Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA EN EL XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

“Estemos siempre preparados porque no sabemos el día ni la hora”

San Mateo es el Evangelista que nos está acompañando este año en la liturgia dominical. Él divide su Evangelio en cinco discursos pronunciados por Jesús, los cuales intercala con episodios de la vida del Señor. Los capítulos 24 y 25, contienen el quinto discurso, llamado el “Discurso Escatológico”. En este discurso está contenida la enseñanza de Jesús acerca de su venida gloriosa al final de la historia o de los tiempos. La palabra “escatología”, proviene del griego esjatón (Eσχατoν) que significa “los últimos tiempos”, y de logos (Loγoς), que significa “tratado” o “estudio”. Por lo tanto, la escatología, se define como la doctrina de los últimos tiempos, del hombre y del mundo donde él habita. 

El Evangelio de hoy domingo (ver Mt 25, 1-13), recoge la conocida parábola de las “vírgenes prudentes y las necias”. El sólo saber que esta parábola forma parte del discurso escatológico de Jesús nos da la clave para comprenderla: El Señor nos quiere enseñar cuál debe ser nuestra actitud espiritual ante la certeza del fin del mundo y de su última y definitiva venida: Estar vigilantes, es decir, estar atentos, alertas, espiritualmente despiertos, como lo está el centinela. Jesús nos dice que entre las diez vírgenes que aguardan la llegada del “esposo”, cinco son prudentes y cinco son necias.  

Es decir, cinco aman al Señor con fidelidad y ardor, y están dispuestas a esperarlo, aunque llegue muy tarde entrada la noche, y cinco andan distraídas en otras cosas, son descuidadas y están despreocupadas. De la misma manera, el mundo se divide entre quienes esperan vigilantes la vuelta de Jesús, y los que viven en el descuido, la dejadez, distraídos en miles de cosas “urgentes”, seducidos por los sucedáneos que ofrece el mundo.

Para darnos su enseñanza e invitarnos a estar alertas, a estar en vela, el Señor Jesús usa un ejemplo que era muy conocido para sus oyentes: El de un matrimonio judío. Éste solía realizarse en dos etapas. En una primera, se celebraba el contrato matrimonial entre el esposo y la esposa, donde ambos tomaban consciencia de sus obligaciones e intercambiaban el consentimiento nupcial. Esto podía ocurrir bastante tiempo antes que los esposos comenzaran a vivir juntos. La segunda etapa era la festiva: El esposo venía, en compañía de sus amigos, a buscar a su esposa para llevársela consigo a su casa. La esposa lo recibía rodeada de sus amigas (las vírgenes) y cuándo el esposo llegaba se celebraba una gran fiesta o banquete de bodas. En el caso de la parábola de Jesús, diez vírgenes, con sus lámparas en la mano, salieron al encuentro del esposo.

A menudo en el Evangelio, Jesús se compara con “el esposo” y como tal reclama de nosotros, Su Iglesia, un amor semejante al de la esposa: Exclusivo, total, fiel, indisoluble y fecundo. En la parábola llama la atención que ninguna de las diez vírgenes se distingue como la esposa y, por tanto, todo el horizonte de la parábola lo ocupa protagónicamente “el esposo”, quien representa al Señor Jesús.

Sólo a él espera cada una de las vírgenes como a su propio esposo. Cada una de las diez se sintió interpelada cuando a la media noche se oyó el grito: ¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!” (Mt 25, 6), pero hay una diferencia entre ellas.  

En la parábola, Jesús no escatima detalle alguno, y nos dice que cinco, a quienes califica de prudentes, junto con sus lámparas tomaron mucho aceite en las alcuzas o recipientes de combustible. Las necias en cambio, no, porque calcularon que el esposo no se haría esperar. Ellas en el fondo no están atentas, no arden en deseos del esposo, ni están preparadas para cualquier decisión suya. La medida del amor por el esposo está representada por la cantidad de aceite. Unas tenían mucho amor, las otras en cambio poco. No hay que olvidar que, en los tiempos de Jesús, el aceite era el combustible que se usaba para iluminar la noche.  

La parábola sigue su curso. Cada detalle alude a lo que será la venida de Jesús al final de los tiempos. Las vírgenes que estaban preparadas entraron con el esposo al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Las necias llegaron tarde, y desde fuera golpeaban la puerta y decían: “¡Señor, Señor, ábrenos! Pero él respondió: En verdad os digo que no os conozco” (Mt 25, 11-12). Ante la sentencia categórica del esposo, “no os conozco”, hay que tener presente que para un judío el conocimiento no es algo meramente intelectual, sino que incluye también lo afectivo. Para la mentalidad semita, conocer significa al mismo tiempo conocer y amar, es decir tener afecto, interés y preocupación por aquello que se conoce.

Por eso la negación de Pedro, “no conozco a ese hombre” (Mt 26, 72.74), no es solamente una simple mentira, es mucho más grave que eso. Significa: No soy de los suyos, no me importa lo que pase con él, porque no lo amo. Él no tiene nada que ver conmigo. Por eso cuando el gallo canta y Pedro se acuerda de la profecía de su Maestro, saldrá de la casa del Sumo Sacerdote llorando amargamente (ver Mt 26, 75). Así también será la sentencia de Cristo para los que no estén preparados esperando su última y definitiva venida será: “No tengo nada que ver con vosotros”. Y ese día no nos podremos quejar porque a lo largo de toda nuestra vida, han sido innumerables las oportunidades que el Señor nos dio para convertirnos, e inconmensurable el monto de su gracia y amor que no supimos aprovechar y atesorar en su momento, con gratitud y amor. 

A este respecto debo decir que, no podemos desperdiciar toda la angustia y dolor de esta pandemia, así como la dolorosa experiencia del gran número de fallecidos, algunos de ellos familiares nuestros y amigos muy queridos. Para muchos de nosotros el misterio de la muerte nos ha tocado muy de cerca en estos meses. Todo ello tiene que hacernos reaccionar, es decir llevarnos a una conversión sincera de vida, a un volver al Señor desde lo más profundo de nuestro corazón. La terrible experiencia de la presente pandemia tiene que llevarnos a darnos cuenta de que nuestra vida apunta al Cielo, al encuentro con Jesús, el “Esposo”, y que por tanto debemos querer y desear ardientemente nuestra salvación eterna, así como poner los medios para asegurarla.

Tontos seríamos sino lo hiciéramos y desperdiciáramos estos ocho meses de sufrimiento. Por eso Jesús concluye la parábola con la enseñanza que quiso dejarnos para nuestro bien y el de nuestra salvación eterna: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25, 13).  Y es verdad. Aunque estuviera en el designio de Dios Padre, quien es el único que sabe el día y la hora (ver Mt 24, 36), que Cristo tarde todavía en venir a poner fin a la historia, sabemos con certeza que tarde o temprano moriremos. No sabemos ni el día ni la hora de nuestra muerte, pero sabemos que la muerte es una realidad que llegará tarde o temprano. La pandemia nos ha hecho recordar esta verdad. Por eso resulta incomprensible que, a pesar de ello, alguien viva descuidando su vida cristiana, no rece, no se confiese, no nutra su corazón con la vida de la gracia, con la gracia de los sacramentos, sobre todo con la Eucaristía. O que ilusamente piense que eso les pasara a otros, pero no a él.

Como en la parábola, Jesús, el “Esposo”, tarda en llegar. Su demora es signo de su misericordia. Como Él no quiere que nadie se pierda, nos da tiempo y oportunidades para prepararnos. No las desaprovechemos diciendo tontamente “mañana me convertiré”. A nadie se le ha prometido el mañana, sólo el hoy. Por eso estemos siempre preparados viviendo en su gracia y amor, y no en pecado. Como me solía repetir una persona de mi Parroquia cuando le llevaba todos los domingos la sagrada comunión, y al entrar en su habitación le preguntaba cómo se encontraba, ella sonriente siempre me respondía para darme a entender que estaba dispuesta: “Lista Padre, para cuando Él quiera, donde Él quiera, como Él quiera”.

Al respecto de esta parábola el Papa Francisco nos dice: “¿Qué quiere enseñarnos Jesús con esta parábola? Nos recuerda que debemos permanecer listos para el encuentro con Él. Muchas veces, en el Evangelio, Jesús insta a velar y lo hace también al final de este relato. Dice así: «Velad pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13). Pero con esta parábola nos dice que velar no significa solamente no dormir, sino estar preparados; de hecho, todas las vírgenes se duermen antes de que llegue el novio, pero al despertarse algunas están listas y otras no. Aquí está, por lo tanto, el significado de ser sabios y prudentes: se trata de no esperar al último momento de nuestra vida para colaborar con la gracia de Dios, sino de hacerlo ya ahora. Sería hermoso pensar un poco: un día será el último. Si fuera hoy, ¿cómo estoy preparado, preparada? Debo hacer esto y esto… prepararse como si fuera el último día: esto hace bien.[1] Sí, hermanos: Cada día hay que vivirlo como si fuese el último. De otro lado no hay que olvidar lo que nos dice San Juan de la Cruz, místico y doctor de la Iglesia: “A la tarde te examinarán en el amor”.[2]

Por eso, que la Virgen María nos ayude a hacer nuestra fe cada vez más operante por medio de la caridad; para que nuestra lámpara pueda resplandecer ya aquí, en el camino terrenal y después para siempre, en la fiesta de bodas en el paraíso”.[3]

San Miguel de Piura, 08 de noviembre de 2020
XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

[1] S.S. Francisco, Ángelus, 12-XI-2017.

[2] San Juan de la Cruz, Avisos y Sentencias n. 57.

[3] S.S. Francisco, Ángelus, 12-XI-2017.

Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo desde AQUÍ

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