Reflexiones Litúrgicas

IV MEDITACIÓN DE JULIO DEL SEÑOR ARZOBISPO DE PIURA

“Una Nueva Evangelización hecha con Alegría”

Lo que la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano reunida en Puebla, México en 1978, llamó “Evangelización Constituyente”, por el papel clave que, como hemos visto a lo largo de estas meditaciones, tuvo ésta en la constitución de la base de la identidad cultural de América Latina, ha venido debilitándose con el tiempo hasta hoy, sea porque no se ha profundizado ni alentado su impulso, sea por agresiones de fuera, principalmente de las ideologías que han surgido de la ilustración (entre las cuales están el liberalismo individualista, el positivismo, el marxismo, el cientificismo y el relativismo) y que han generado el fenómeno que conocemos como “secularismo”, que es el intento de edificar el mundo de lo humano excluyendo a Dios y a lo trascendente, o relegándolo a un lugar secundario a nivel de las creencias personales, diríamos opcionales y sin ninguna pretensión de orientación social y cultural. Es decir, a la “sacristía de la vida”.

La pérdida del sentido de lo real, y por lo tanto de la verdad; la crisis de la racionalidad; el relativismo imperante; la ideología de género; la dimisión de lo humano que se expresa en la violencia, en el irrespeto a la vida desde su concepción hasta su fin natural (aborto y eutanasia), las injusticias, la pobreza, la explotación y la trata de personas, la degradación del ser humano que desconoce su identidad según la verdad de su naturaleza, el hedonismo y permisivismos extendidos reflejados en el alcoholismo, la droga y la pornografía; la pérdida de la identidad católica, tanto a nivel personal como comunitario; la falta de vocaciones suficientes a la vida sacerdotal y consagrada; la crisis de la familia y los problemas en los matrimonios; la pretendida redefinición del matrimonio entre personas del mismo sexo; el surgimiento de las sectas y de teologías erradas, etc., son algunas constataciones que nos ayudan a tomar conciencia de la urgencia de emprender todos juntos, según nuestra propia vocación y misión, la gesta de la Nueva Evangelización en continuidad con la Evangelización Constituyente, ya que se hace necesario hoy como ayer llevar al Señor Jesús a un mundo en crisis y en constante cambio. 

Ante este panorama y los retos de la Nueva Evangelización no debemos caer en desánimo ni desaliento. Debemos recordar las palabras del Maestro: “En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡ánimo! Yo he vencido al mundo”.[1] Y también las palabras del Papa Francisco: “No tengamos miedo de emprender, con confianza en Dios y con mucho coraje, una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un canal adecuado para la evangelización del mundo actual”.[2]

Pero con todo surgen las preguntas: ¿Qué hacer ante tantas dificultades? ¿Cómo afrontar el desafío de la Nueva Evangelización en estos tiempos tan complejos y con tantos desafíos, una Nueva Evangelización que según San Juan Pablo II es un compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión?[3]

Para ello el Papa Francisco nos ofrece en su Magisterio un seguro y orientador documento en la Exhortación Apostólica, Evangelii gaudium, (“La alegría del Evangelio”), que sin temor a equivocarnos podríamos decir que es el documento programático de su Pontificado. Esta Exhortación Apostólica trata sobre un tema fundamental para la vida de la Iglesia: “La Nueva Evangelización”, y es enfocado y desarrollado con la impronta de Francisco, el primer Sumo Pontífice Latinoamericano.  

A través de sus páginas, la Evangelii gaudium nos ofrece un programa de evangelización seguro para la Iglesia de estos tiempos. Ahora que nos preparamos a retomar paulatinamente nuestra vida eclesial, es muy importante que reflexionemos en él.  Procuraré en este breve espacio de tiempo hacer una síntesis de este documento, pero dejando a todos ustedes la tarea de leerlo y aplicarlo en sus vidas y en las vidas de sus parroquias y comunidades.

Antes que nada, hay que señalar que para Francisco forma parte fundamental de la Evangelización la dimensión de la alegría, la cual nace del encuentro personal con el Señor Jesús, que nos llama a compartir su propia vida y a compartirla con los demás.

Si no hay este encuentro personal con Cristo que se prolonga en una vida de amistad diaria con Él por la oración, los sacramentos y el amor al prójimo, no habrá evangelización plena, y si la hay carecerá de su dimensión más importante: la alegría, el gozo, el entusiasmo “Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”.[4] 

Siempre siguiendo la Evangelii gaudium, el Papa Francisco nos dice que la Evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos: en el ámbito de la pastoral ordinaria, destinada a encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y a los que conservan una fe católica, aunque no participen frecuentemente del culto; en el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo, que son los tristemente denominados “bautizados alejados”; y en el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado. Todos, insiste Francisco, tienen el derecho de recibir el Evangelio. Ya no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos. Hace falta pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera.[5]

La Exhortación Apostólica está compuesta de cinco capítulos veamos a grandes rasgos lo más saltante de cada uno de ellos para tener claras las líneas por donde encaminar “La Nueva Evangelización” que requieren nuestros tiempos:

En el Primer Capítulo (nn. 19-49), se desarrolla el tema de la “Transformación misionera de la Iglesia”. Basado en el mandato misionero de Jesús de “id y haced discípulos” (Mt 28, 19-20), el Papa nos exhorta a ser una Iglesia en salida misionera y evangelizadora porque el tiempo es apremiante: “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes… Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (ver Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (ver Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id y haced discípulos» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”.[6]

Por tanto, todos debemos ponernos en movimiento e ir a buscar a las personas para evangelizarlas. Ello exige una “conversión pastoral y misionera de la Iglesia”, que exige que todas las estructuras de la Iglesia, así como las personas deben renovarse en orden a esta salida evangelizadora: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37)”.[7]        

En el Capítulo Segundo (nn. 50-109), titulado “En la crisis del compromiso comunitario”, con gran lucidez el Santo Padre analiza la situación contemporánea en la cual el misionero debe actuar y también con gran sinceridad diagnostica la actual situación eclesial y las tentaciones que tienen que enfrentar hoy en día los agentes pastorales.  

En cuanto a la situación del mundo señala como problemas el materialismo imperante, el culto a la eficiencia y a la productividad, el culto idolátrico al dinero que lleva al rechazo de los pobres y a las desigualdades sociales, el relativismo cultural que lleva a muchos a vivir una “religiosidad a la carta” donde el gusto y no la verdad es lo decisivo, el secularismo y el relativismo moral y ético que afecta sobre todo a la familia, a la vida y cuestiona la verdad antropológica de las persona humana: “Y Dios creó al hombre a su imagen. Lo creó a imagen de Dios. Varón y mujer los creó” (Gn 1, 27).

En relación a la situación eclesial actual y las tentaciones que experimentan los agentes pastorales, el Papa señala en otros peligros la visión individualista de la misión y la visión de la evangelización como algo separado de la vida personal. También señala como peligros la acedia o rutina que hace del misionero alguien cansado, carente de alegría y entusiasmo lo cual lo lleva a una entrega mezquina. También está la tentación del pesimismo y de la mundanidad espiritual. A todas estas situaciones el Papa responde con energía: ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero! ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora! ¡No nos dejemos robar la comunidad! ¡No nos dejemos robar el Evangelio! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno![8] “Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!”.[9]

En el Capítulo Tercero (nn. 110-175), “El anuncio del Evangelio”, Francisco desarrolla de manera clara y apasionante cual es la tarea central por excelencia de la Iglesia: Anunciar la Buena Nueva.  Siguiendo al documento de la Evangelii nuntiandi de San Pablo VI, sobre la Evangelización del mundo contemporáneo, el Papa señala que se trata de una tarea de toda la Iglesia: “Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio”.[10]

Es importante subrayar que en este Pueblo de Dios todos somos discípulos y misioneros por nuestro bautismo y confirmación. El Papa recoge del Documento de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano reunida en Aparecida, Brasil (2007), estos conceptos que no son dos realidades que se suman, sino que más bien se exigen e implican mutuamente: todos por ser discípulos de Cristo estamos llamados a darlo a conocer, es decir a ser misioneros, y sólo puede ser misionero quien se esfuerza por ser un buen discípulo. En este capítulo el Papa también nos señala que, junto con la evangelización colectiva y cultural, que encuentra en la religiosidad popular un extraordinario medio, la evangelización debe ser de persona a persona o como él llama “artesanal”. Finalmente, en este capítulo tercero, el Santo Padre analiza extensamente el tema de la homilía y de la predicación que alcanza de modo muy especial a muchísimas personas, y que hoy sufre lamentablemente de una cierta crisis.[11] Ante esta crisis el Papa ofrece valiosas orientaciones para superarla.

 En el Capítulo Cuarto (nn. 176-258), “La Dimensión Social de la Evangelización”, el Papa Francisco nos recuerda que el Evangelio no es únicamente respuesta para la vida de las personas individualmente hablando, sino respuesta para la construcción de una sociedad y un mundo más justos y reconciliados. Por ello Francisco insiste que el anuncio del Evangelio debe llevar también a la conversión de la sociedad y a cada creyente, a un compromiso social ineludible. La tarea social concreta que el Santo Padre ve en estos tiempos como urgente es la inclusión de los pobres, de los descartados. Para con ellos hay que tener dos actitudes concretas: la solidaridad, que es más que un mero asistencialismo; que es trabajo por crear las condiciones que reivindiquen y cambien la situación de pobreza en la que viven muchísimos hermanos; y la opción preferencial no exclusiva ni excluyente por los pobres, pero no desde una óptica ideológica, sino desde el Evangelio, porque como nos recuerda San Pablo: “Cristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9). Propio del cristiano en su acción misionera evangelizadora es la búsqueda de la paz social, la procura de la justicia, el trabajo por la defensa de la dignidad de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios, y el trabajo abnegado y esforzado por el bien común. El discípulo-misionero al evangelizar construye la paz.

Finalmente, en el Capítulo Quinto (nn. 259-288), “Evangelizadores con Espíritu”, el Papa Francisco nos explica cuál ha de ser el espíritu de la Nueva Evangelización. En primer lugar, ese espíritu se fundamenta en la oración para de ahí proyectarse en la tarea misionera y evangelizadora, porque como dice el aforismo latino: “Nemo dat quod non habet”. “Nadie da lo que no tiene”. El encuentro personal con Jesucristo, “el primer y el más grande evangelizador, que lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena”[12],  es la fuente que nos impulsa al anuncio audaz del Evangelio. Al encontrarnos personalmente con Jesús, experimentamos su amor y ese amor no sólo nos da la fuerza sino nos impulsa a darlo a los demás: “Ay de mí si no anunciare el Evangelio (1 Cor 9, 16). Pero la experiencia del amor de Cristo, nos lleva a ser Pueblo, a identificarnos con el Santo Pueblo de Dios, que es la Iglesia y por medio de Ella con toda la humanidad.

Termina este hermoso documento hablando de María, Madre y Estrella de la Evangelización y así terminamos también esta reflexión. La aparición de Santa María en Guadalupe en 1531, es testimonio elocuente de que Ella ha sido la que nos trajo y la que nos trae continuamente al Señor Jesús, su Hijo. Asimismo, ver cómo Ella es venerada en cada país de nuestra América Latina, bajo distintas advocaciones, es señal clara de que Ella es la guía segura a Cristo, “quien no solo reconcilia al hombre con Dios, sino que lo reconcilia también consigo mismo, revelándole su propia naturaleza”.[13]

En el caso del Perú, Santa María es venerada con profundo amor filial en toda nuestra geografía a través de diversas advocaciones, y en Piura y Tumbes en la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes, Madre y Reina del Norte del Perú.

A Ella le pedimos en esta hora de la Nueva Evangelización que no deje de llevar a Jesús en sus brazos, para que de ahí lo lleve a los corazones de todos los que en esta tierra tan amorosamente confían en Ella. Y que a todos nosotros nos ayude a difundir el anuncio de Jesucristo al que estamos llamados. 

San Miguel de Piura, 16 de julio de 2020
Memoria de Nuestra Señora del Carmen

[1] Ver Jn 16, 33.

[2] S.S. Francisco, Discurso a Capítulo General del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, 20-V-2019.

[3]   S.S. Juan Pablo II, Alocución al CELAM en la Catedral de Puerto Príncipe – Haití, 09-III-1983, III.

[4] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 10.

[5] Ver Documento de Aparecida, n. 548.

[6] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 20.

[7] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 49.

[8] Ver S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 76-101.

[9] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 109.

[10] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 114.

[11] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 135.

[12] San Pablo VI, Encíclica Evangelii nuntiandi, n. 7.

[13] San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Postsinodal, Ecclesia in America, 1999, n.10.

Puede descargar el archivo PDF conteniendo la Meditación completa pronunciada hoy por nuestro Arzobispo AQUÍ

Puede ver el video grabado de esta Meditación de nuestro Arzobispo Metropolitano de Piura desde AQUÍ

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