Reflexiones Litúrgicas

IV MEDITACIÓN EUCARÍSTICA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA

«María, Mujer Eucarística»

Queridos hermanos y hermanas:

Estamos a muy pocos días de celebrar la gran Solemnidad del “Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo” o “Corpus Christi”. Si bien este año no podremos tener nuestra multitudinaria y tradicional Misa y procesión eucarística, me alegra confirmarles que así como lo hicimos el pasado 12 de abril, Domingo de Pascua de Resurrección, Jesús Eucaristía volverá a recorrer las calles de nuestra Ciudad el próximo domingo 14 de junio, para derramar a su paso sus bendiciones y amor. De esta manera podremos renovar nuestra fe en la presencia real del Señor Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Al final de nuestra adoración eucarística de hoy, les daré los detalles del recorrido eucarístico con el fin de que lo acompañen desde las puertas, ventanas y azoteas de sus casas, así como también por las redes sociales.

Con el fin de prepararnos adecuadamente para este domingo, va esta Meditación  que tiene como título “María, Mujer Eucarística”. Nadie mejor que nuestra Madre puede enseñarnos a creer, amar y adorar la Eucaristía, ya que Ella tiene una relación muy profunda y especial con este Sacramento. Ninguna como María puede guiarnos hoy y siempre al Santísimo Sacramento del Altar, es decir hacia su Hijo realmente presente en la Hostia Santa. La Eucaristía es antes que nada “misterio de fe” que supera la capacidad de nuestro entendimiento de poder comprenderlo. “Éste es el Misterio de la fe». Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el Misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana».[1]

Frente a la Eucaristía, el Señor nos pide el más puro abandono y confianza en su Palabra: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre” (Mt 26, 26-30), a semejanza de María, a quien se le pidió creer que iba a ser Madre de Dios y Ella creyó lo que desafiaba toda razón: que Dios se iba a encarnar en sus entrañas virginales e inmaculadas y nacer de Ella. Por eso nadie como María, la Mujer fuerte de la fe, nos puede ayudar a creer en la Palabra de su Hijo Jesús quien nos asegura que en ese pedacito de pan y en ese poco de vino está realmente presente Él, nuestro Dios y Señor, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Frente al milagro de amor de la Eucaristía, María parece decirnos: “Queridos hijos: mi Hijo que fue capaz de transformar en las Bodas de Caná el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su Cuerpo y su Sangre”.[2]

La Eucaristía es también “misterio de fe”, porque la fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor vivo y resucitado en este Sacramento. De otro lado nuestra fe, es decir aquello en lo que creemos, se expresa en el rito de la Santa Misa y en él se refuerza y fortalece nuestra fe.

Asimismo, la Eucaristía es el memorial del Calvario. En cada Misa que el sacerdote celebra en obediencia al mandato de Jesús, “Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19), el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo en la Cruz se actualiza siempre en el tiempo para nuestro bien. Nuestra Madre estuvo presente al pie de la Cruz de su Hijo sostenida por su gran fe, por su invicta esperanza y su ardiente caridad ofreciéndose con su Hijo para nuestra reconciliación. Por ello, nadie mejor que Ella para ayudarnos a comprender que el Cuerpo y la Sangre que en cada Misa recibimos como alimento de vida eterna, es el mismo Cuerpo entregado y la misma Sangre derramada por nosotros en la Cruz para el perdón de nuestros pecados (ver Lc 22, 19-20).

El sacrificio de la Cruz y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio. La Eucaristía es sacrificio en sentido propio. Por ello, así como en el Calvario, María también está presente con nosotros, como Madre de la Iglesia, en cada Misa que celebramos.

Vivir la Eucaristía como el memorial de la muerte de Cristo en la Cruz, implica también recibir continuamente a María como Madre. Si la celebración de la Santa Misa es celebración del misterio del Calvario, en cada Eucaristía Jesús nos está diciendo: “He ahí a tu Madre” (Jn 19, 27), y ello nos exige acoger continuamente a la Virgen dentro de las cosas más queridas de nuestro corazón, es decir acoger el don de su maternidad espiritual en nuestras vidas y con docilidad dejarnos acompañar y educar por Ella, para que Ella vaya formando en nosotros a Jesús hasta que podamos exclamar: “Vivo yo pero no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).    

De otro lado la Eucaristía es también verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento de vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6, 54-55). Por eso, cuando nos acercamos a recibir la Hostia Santa en la sagrada comunión, nadie como María, Aquella que se fió totalmente de Dios y por ello es proclamada “dichosa y bienaventurada” por todas las generaciones (ver Lc 1, 45), es quien puede ayudarnos a creer firmemente que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo suyo, está presente con todo su ser humano y divino en la Hostia Santa para entrañarse en nosotros y estrecharnos en un vínculo profundo de amistad con Él que a la vez construye y edifica nuestra comunión fraterna, porque al comulgar el mismo pan y beber el mismo cáliz llegamos a ser uno en Cristo Jesús (ver 1 Cor 10, 16-17).[3]

En cada comunión sacramental, María nos ayuda a pronunciar nuestro “amén eucarístico” con profunda fe para así acoger con amor a Jesús primero en nuestros labios y después en nuestro corazón. “La mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y el estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?…Recibir la Eucaristía (de mano de los apóstoles) debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el Corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz».[4]

Muchas cosas más podríamos decir de la relación Eucaristía y María. Permítanme sólo una última reflexión. Quiero volver sobre la dimensión de la Eucaristía como sacramento de unidad. En cada comunión eucarística se va construyendo entre nosotros la fraternidad, y la Iglesia se va edificando, se va construyendo como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano.[5] Por eso entre otras muchas razones necesitamos volver a reunirnos en asamblea eucarística y recibir muy pronto la comunión. Frente a las divisiones y discordias, el misterio del Cuerpo de Cristo tiene una fuerza generadora de unidad extraordinaria.  

María con su maternidad espiritual contribuye a que en cada Misa y en cada comunión eucarística, la Iglesia se vaya edificando como sacramento de comunión, como signo de la unidad que Dios quiere para todo el género humano. Si en Belén, en la Adoración de los Magos, en la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén y al pie de la Cruz en el Calvario, Ella nos ofreció a su Hijo, tengamos la certeza que nos da la fe que en cada Misa, en cada comunión eucarística, nos lo vuelve a ofrecer de nuevo para que recibiendo a su Hijo en nuestros corazones, Jesús vaya construyendo nuestra unidad a pesar de ser muchos y de ser distintos.

A María, Mujer Eucarística le decimos esta tarde preparándonos para la gran fiesta del “Corpus Christi”:  

Santa María, Madre Santísima, bendita siempre bendita:
Tú eres la que durante esta “cuarentena” nos vienes manteniendo unidos a tu Hijo Jesús, y en Él, entre nosotros.

Que de tus manos veamos llegar pronto la hora de que podamos volver a celebrar juntos la Santa Misa, memorial del Calvario, y así tener el gozo de recibir la Santa Comunión, misterio de amor y de unidad.

Madre, ayúdanos en esta «hora» a darle a nuestra vida cristiana una «forma eucarística», a que comprendamos que es necesario morir a nosotros mismos para así poder alimentar a otros, siguiendo el ejemplo de tu Hijo, el Pan Vivo bajado del Cielo, quien para que hacerse alimento de vida eterna, se partió en la Cruz y se repartió después generosamente para salvación de todos.

Que en estos tiempos, “procuremos contactar con el que sufre, el que está solo y necesitado. Que no pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer. El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor”.[6] 

María, Mujer Eucarística: enséñanos a descubrir que cada Eucaristía es verdaderamente un resquicio del Cielo que se abre sobre la tierra, de ese Cielo que descendió sobre Ti el día de la Anunciación-Encarnación. Que cada Misa sea para nosotros un impulso en nuestro camino hacia el Reino, un impulso para construir la Civilización del Amor que es la única que da alma y vida al mundo.     

Que así sea. Amén.

San Miguel de Piura, 11 de junio de 2020
Memoria de San Bernabé, apóstol

[1] S.S. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, n. 6.

[2] Ver San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 54.

[3] Ver además San Agustín, Sermones 227 y 272.

[4] San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 55 y 56.

[5] Vaticano II, Constitución Dogmática, Lumen gentium n. 1.

[6] S.S. Francisco, Homilía Domingo de Ramos, 05-IV-2020.

Puede descargar el archivo PDF conteniendo esta Meditación Eucarística del Arzobispo Metropolitano de Piura desde Aquí

Puede ver el video grabado de esta Meditación Eucarística Aquí

Compartir:

Leave A Comment

Your Comment
All comments are held for moderation.