmente presente en la Eucaristía, en el centro de sus vidas. Coloquen en el eje de su vida cristiana la Santa Misa y en particular la Misa dominical. Ella es el momento privilegiado del encuentro con Jesús en el misterio eucarístico, tal como les sucedió a los discípulos de Emaús.
Sin la Misa dominical la fe se debilita, la esperanza flaquea, el amor decrece y el testimonio cristiano pierde consistencia y constancia. Si faltamos a la Misa dominical nos falta Cristo y si nos falta Cristo se va diluyendo poco a poco nuestra condición de cristianos. En cambio nuestra fidelidad a la Misa del domingo le da dinamismo a nuestra vida cristiana. Ella nos ayuda a mirar hacia el cielo sin olvidar la tierra, y a mirar la tierra en la perspectiva del cielo.
Pero en el relato de Emaús sucede algo fascinante después que los dos discípulos reconocen a Jesús en la Fracción del Pan: “Y levantándose en el mismo instante emprendieron el camino de regreso a Jerusalén” (Lc 24, 33). Y es que el encuentro con Jesús en la Eucaristía suscita el fuerte e imperioso deseo de anunciarles a los demás la buena nueva del Evangelio. La Eucaristía es fuente para la misión, para el apostolado, para la evangelización.
Por ello para que testimonien con más fuerza la presencia de Dios en el mundo, para que no tengan miedo de hablar de Jesús a los demás, para que siempre lleven en alto los signos de la fe y sean capaces de construir una sociedad nueva, fundada en la verdad y el amor, no dejen nunca el encuentro semanal con Jesús, en la Eucaristía.
Que María, Mujer eucarística, los eduque a creer y a amar a su Hijo en la Hostia Santa, y que a todos nosotros nos atraiga la bendición de su Hijo durante la procesión eucarística que tendremos al final de la Misa. Que así sea. Amén.
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
[1] Ver San Juan Pablo II, Carta Apostólica Mane Nobiscum Domine, nn. 4 y 30.