HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO 2022

“De nuevo vendrá con gloria, y su reino no tendrá fin”

 IV Jornada Mundial de los Pobres

Estamos próximos a concluir el presente Año Litúrgico, también llamado Año Cristiano, o Año del Señor Jesús. El Año Litúrgico, es el nombre que recibe la organización de los diversos tiempos y solemnidades a través de los cuales celebramos la Historia de la Salvación durante el año. Comienza con el tiempo del Adviento y culmina con el Tiempo Ordinario (que abarca 34 domingos en total), después de haber celebrado los tiempos fuertes de Navidad, Cuaresma y Pascua. Hoy día, celebramos el Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, es decir el penúltimo domingo del Año Litúrgico, y en él reflexionamos sobre el fin de la historia (ver Lc 21, 5-19).

El Templo de Jerusalén, que fuera reconstruido por Herodes el Grande, a partir del año 20 antes de Cristo, era considerado una obra de majestuosa belleza. Por eso algunas personas que acompañan al Señor le ponderan acerca de la hermosura del Templo, a lo que el Señor responde: “Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida” (Lc 21, 6). El Señor Jesús anuncia proféticamente la destrucción del Templo de Jerusalén, el cual efectivamente fue destruido, incendiado y arrasado por las legiones romanas del general Tito, el año 70 d.C. Su principal vestigio es lo que hoy conocemos como el “Muro de las Lamentaciones”, también conocido como “Kotel” o “Muro Occidental”.

Al escuchar la profecía del Señor, los que acompañan a Jesús reaccionan asombrados preguntándole: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?” (Lc 21, 7). En el pasaje paralelo según San Mateo, la pregunta se hace más explícita: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo” (Mt 24, 3).

En la respuesta que el Señor Jesús da a sus interlocutores, se confunden las señales de la destrucción del Templo de Jerusalén, y las señales del fin del mundo. El Señor Jesús no quiso revelar con detalles muy precisos estas señales, en especial las del fin del mundo, para que estuviéramos siempre preparados. Así lo afirma el mismo Jesús: “De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni lo ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24, 36). Así lo enseña también San Pablo: “Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en la noche” (1 Tes 5, 2). Y finalmente, así lo proclamamos también en uno de los prefacios que se usan en las Misas del Tiempo de Adviento: “Tu nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá, revestido de poder y de gloria, sobre las nubes del cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva”.[1] 

Nuestra fe católica cree firmemente que Dios pondrá fin a la historia con la Segunda y definitiva venida del Señor Jesús. En efecto, en el Credo confesamos acerca de Cristo: “De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”.[2]

Entonces los muertos resucitarán y los que estén vivos serán transformados. Pero, como no sabemos el día y la hora, nuestra actitud espiritual debe ser la de la vigilante espera, siempre preparados, es decir, viviendo en gracia de Dios, trabajando en las cosas del Señor, con el corazón convertido y en tensión hacia Él, de tal manera que cuando nuestro Señor Jesucristo venga, salgamos a su encuentro acompañados por nuestras buenas obras para que merezcamos ser colocados a su derecha y tener parte en su Reino eterno.

Con todo, Jesús indica varios hechos futuros para prevenirnos y despertarnos del posible “sueño o desidia espiritual” en que podamos caer. Lo primero que advierte es esto: “Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy» y «el tiempo está cerca». No les sigáis” (Lc 21, 8). Advertencia a tener muy presente en nuestros tiempos, en que no pocos usurpan las funciones de los obispos y sacerdotes de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, fundada por Cristo; o por “líderes” que nos pregonan ideologías o sistemas políticos o económicos, que pretenden ponerse en el lugar de Dios prometiendo al hombre de hoy la felicidad y la salvación en este mundo. Asimismo, no hay que hacer caso a aquellos adivinos y agoreros que, aprovechándose de nuestro miedos e inseguridades, falsamente pretenden profetizarnos cuándo será el fin del mundo. 

También nuestro Evangelio dominical, nos indica otras señales que tenemos que tener en cuenta: Guerras, revoluciones, terremotos, pestes, hambre en diversas partes del mundo, persecuciones por ser discípulos de Cristo, entre otras (ver Lc 21, 9-18). Todas ellas señales muy actuales si miramos a nuestro problemático mundo de hoy en día.   

Pero Jesús añade algo muy importante a tener en cuenta: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21, 19). La perseverancia la podríamos definir también como paciencia. Es la capacidad de soportar, de llevar sobre los hombros, y de permanecer fieles a Cristo, incluso cuando el peso parece hacerse demasiado grande e intolerable, y estamos tentados a abandonarlo todo y a todos. La perseverancia se funda en la certeza que, nos da la fe, de que, “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 13), y en la esperanza que brota de tener la seguridad de la presencia de Cristo en la propia vida, que consuela, fortalece, ayuda y levanta. El que persevere hasta el final, ése se salvará. 

Con todo surge en nosotros la inquietud: ¿Volverá Jesús? Al respecto nos enseña nuestro Catecismo Arquidiocesano, en comunión con el Catecismo de la Iglesia Católica: “Sí. Al final de los tiempos, cuando lleguemos al último momento de nuestra historia, el Señor vendrá nuevamente, esta vez en toda su gloria y poder. A este momento le damos el nombre de parusía o Segunda Venida del Señor Jesús. Con su muerte, resurrección y ascensión, el Señor Jesús derrotó el mal y el pecado e instauró su Reino en nuestro mundo. Pero tanto la derrota del mal como la instauración del Reino tienen que hacerse absolutas. Y esto es lo que sucederá al final de la historia. La Escritura nos enseña que, en ese último momento, la Iglesia pasará por momentos difíciles y se verá muy probada en su fe; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. La venida de Jesús será la expulsión del mal y de la muerte, así como el inicio de la vida eterna y bienaventurada, de Comunión con Dios Uno y Trino. Hasta que esto suceda, la Iglesia vive en la espera activa del Señor Jesús, cooperando con la gracia para que se realice el designio de Dios sobre nuestro mundo y procurando ser fiel en todo momento. La oración de la Iglesia: Maranatha (¡Ven Señor Jesús!) es expresión de esta esperanza activa”.[3]  

IV Jornada Mundial de los Pobres

Hoy también celebramos a nivel de la Iglesia universal, la IV Jornada Mundial de los Pobres. Parte importante de la esperanza activa que tenemos que tener ante la Segunda y última venida de Cristo, es construir un mundo más justo y fraterno, que sea digno de la venida definitiva del Señor Jesús. En este trabajo por la justicia y la fraternidad, ocupa un lugar central e irrenunciable, la preocupación, asistencia y promoción de los nuestros hermanos más pobres y necesitados.           

En su mensaje para la Jornada de este año, que tiene por título, “Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (ver 2 Co 8,9), el Santo Padre Francisco nos pide no olvidarnos de los pobres, a no dejarlos a merced de la incertidumbre y la precariedad. Que siguiendo el ejemplo del Señor, quien se hizo pobre para enriquecernos con la riqueza de su Amor, tengamos entrañas de solidaridad para que, a ningún hermano, conocido o desconocido, le falte nada.

Se trata entonces de ser solidarios, de no cerrarnos al dolor de nadie, e ir al encuentro de todos, especialmente de los que son marginados y están privados de lo necesario. La solidaridad, en efecto, es precisamente esto: Compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra. Por eso invito a todas las parroquias y comunidades de fe, a que expresen su vida de comunión y amor, a través de obras de solidaridad. “Frente a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie”.[4]

Asimismo, esta Jornada debe llevarnos a reflexionar sobre el estilo de vida que llevamos: ¿Es austero y sobrio? ¿O es más bien frívolo y lujoso? ¿Es la pobreza del Señor Jesús nuestra fiel compañera? ¿Mi apego al dinero me impide observar con realismo la vida de cada día, y nubla mi mirada impidiendo ver las necesidades de los demás?

Finalmente, no podemos dejar de observar que la Jornada de este año se desenvuelve a nivel mundial en medio de guerras, enfermedades, y convulsiones sociales, algunas de las señales que nos dejó el Señor sobre el fin de los tiempos. Al respecto nos dice el Papa: “¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles. Deportación de miles de personas, especialmente niños y niñas, para desarraigarlos e imponerles otra identidad. Son millones las mujeres, los niños, los ancianos obligados a desafiar el peligro de las bombas con tal de ponerse a salvo buscando amparo como refugiados en los países vecinos. Los que permanecen en las zonas de conflicto, conviven cada día con el miedo y la falta de alimentos, agua, atención médica y sobre todo de cariño”.[5]

No dejemos de rezar por la paz en Ucrania y del mundo. No dejemos de rezar ahí donde la Iglesia y nuestros hermanos en la fe son perseguidos. Tengamos entrañas de compasión con los migrantes que llegan a nosotros, a la vez que rezamos con fe y esperanza como lo hacían los primeros cristianos: ¡Maranatha! ¡Ven Señor Jesús!

San Miguel de Piura, 13 de noviembre de 2022
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

[1] Prefacio II del Tiempo de Adviento.

[2] Credo Niceno Constantinopolitano.

[3] Catecismo Firmes en la Fe, sed fuertes (Piucat); Arquidiócesis Metropolitana de Piura, pág. 62; pregunta N° 63.

[4] S.S. Francisco, Mensaje por la IV Jornada Mundial de los Pobres, n. 7; 13-VI-2022.

[5] Ídem, n. 2; 13-VI-2022.

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